Me divorcié dos veces y una me quedé viuda. Tengo cuatro hijos. Estoy endeudada desde mi adolescencia. Dos veces ingresé en el clearing. Siempre sintiendo que era irresponsable, siempre asumiendo la culpa de estar casi con la ciudadanía suspendida. Imposible iniciar una vida autónoma, cuidar a las personas que tenía a cargo, mantener el empleo, asegurar alimento y tiempo de calidad en la crianza.

Los llamados con amenazas de embargo eran aterradores, las cifras que me reclamaban eran imposibles de conseguir. Cuando estás en el clearing es muy difícil tener un servicio público a tu nombre, es casi inaccesible un crédito de vivienda y cada entrevista es un vergonzante momento en el que te echan en cara tu pobreza y tu debilidad.

Mis deudas, como las de tantas mujeres, eran para el mantenimiento de la vida, eran deudas para vestimenta, deudas para conectividad, deudas para cubrir deudas, pero las cifras eran pequeñas. Salir del clearing fue un esfuerzo importante; como pude fui negociando con cada entidad, y así me fui dando cuenta de que el sistema se retroalimenta y que no hay nada más productivo que una mujer pobre con el chip de las “obligaciones” que no tiene fuerza ni para negociar su derrota. En el medio del camino aparecían instituciones que daban crédito aunque estuvieras en el clearing, pero, por supuesto, a costos altísimos.

Yo trabajaba en la salud privada. Corría el fin del siglo XX. La salud privada estaba compuesta por un 70% de mujeres. Mi situación era idéntica a la de mis compañeras. La mayoría de ellas trabajaban 12 o 14 horas, estaban solas con sus hijos que se cuidaban entre ellos. En muchos casos el resultado fue una mujer enferma antes de los 60 con una escasa jubilación prematura por enfermedad y unos hijos que pagaron la soledad en la que crecieron, con secuelas en el acceso a las oportunidades de desarrollo.

En el mejor de los casos, las mujeres trabajadoras lo que hacen es organizar sus deudas, la “bicicleta”. Sacan de allá para pagar acá, hacen un préstamo para pagar las tarjetas y luego usan las tarjetas porque no hay líquido porque se está pagando el préstamo.

Las viejas hacen el préstamo del BPS para apoyar a sus familias, lo renuevan cada vez que pueden y así, por un rato, cubren las necesidades de unos cuantos de su familia. En muchos hogares el único ingreso fijo es el de una abuela. Las mujeres vivimos más, pero somos más pobres, no sólo por todo lo que sabemos sobre la segmentación laboral, también porque las tasas de interés se van comiendo los magros aumentos.

Todo esto tiene un sentido: es el sistema sacando el mayor provecho de las personas, y en el caso de las mujeres, sosteniendo esa desigualdad porque le es muy conveniente.

Otra forma de generar plusvalía. Como el lugar de la deuda es el lugar de la culpa, la subordinación se mantiene, las mujeres van a trabajar más y el sistema financiero gana, cobra intereses que son ganancias por supervivencia. Silvia Federici observa que la mayor parte de las mujeres asalariadas viven en un estado crónico de inseguridad económica, con más preocupación cotidiana que los hombres respecto al dinero y la supervivencia, trabajando más que antes, también de modo remunerado, para reducir el uso y los costos del transporte, para encontrar los negocios más baratos y aprovechar las ofertas, para estirar la vida útil de la ropa y comercializar lo que poseen. Sin duda la vida se convirtió para muchas mujeres en un ciclo ininterrumpido de trabajo, sin tiempo para descansar y recuperarse o para dedicarse a actividades más creativas1.

Las mujeres vivimos más, pero somos más pobres, no sólo por todo lo que sabemos sobre la segmentación laboral, también porque las tasas de interés se van comiendo los magros aumentos.

En la introducción del texto ¿Quién le debe a quién? Manifiesto de desobediencia financiera, 2 de Silvia Federici, Verónica Gago y Luci Caballero, introducen el enorme problema del endeudamiento de las mujeres, las lesbianas, las travestis y las trans. Ellas subrayan que, desde el comienzo de la pandemia, las deudas “no bancarias” crecieron exponencialmente, son deudas por alimentos, medicamentos, alquileres y servicios de luz, agua, gas y acceso a conectividad. En los hogares liderados por mujeres y con hijos el problema es aún peor, y aumenta la brecha de desigualdad por una deuda que se constituirá en la hipoteca de los ingresos y el probable bloqueo al acceso a bienes y servicios propios.

La deuda es otra máquina de acumulación de riqueza, dicen las autoras, constituyéndose a la vez en otra forma de control social. Una herramienta política que se adueña del tiempo futuro y que obliga a mantenerse en un mercado de trabajo casi sin poder negociar las condiciones.

En ese escenario las mujeres son las más expuestas, y es un desafío poder entender y dar respuestas en el marco de las políticas públicas, porque el sistema ha aprovechado para explotar aún más a las mujeres en estos tiempos de procesos emancipatorios. El endeudamiento de las mujeres es otra respuesta a su protagonismo en los distintos ámbitos. El ingreso masivo de las mujeres al trabajo remunerado, la búsqueda de la autonomía económica en un sistema capitalista que se alimenta del patriarcado, manteniendo la división sexual del trabajo, tanto fuera como dentro del espacio doméstico, no incorporando la reproducción de la vida como un eje en las economías, han abonado en mantener y agudizar la subordinación, la pobreza y la infelicidad de las mujeres.

En este período herrerista, con la consigna de “achiquen el Estado, por favor”, se vivió un retroceso de las políticas sociales en los territorios que, sumado a una pandemia, incrementó el trabajo no remunerado de las mujeres para compensar, se empeoró la “financierización de la reproducción”, las mujeres han tenido que buscar en el mercado respuestas a lo que no responde la política pública. Esto ha profundizado el endeudamiento, porque cuando el Estado se contrae, las mujeres son las que pagan lo que el Estado no.

Las organizaciones feministas han tomado un camino fuerte de invertir este discurso reclamando la deuda que los estados tienen con las mujeres. En el informe La pandemia en Uruguay, ¿cuál ha sido el costo para las mujeres?,3 a partir de una iniciativa de Cotidiano Mujer, el Instituto de Economía de la Universidad de la República realizó una investigación que abarca desde 2019 hasta 2021 e incluye en su estrategia metodológica los siguientes ejes: el cálculo de la deuda en el mercado laboral; el cálculo de la deuda en trabajo no remunerado; la expansión en la cobertura de programas de transferencias de ingreso e impuestos no efectivizados, y el análisis de actitudes y percepciones durante la pandemia.

El resultado fue una valorización económica de las pérdidas sufridas por la población en dos dimensiones: el acceso al mercado de trabajo y la correspondiente remuneración y la carga adicional de trabajo no remunerado. Las estimaciones indican que el total de la deuda atribuible a estos conceptos fue equivalente a 1,9% del PIB en 2020 y 1,4% en 2021. En ese escenario, las mujeres más vulneradas son las que pagan los mayores costos. Las que tenían una situación de desigualdad histórica profundizaron su situación. Y eso que a esta deuda no se le incluyen los aspectos vinculados a la situación de la salud física y mental, la violencia de género, los cambios en la mortalidad, el cuidado de adultos mayores, la dimensión territorial de las consecuencias investigadas.

En fin, no quedan dudas de que es imprescindible, si queremos avanzar en una forma de desarrollo que se ordene hacia una mejor vida de la comunidad, integrar una mirada feminista a la economía, no sólo por una cuestión ética, también por una cuestión de resultados: no hay posibilidades de avance colectivo si partimos desde diferentes lugares. De todas formas, ya poner en palabras el problema, resistiendo la idea de que el destino de cada persona depende sólo de su esfuerzo, es por lo menos liberador y abre alternativas necesarias en el debate público.

Nohelia Millán García es militante feminista.


  1. Mujeres, dinero y deuda. Notas para el Movimiento Feminista de Reapropiación

  2. ¿Quién le debe a quién? Manifiesto de desobediencia financiera. Silvia Federici, Verónica Gago y Luci Caballero (eds.). Buenos Aires: Fundación Rosa Luxemburgo-Tinta Limón, 2021. 

  3. “La pandemia en Uruguay, ¿cuál ha sido el costo para las mujeres?”. Informe redactado por Verónica Amarante, Paola Azar, Jéssica Schertz, Andrea Vigorito. Coordinación: Lucy Garrido. Articulación Feminista Marcosur, Cotidiano Mujer, con apoyo de ONU Mujeres, 2023.