Mucho se ha hablado de las elecciones presidenciales y legislativas de El Salvador realizadas el 4 de febrero. Sin pretender hacer un análisis político del resultado de estas elecciones, algo que dejo para expertos en el tema, haré un análisis en lo que me siento más capacitado: los números. Es que, con las repercusiones que han tenido las políticas del presidente Nayib Bukele, junto a las declaraciones de políticos de la región manifestando su conformidad, y las manifestaciones que tuvo Bukele al finalizar las elecciones, el caso El Salvador reviste gran interés. Más aún cuando los procesos electorales en América Central y el Caribe son fuertemente cuestionados, por la falta de transparencia de procesos como los de Nicaragua y Venezuela, o por las trabas que se intentó imponer a gobernantes elegidos como en Guatemala.
Pocas horas después de cerradas las mesas de votación, y con el escrutinio recién iniciado, el supuesto presidente reelecto declaró desde el balcón del Palacio Nacional: “Sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático”, agregando: “Y no sólo hemos ganado la presidencia, sino que hemos ganado la Asamblea Legislativa con 58 de 60 diputados como mínimo”. Declaraciones tan contundentes nos llevan a poner en cuestión los modelos democráticos, pero antes de entrar en ese proceso, ¿qué tan ciertas son estas afirmaciones?
Es por todos conocida la debilidad de los sistemas democráticos en América Latina, en comparación con otras regiones del planeta. Una medida comparativa cuali y cuantitativa está dada por el índice de democracia, elaborado por The Economist Group. En ese índice, Uruguay es el país de América Latina mejor rankeado, ocupando el puesto 12 a escala global, le sigue Costa Rica (cercano geográficamente a El Salvador) en el puesto 17, y El Salvador ocupa el puesto 93 de 167 países rankeados, muy cercano a sus vecinos Honduras (91) y Guatemala (98) y bastante por encima de Nicaragua (143). ¿Estas elecciones suponen una reafirmación democrática? Los cuestionamientos sobre la validez del proceso de postulación de Bukele para una reelección siembran las primeras dudas sobre el camino.
Vayamos a los datos de las elecciones del 4 de febrero.
Según el Banco Mundial, la población de El Salvador es de 6.336.392 personas (2022) viviendo en el territorio. El padrón electoral tenía registrados para las últimas elecciones 6.214.399 electores mayores de 18 años. ¿Cómo se explica que con una población menor de 18 años que constituye el 16% de la población (casi un millón), la diferencia entre el número de electores y la población residente sea tan pequeña? Es que según las estimaciones, hay más de 1,6 millones de salvadoreños viviendo fuera del país (cerca del 20% de la población), y gran parte de ellos están habilitados para votar; y en los hechos lo hicieron y en gran proporción.
Ha pasado más de una semana desde las elecciones, y el escrutinio que lleva adelante el Tribunal Supremo Electoral está lejos de completarse. La última publicación de datos es de la madrugada del 5 de febrero, o sea, de la misma noche de las elecciones. Luego de esa fecha y pasados ocho días, no aparecen nuevos resultados. Para ese momento se llevaba escrutado para las elecciones presidenciales el 70% de las mesas de votación, pero para las elecciones legislativas tan sólo el 5%. Según reportes de prensa de varios medios nacionales e internacionales, hay un “caos en el recuento de votos”, con “numerosas fallas en el sistema de conteo y transmisión de votos y dudas planteadas sobre el resguardo de los votos y actas con los resultados”. Por lo tanto, parecen apresuradas las declaraciones victoriosas de Bukele la misma noche de la votación.
Tomando como válidos los votos escrutados hasta la última fecha de publicación y considerándolos representativos de la votación general (en especial los votos presidenciales), podemos hacer un análisis con más detalle. Para ese momento se llevaban contabilizados poco más de dos millones de votos válidos (sumando votos a partidos, abstenciones y anulados). Asumiendo que el 30% de las mesas sin escrutar tienen un número de votos proporcional, se llegaría a una votación total de casi tres millones. Eso representa el 47% del padrón electoral. Una baja votación si la comparamos con las elecciones obligatorias en nuestra región, donde en Uruguay vota más del 90% y en Argentina en el entorno del 80% de los habilitados; pero también más baja que otras recientes elecciones en la región centroamericana, donde la participación ha rondado entre el 60% y 73% en el resto de los países de la región.
Según este escrutinio inconcluso, el partido Nuevas Ideas de Bukele concitó un apoyo del 81%, lo que en términos del electorado total representa el 38%. Con respecto a los dos partidos que le seguían en votación, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) tenía el 7% de los votos y Alianza Republicana Nacional (Arena), el 6%.
Otro aspecto que llama la atención es el alto porcentaje de votación desde el exterior: un 16% de los votos escrutados fue desde el exterior (ya sea por internet o presencial). En términos de partidos, casi el 20% de los votos para Bukele vinieron del exterior, y por lejos fue el candidato que obtuvo mayor porcentaje de votos del exterior.
Como comparación se puede señalar que en las últimas elecciones en Nicaragua, luego de un proceso de proscripción de partidos opositores, Daniel Ortega terminó declarándose triunfador con una votación del 76%. Estas elecciones fueron fuertemente cuestionadas por la comunidad internacional.
Por lo tanto, más allá de los problemas del proceso electoral y del escrutinio posterior, queda claro que El Salvador tiene todavía por recorrer un largo proceso de consolidación democrática, y que el apoyo obtenido por Bukele dista de ser tan arrasador como evidencian sus declaraciones. De confirmarse los resultados electorales y despejadas las dudas sobre el proceso, el apoyo obtenido por Bukele fue importante, pero muy lejos de la cuasi unanimidad que se quiso transmitir. Las mayorías no se expresaron, y ante tantas denuncias de violación a los derechos humanos, se siembra la duda de qué hubieran dicho.
Queda para los cientistas políticos el análisis del discurso y las acciones de Bukele, pero estos datos dan otro marco a esas consideraciones.
Gonzalo Tancredi es profesor universitario en el área de las ciencias naturales, interesado en temas electorales y políticos internacionales.