En tiempos electorales queda más pintoresco que en otras oportunidades el uso de términos como “renovación”, “recambio” o similares. A priori, son palabras importantes, positivas, optimistas (por catalogarlas de alguna manera), palabras que pueden abrir la puerta al oído de diferentes personas que de buena fe están cansadas de las mismas caras, de los mismos apellidos, del mismo perfil y, con las mejores intenciones, buscan aportar a modificar eso que, tantas veces con razón, les agota.

Es sano y necesario que se produzcan movimientos, que una sociedad uruguaya avejentada tome bocanadas de aire en todos los niveles para poder, mínimamente, escuchar otras voces. Es lo mínimo; de ahí en adelante son sustanciales las ganancias que puede generarnos. Sólo por mencionar algunas: en ideas, acciones, posiciones, formas de organizarse, perspectivas, prioridades, lenguajes, energía, impulsos, vitalidad, etcétera.

La preocupación que pretendo presentar es la de hacer un llamado de atención a los discursos que pueden encontrarse bajo esos paraguas, no dar por sentado que el contenido que se encontrará será efectivamente algo nuevo. No quiero referirme únicamente a apellidos que van pasando de generación en generación en lugares privilegiados como herencia política, sino también a las ideas que se portan. ¿Pueden ser caras con 30 años menos pero con el mismo discurso conservador que no busca modificar más que su propia vida y la de su entorno en pos de la renovación? Sí. Y puede ser un mal menor, también, pero aspiro a que podamos permitirnos profundizar las discusiones un poco más y no dar pases libres generacionales per se, porque hay mucho para decir y muchas personas sin el privilegio de la visibilidad para poder hacerlo, también debemos estar atentos a eso si queremos discusiones con mayor solidez y contundencia.

Respecto de esto último, creo pertinente resaltar también otra carta habitual que aparece bajo estos términos: la separación de los temas en agenda. Considero normal caer en eso; es tentador y puede presumir alguna novedad discursiva (¿quién no está, tantas veces, a la búsqueda de algo para decir que no se haya dicho antes?), pero el abordaje más simple puede ser el más necesario, aunque no siempre lo contemplemos. Personalmente me genera determinado agotamiento la pregunta constante en los más plurales y variados ámbitos sobre qué intereses tiene la juventud, cómo atraerlos, cómo conquistar su primer voto. Entonces, aparecen las agendas divididas: estos temas son de jóvenes y estos otros son de ¿adultos?, ¿gente grande?

Los jóvenes tenemos los mismos problemas que atraviesan las grandes mayorías, incluso muchas veces agudizados. No tenemos una agenda aparte, aunque reivindiquemos con más énfasis algunos tópicos que hacen a nuestro tiempo y que desarrollaré luego. Pero, en general, no puede existir una distinción cuando nos interpelan las mismas cuestiones que al resto de la sociedad, sin importar edades pero sí contexto socioeconómico. Las respuestas a la falta de empleo son obsoletas, la urgencia de aceptar trabajos en negro por no tener experiencias laborales que hayan permitido otro desarrollo en el mercado se vuelve casi excluyente. Tomar la definición entre estudiar o trabajar es un panorama cada vez más habitual por más “reformas educativas” que quieran flexibilizar el ascenso de un grado a otro con exigencias por debajo de la mínima.

¿La verdadera renovación no será aquella que entienda y busque alguna salida a problemas estructurales, más que el decoro de sólo sentirse parte de un recambio que puede ser más de lo mismo?

El acceso a la vivienda propia es prácticamente una utopía cuando un alquiler es insostenible y hay que elegir qué cuentas pagar dependiendo del mes. La vinculación con el narcotráfico, sea por falta de respuestas, por descarte del sistema o por necesidad, es una realidad que nos debería tener pensando qué hacer.

Entonces, ¿la verdadera renovación no será aquella que entienda y busque alguna salida a problemas estructurales, más que el decoro de sólo sentirse parte de un recambio que puede ser más de lo mismo? Será que me genera un poco de pavor pensar que un posicionamiento de recambio necesario sea una trampa al solitario y terminemos dentro de un oportunismo que sólo genere apatía y descreimiento.

Hay problemáticas que han tenido un incremento exponencial en quienes tenemos menos de 30 años. Algo que es como si estuviera ahí, hace tiempo, bajo la alfombra esperando el desborde que nos agarra sin estar preparados, y es nuestra generación la que empieza, de a poco, a hacerle frente y a dejar de mirar para un costado. Y enfatizo puntualmente en la salud mental, un prejuicio histórico que cada vez se nombra con menos decoro. Consecuencia, en muchos casos, de los problemas estructurales que mencionaba hace dos párrafos. ¿O el problema de no concebir un buen futuro está desconectado de la falta de opciones del presente? De no conseguir trabajo, de trabajar todo el día y aun así no poder cubrir lo básico, de no poder estudiar, de que cada peso extra termine en algún disfrute efímero porque no hay proyecciones. No podemos desviarnos de lo importante, de aquello que nos atraviesa socialmente y de sus consecuencias en un mundo que cada vez parece ir más rápido pero con una obsolescencia programada. Esas consecuencias necesitan un plan que hasta ahora no ha aparecido y ya estamos llegando tarde.

La lucha por la desigualdad de género, si bien viene de una trayectoria conmovedora e histórica, con mujeres pioneras de derechos de vanguardia para su época, tiene un abordaje más tangible en las nuevas generaciones. Para muestra basta sólo con el incremento en las movilizaciones del 8 de marzo y los bajos promedios de edad convocados. Aun así, al feminismo también lo atraviesan exactamente los mismos escenarios que mencionaba, agudizados por la precarización laboral que se incrementa en las mujeres, la dependencia económica, la violencia en un sistema adaptado para la cosificación, las maternidades sin respaldo y una lista enorme de etcéteras que merece y necesita un artículo sólo para eso. Pero también necesitamos contundencia en planteos que reconozcan las realidades que necesitan respuestas con mayores urgencias, porque si no determinamos prioridades, no abarcamos nada.

Entonces: jóvenes para qué, si no es para entender la realidad que nos interpela; renovación para qué, si no es para ser fervientes en cubrir derechos básicos; recambio de qué forma, si no es para reconocer lo mejor de la historia de nuestro país y, teniéndola bien presente, consolidar con sus raíces nuevos propósitos que busquen un bienestar social que nos resguarde a la mayor cantidad de ciudadanos posible, empezando por quienes están arrugados de intemperie.

Julieta Sierra es integrante de la Dirección Nacional del Movimiento de Participación Popular, Frente Amplio.