Sumergido en la pequeñez de la política partidaria, Luis Lacalle Pou comete, al final de su mandato, un nuevo y grave error en su errática política exterior: no participar en la Cumbre del G20 que se llevó a cabo en Río de Janeiro el 18 y 19 de noviembre. Junto a los países más poderosos del mundo, otros 19 estados fueron invitados a participar a nivel de jefes y jefas de Estado o de Gobierno.
En la farragosa semana previa a la segunda vuelta electoral, la reunión pasó relativamente desapercibida en la opinión pública de nuestro país, cómplice involuntaria de la desidia presidencial.
Siendo Argentina y Brasil miembros del G20, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva tuvo la gentileza de invitar a otros cinco países sudamericanos, entre ellos, por supuesto, los otros dos miembros fundadores del Mercosur. De todos ellos, el único que no aceptó la invitación fue Lacalle Pou, quien además ocupa la presidencia pro témpore del bloque regional.
Para dar una idea de la magnitud del evento, baste decir que fue una ocasión imperdible ―así obviamente lo entendieron todos los jefes y jefas de Estado que sí asistieron― de ser parte de un círculo de muy difícil acceso, y una de las escasas oportunidades de dialogar mano a mano con Emmanuel Macron, Joe Biden, Olaf Scholz o Xi Jinping, entre otros. Por ejemplo, también estaban allí Ursula von der Leyen, la presidenta del Consejo de la Unión Europea, y Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno español, quienes junto con el canciller alemán son fervientes defensores del acuerdo Mercosur-Unión Europea. De los cuatro socios fundadores del Mercosur, tres presidentes estaban presentes. Lacalle, no.
El G20 abarca casi el 85% del PIB mundial, más del 75% del comercio global y prácticamente dos tercios de la población del planeta.
En la cumbre se cristalizó la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, impulsada por el presidente de Brasil y a la que adhirió hasta el mismísimo “libertario” Javier Milei, quien pocos días atrás había denostado la idea.
Sumergido en la pequeñez de la política partidaria, Luis Lacalle Pou comete, al final de su mandato, un nuevo y grave error en su errática política exterior: no participar en la Cumbre del G20.
En su discurso, Lula apuntó que en un mundo donde se producen anualmente 400 millones de toneladas de alimentos y los gastos militares ascienden a 2,4 trillones de dólares, 733 millones de personas con desnutrición es una cifra inaceptable. Son mujeres, hombres y niños cuyos derechos a la vida, la educación, la alimentación y la salud han sido históricamente negados.
La alianza fue recibida con enorme entusiasmo por los líderes mundiales y ya cuenta con el compromiso de 81 países, 26 organizaciones internacionales y 31 fundaciones filantrópicas y organizaciones no gubernamentales. Uruguay, tristemente, quedó afuera.
Si Lacalle le asigna alguna importancia a la lucha contra el hambre y la pobreza, flagelos de la humanidad, a la conclusión del acuerdo Mercosur-Unión Europea, a la tan mentada negociación de un tratado de libre comercio (TLC) con China o al ingreso de Uruguay al Acuerdo Amplio y Progresista de Asociación Transpacífico, si considera relevante la Cumbre de Mercosur que se celebrará en Montevideo el próximo 6 de diciembre, su desdén a Lula y su ausencia en la Cumbre del G20 apuntan en sentido contrario.
Lacalle Pou pasará seguramente a la historia como el presidente que más daño le ha hecho a la imagen internacional de Uruguay desde el restablecimiento de la democracia. Se irá como llegó, sin poder exhibir un solo logro de política exterior, dejando como legado una gestión oscura e intrascendente, gestada a base de escándalos y clientelismo, mientras en los avergonzados oídos de los uruguayos resuenan las palabras de Lula: “Aquellos que han sido siempre invisibles estarán desde ahora en el centro de la agenda internacional”.
Daniel Caggiani es senador del Movimiento de Participación Popular, Frente Amplio.