El 19 de febrero, el Partido Nacional en pleno inauguró el llamado Polo Social, un conglomerado de instituciones y servicios públicos que funcionará dentro de un predio militar, de nombre por demás sugestivo, Aparicio Saravia, ubicado en la zona de Casavalle. Fue un acto groseramente de campaña electoral, más que un acto de gobierno, con una decoración a tono, todo adornado con globos celestes y blancos, en la que estaba la plana mayor nacionalista, lo que fue objeto de duras críticas incluso por parte de otros socios de la coalición, que claramente se sintieron excluidos de lo que el gobierno presentó como un logro y una demostración de su fina sensibilidad social. Allí habló el presidente de la República, quien en el fervor de la oratoria expresó: “Libertad es que si alguien tiene que ir a un comedor público, lo tenga cerca, eso es libertad”. Sabemos que en el último tiempo se ha hablado muy ligeramente de la libertad, aunque de todas maneras la frase pareció un exceso, pero expresa muy bien el viejo paternalismo y clasismo herrerista, y en esos detalles discursivos mínimos se puede encontrar importantes definiciones ideológicas.

Es galán y es como un oro

El presidente nunca ha sido un hombre de ideas o conceptos, más bien siempre ha hecho alarde de ser un hombre de acción, de estar en eterno movimiento y evidenciar potencia y energía. Siempre ha evitado y se ha cuidado de enfrentar discusiones conceptuales profundas. Pero en algunas ocasiones ha intentado plasmar en sus discursos o declaraciones algunas reflexiones. Por ejemplo, desde hace ya mucho tiempo, Luis Lacalle Pou ha hecho suya, y la repitió en muchas ocasiones, una frase que, afirmó, había sido expresada en múltiples oportunidades por su bisabuelo, Luis Alberto de Herrera (quien sí tuvo pretensiones intelectuales), cuyo autor es en realidad lord Palmerston, el destacado político británico que supo ocupar diversos cargos en las jerarquías de gobierno de su país, entre ellos, el de primer ministro, allá por el siglo XIX. Es decir, se trata de una cita de una cita: “Los países no tienen amigos permanentes ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes”. La frase de Palmerston en realidad es un poco distinta, porque no hablaba de “los países”, sino que era encabezada con “Inglaterra no tiene amigos permanentes…”, y no se trata de un detalle menor, porque, expresada en pleno período imperial británico por un gran jerarca de, en ese momento, el país más poderoso del mundo, evidencia de un modo ejemplar la ética que movía a su autor y lo que representaba, es decir, la ética misma del capitalismo, la mente burguesa por excelencia. La constante referencia a la cita también testimonia la profunda anglofilia que caracterizaba a Herrera (ver: Laura Reali, Herrera: la revolución del orden, 2016, y Gerardo Caetano, El liberalismo conservador, 2021, ambos de Banda Oriental, Montevideo).

La última vez que pudimos escuchar esa adaptación criolla suya fue en su visita a Inglaterra, entrevistado por Stephen Makur para el programa de la BBC Hard talk. Citar a Palmerston en Inglaterra parece toda una osadía, pues no se trata de un personaje que alcance aprobaciones unánimes. Dijo también que una vez encontró por Londres su estatua, y se sacó orgulloso una foto, lo que demuestra la dimensión de la admiración, aunque tampoco sabemos cuánta profundidad alcanza el presidente en el conocimiento de la vida y obra de Palmerston; quizás solamente conozca esa frase, y desconozca algunos de los hechos aberrantes de los que fue protagonista. Varios pueblos del mundo no lo deben tener en el mejor de los recuerdos, ni en alta estima, como por ejemplo los chinos (vaya contradicción, querer acercarse a China y citar a Palmerston, si se recuerda su papel en la Primera Guerra del Opio), los daneses, los irlandeses, por recordar solamente algunas de sus víctimas.

El nombre del programa debió haber advertido al presidente que no iba a ser una de sus acostumbradas entrevistas televisivas en las que siempre se enfrenta a una especie de sparring donde él pelea con comodidad. En esta entrevista no la pasó nada bien, y demostró que no se había preparado lo suficiente para la nota, ya que fue puesto contra las cuerdas en varias oportunidades, entrevistado por un periodista de amplia trayectoria y además muy incisivo.

Makur puso sobre la mesa varios temas que le disgustaron, entre ellos, le señaló el ser un gobierno de derecha entre países con regímenes de izquierda; la incomodidad de sus reclamos, que lo dejan mal parado en el Mercosur, de establecer un tratado de libre comercio con China; y el temor de quedar sometido a los intereses chinos al depender tanto económicamente, y de alguna manera la incongruencia de que un país tan pequeño establezca una relación tan desigual con la potencia asiática. Y luego le preguntó si hablaba con los dirigentes chinos en esas reuniones de trabajo comercial sobre el historial de China en el tema de derechos humanos, o el trato dado a minorías étnicas y religiosas. Luis confesó que verdaderamente no, que eso no había estado en la mesa al reunirse.

Entre todas las preguntas, una sobresalió para poner encima de la mesa el problema de la ética del gobierno. El periodista, al recibir la respuesta de que hay temas que no ha hablado con los chinos, le preguntó a Luis: “¿Los valores no le importan?”. Luego le recordó la tasa de homicidios en Uruguay, las denuncias de ataques a los sindicatos y la degradación sufrida por Uruguay en el tema de la libertad de expresión, lo que Lacalle Pou negó que ocurriera, desacreditando la institución que lo había denunciado. El lenguaje corporal durante la nota es de una alta incomodidad. Si a uno le preguntan por los principios y termina citando a lord Palmerston, parece una respuesta poco sólida.

Madre, yo al oro me humillo

La frase de Palmerston expresa muy bien un verdadero sentimiento de clase, y ha sido su permanente reaparición y repetición lo que nos hace pensar en que es muy importante y definitoria de lo que podemos llamar la ética del herrerismo atemporal. Cuesta creer que una frase que expresa una idea tan miserable haya podido ser repetida tantas veces por varias generaciones, así como así nomás. El interés debe ser la quintaesencia del comportamiento humano. Duro con aquellos con los que no tengo intereses, de los cuales no necesito nada, débiles, y blando con los poderosos, de los que sí pretendo algo. Hay que decirlo, ese ha sido el principio rector de la política internacional del gobierno herrerista.

La ética del lucro y del interés puede parecer el marco de conducta racional, lógico y hasta inteligente en el mundo capitalista y neoliberal en el que vivimos, pero seguramente vuelva dudoso el actuar de quien lo practique.

En la nota, además, el periodista le cuestionó a Luis el deseo de establecer un tratado de libre comercio con el país asiático y el riesgo que supondría para un país de nuestro tamaño quedar prendado del dominio chino en materia política. Porque aunque a Luis parecía no importarle ese problema, para los ingleses la geopolítica es muy importante, no todo es vender carne y soja, no todo es dinero.

Ahora, con Venezuela y Cuba, Luis se ha mostrado como un enérgico confrontador, un titán en la lucha por la democracia sudamericana. En cuanta oportunidad pudo, condenó sus regímenes, la falta de elecciones libres, y recientemente la proscripción de candidatos. Más allá de que esas críticas siempre han tenido que ver con cierta genuflexión a la política norteamericana, y mostrarse solidario con sus intereses y convicciones, en esos momentos se volvió, como tantas otras veces, y lo seguirá siendo, materia de debate local, no porque el destino de los venezolanos les importe mucho, sino porque el oficialismo quiere incomodar al Frente Amplio con ese debate, lo que probablemente se suma a querer congraciarse con la importante comunidad caribeña local. Frente a Venezuela, Cuba o Nicaragua sacó pecho, los cuestionó en reuniones internacionales, fuimos los mejores de la clase de la derecha latinoamericana. Sobre otros episodios ocurridos en la región, guardó un intenso silencio, en casos de episodios que comprometieron otras democracias, como lo que pasó con el golpe en Bolivia, o luego en Perú, o recientemente la reelección dudosa de Bukele en El Salvador. El fervor democrático parece ser bastante selectivo y siempre tiene resonancias en los medios, que a cuanto dirigente político entrevistan le preguntan si piensa que Venezuela es una democracia.

Lo que resulta llamativo es la intromisión tan deliberada en los asuntos de otro país, cuando el oficialismo se ha indignado en más de una ocasión cuando otros gobiernos de otros países han hablado de Uruguay.

Ahora, cuando se trató de China y de algunos países de Oriente Medio que supo visitar, donde el presidente pasó una temporada junto a la entonces primera dama, donde incluso en un gesto de gran amistad le regalaron valijas de pescado congelado, donde se los pudo ver irse de fiesta, visitar a verdaderas monarquías con excesos de dólares pero con carencias de urnas, no se escuchó ninguna condena política al régimen y se los vio disfrutar de los lujos de los regímenes en cuestión. Las poblaciones de esos países difícilmente pueda entenderse que viven en alguna clase de democracia, al menos como las entendemos en Occidente. En esos lugares los principios democráticos no se recordaron y no importaron. Lord Palmerston hubiera aplaudido de pie a su fiel alumno.

Algo parecido ocurrió en su visita a China, país en el que el Partido Comunista lleva más de medio siglo en el poder. Luis Lacalle Pou, demostrando una osadía increíble, felicitó conmovido al líder chino Xi Jinping y a todo su régimen por haber erradicado la pobreza extrema, lo que enorgullece a las autoridades de aquel país, que lo consideran un logro supremo obtenido… por el comunismo. Incluso el Partido Nacional anteriormente había expresado en un comunicado oficial un saludo emotivo en conmemoración del centenario del Partido Comunista Chino, en 2021. Había que quedar bien, y se dejó a un lado el tradicional anticomunismo herrerista.

Pero estos no son hechos aislados. Hace apenas unos pocos días, la embajadora de Palestina en nuestro país sugirió en un comunicado, que le valió ser llamada por la cancillería para dar explicaciones, una relación posible entre las posturas proisraelíes del gobierno uruguayo, que terminaron con una larga tradición de neutralidad de nuestro país, y la habilitación de una exportación de carne con hueso a Israel. El gobierno negó que hubiera una relación entre ambos sucesos.

El gobierno también adoptó una posición muy distinta con Brasil, uno de nuestros más importantes socios comerciales. A la asunción de varios presidentes latinoamericanos no concurrió el presidente, como por ejemplo Colombia o Guatemala, pero para la de Lula da Silva se puso su mejor traje y él mismo organizó un viaje familiar, en el que se dejó llevar de la mano por el expresidente José Mujica y entró por la puerta grande al evento. Por supuesto, no se le ocurrió hacer ninguna clase de cuestionamientos sobre la realidad brasileña, y podría haberlos hecho.

El furor democrático fue muy selectivo. El interés ha sido el principio rector de esos movimientos, y los principios no han parecido importar mucho.

Es quien hace iguales al duque y al caballero

La ética “Palmerston” se impuso, y se seguirá imponiendo, porque es la ética que el viejo Herrera le impuso a todo un movimiento, es su marca de origen, está en su ADN, es también un sostén ideológico del pensamiento de todo un sector de la sociedad.

Hay que cuestionar esa frase que enorgullece tanto al presidente, a su familia y a su movimiento. Ese pensamiento, evidenciado en la frase, revela una total falta de ética y de principios, y habilita al que cree en ella a poder hacer cualquier cosa si cree tener algún interés en juego. La ética del lucro y del interés puede parecer el marco de conducta racional, lógico y hasta inteligente en el mundo capitalista y neoliberal en el que vivimos, pero seguramente vuelva dudoso el actuar de quien lo practique, pues alguien que siempre se mueve por interés se convierte en una persona en la que no se puede confiar y que será siempre sospechada.

Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.