Estos últimos días se ha reavivado la polémica en torno a la dictadura en Venezuela y de las posturas que toman nuestros políticos al respecto, particularmente desde la izquierda. La escalada llegó al lamentable suceso de la vicepresidenta venezolana insultando a nuestro presidente.
Una vez más, vemos cómo se usa políticamente este flagelo que viven los venezolanos y que nos duele, o debería doler, a todos los sudamericanos. Por un lado, los políticos de derecha salen raudos a condenar selectivamente todo lo que representa Nicolás Maduro, Hugo Chávez y el régimen que gobierna en Caracas. Por otro lado, los políticos de izquierda, al menos algunos de ellos, se encuentran en una posición delicada cada vez que deben abordar este tema. Una cuerda floja en la que hacen equilibrio para no caer de un lado en la justificación de un régimen que ya no hay cómo defender, o no caer del otro en llamar dictadura a lo que es una dictadura, y condenar a un gobierno que ha destrozado a un país, yendo en contra de la izquierda latinoamericana.
Porque, en definitiva, ¿cómo condenar un gobierno catalogado de izquierda desde la izquierda misma? ¿Cómo no recordar aquellos tiempos de ilusión de una izquierda latinoamericana unida con Tabaré, Lula, Bachelet, Evo y Chávez? ¿Cómo no pensar en el sueño de los libertadores de una Patria Grande? La incomodidad al abordar este tema es evidente cada vez que algún periodista les hace una pregunta. Como si cada vez debieran volver a vestirse de equilibristas, otra vez.
Pero esa cuerda floja está cada vez más alta. El riesgo de caer de un lado o del otro es cada vez más grande. A esta altura, cada político que se debate en torno a esto es como el famoso equilibrista francés Philippe Petit, quien cruzó con un cable de acero el espacio entre las dos Torres Gemelas. Pero ¿por qué insistimos en hacer equilibrio cuando hablamos de Venezuela? Esta incomodidad la sentimos todos quienes nos identificamos como de izquierda. A mí me azotó siempre y debo confesar que alguna vez hasta me encontré justificando lo que había hecho Chávez durante su primera presidencia en Venezuela. Porque ¿cómo no reconocer a un gobierno que había bajado la pobreza y la desigualdad, que había mejorado la alfabetización? ¿Acaso no son esas las premisas de la izquierda? Redistribución, equidad, educación para todos.
Pero es momento de aceptar que nada de lo que pregona hoy el régimen chavista en Venezuela se condice con una filosofía de izquierda. Quizás la única similitud es que un presidente elegido democráticamente en Uruguay, Mujica, también había participado anteriormente en la lucha armada y acabó preso, igual que Chávez. Pero no hay duda de que la izquierda uruguaya es profundamente democrática y Mujica en el poder es el ejemplo más claro. Maduro, en cambio, hace ya casi 12 años que gobierna, con sucesivas reelecciones a través de elecciones fraudulentas, proscribiendo y encarcelando opositores y con un autoritarismo que hace sangrar al país.
Nada de democracia queda en Venezuela. Aquello que alguna vez pudo haber sido un logro de Chávez se esfumó rápidamente. Hoy, el país es el más desigual de América Latina y con una corrupción profundamente arraigada hasta en los aspectos más básicos de la vida cotidiana. Mientras que algunos pocos son extremadamente ricos, la mayoría de los venezolanos lidia con la escasez, con cortes de agua y de luz, y convive con tener que pagar coimas para hacer cualquier trámite.
Nada de democracia queda en Venezuela. Aquello que alguna vez pudo haber sido un logro de Chávez, se esfumó rápidamente. Hoy, el país es el más desigual de América Latina.
¿Acaso nos parece normal que en un país con un sueldo mínimo de menos de cuatro dólares haya tiendas de moda europea que venden carteras de miles de dólares? ¿No vemos la diferencia abismal con lo que ha hecho la izquierda en Uruguay? No debería ser tan difícil para los políticos de izquierda de nuestro país distanciarse rápidamente. Destacar el enorme valor de la democracia uruguaya, su pluralidad y el profundo respeto por la democracia. La imposibilidad de reelección, la desigualdad que ha bajado considerablemente en las últimas décadas.
Nada tenemos que ver con los regímenes autoritarios que pululan y destrozan nuestro continente. Toda la izquierda uruguaya debería dejar de hacer equilibrio. Se los debemos a nuestros hermanos venezolanos. Se los debemos a todos esos nuevos uruguayos que eligieron nuestro país para desarrollarse. No deberíamos sentir incomodidad al tener que explicar por qué un gobierno de izquierda proscribe, corrompe, roba, reprime y mata. No quiero tener que explicarles por qué un gobierno que hizo que su padre abandonara su hogar iza las mismas banderas que la izquierda en la que yo milito en Uruguay. No representan los valores de la izquierda. Esas no son nuestras banderas.
Rodrigo Coniglio es ingeniero químico, docente e investigador de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República.