En 1836, en la Batalla de Carpintería, nacieron las divisas blanca y colorada, que darían origen a los dos partidos políticos que vertebraron la vida política nacional desde entonces y hasta hace 50 años, cuando surgió la síntesis política de la izquierda: el Frente Amplio.

Hoy, a 188 años de aquella gesta que dio origen a la estructuración política del país, estamos en los prolegómenos de una transformación de época, con la propuesta que toma fuerza en las élites políticas conservadoras de fundar un nuevo partido ―coalición de derechas, por ahora denominada Coalición Republicana―, fagocitando la personalidad de las antiguas divisas, con un único propósito: evitar que el Frente Amplio recupere el gobierno nacional. El argumento central es no perder votos en la futura primera vuelta electoral, en 2029, y que no vuelva a pasar que “con más votos tengamos menos bancas” (así lo han dicho).

Este nuevo partido sería cogestionado por el Partido Nacional y el Partido Colorado, que pasarían a ser una suerte de agrupamientos desprovistos de su personalidad histórica. Este “cogobierno” conservador contaría con algunos anexos, ciertamente en proceso de extinción. Por un lado, la experiencia ultraderechista militar de Cabildo Abierto, desdibujada por la corrupción, y, por otro, el triste rol seudocentrista del Partido Independiente, más preocupado por eventuales cargos en el Ejecutivo que por generar un proyecto político.

Hay antecedentes históricos de divisiones en los partidos pero que no pusieron en riesgo la disolución de las divisas. Al inicio de la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez, el Partido Colorado tuvo una suerte de fragmentaciones: los riveristas, los vieristas, etcétera. Estos sectores conformaron un frente común con el Herrerismo, del Partido Nacional, para enfrentarse a lo que ellos llamaban “el jacobinismo” de Batlle. Pero no se propusieron formar un partido nuevo.

Lo que tracciona esta tendencia de unión de las derechas es, por un lado, el cálculo electoral para mantener los privilegios de los “malla oro”, el statu quo, y, por otro, la prácticamente desaparición de las corrientes progresistas de ambos partidos. Ciertamente, grandes sectores e históricos líderes de ambos partidos contribuyeron de manera categórica en la construcción de un país integrado e integrador.

Lamentablemente para los intereses de los pueblos blanco y colorado, el wilsonismo pujante de la defensa de la equidad, las leyes y la dignidad social, del “compromiso con usted”, por un lado, y el batllismo transformador de la construcción de los bienes públicos, de la educación y la salud pública, ya hace tiempo que se nuclean en el Frente Amplio.

Teniendo en cuenta que el programa del Frente Amplio es una propuesta progresista socialdemócrata, la pregunta sería: ¿qué es lo tan ofensivo para los intereses de las derechas que piensan arriar sus banderas por el antifrenteamplismo?

Teniendo en cuenta que el programa del FA es una propuesta progresista socialdemócrata, la pregunta sería: ¿qué es lo tan ofensivo para los intereses de las derechas que piensan arriar sus banderas por el antifrenteamplismo?

En cualquier caso, si lograran la conformación del partido de derechas en Uruguay, habría por primera vez un partido de derecha y otro de izquierda. En términos electorales, a corto plazo, esto podría beneficiar a la derecha, pero en términos estratégicos favorecerá a la izquierda y su proyecto. Permitirá contraponer lo que realmente existe: dos modelos de país. Uno de derecha, que nos viene demostrando la naturalización de la inequidad como un fenómeno irreversible y con aumento de la tolerancia a la opacidad y la corrupción. El otro de izquierda, que promueve el desarrollo científico-tecnológico de la producción, los cuidados de la gente, sobre todo la más vulnerada, y la seguridad con convivencia. La tarea acuciante es la de construir la nueva utopía con un relato lúcido y transparente para hacerles frente a las derechas.

Se avanzó en derechos de la mujer, se avanzó en derechos de colectivos antes vilipendiados y reprimidos, pero permanecen la deuda por la construcción de la equidad, la justicia social, la lucha de clases, la importancia de los bienes comunes y lo público como propiedad de los pueblos, en fin, el desarrollo hacia una sociedad justa, igualitaria y respetuosa con el planeta.

La amenaza de que los partidos fundacionales se desliguen de su pasado identitario es que, paulatinamente, se deje de lado el batllismo, de José, Luis y Jorge, por un lado, y la defensa de las leyes de Saravia, el nacionalismo de Herrera y el “compromiso con usted” de Wilson, por otro. Ya “desanclados” de esta rica tradición fundante del ser nacional, lo único que los unirá será el antifrenteamplismo explícito. De ahí a hacer cualquier cosa, incluso aliarse con la ultraderecha y los fascismos, con tal de evitar que la izquierda triunfe, hay un paso. La historia y el presente en el mundo nos muestran que esto será un retroceso para la democracia, la diversidad y el republicanismo de nuestro país.

Leonel Briozzo es docente y militante social, integra el Espacio 609. Miguel Idoyaga es informático y exmilitante estudiantil.