La diputada del Frente Amplio Micaela Melgar presentó ante la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes un proyecto de ley dirigido a sancionar “cualquier declaración o manifestación pública que niegue, justifique o minimice las consecuencias de crímenes de lesa humanidad cometidos por el accionar ilegítimo del Estado” entre 1968 y 1985. Según enfatizó la autora del proyecto, la idea es que el Estado castigue el negacionismo y adopte posturas orientadas a repudiar y contrarrestar el discurso de la última dictadura como un atentado contra la democracia.

Ante todo, deberíamos contextualizar lo presentado al Parlamento por Melgar para comprender por qué se redacta justo ahora un texto de estas características. En Argentina, el gobierno del presidente Javier Milei, junto con su vicepresidenta, Victoria Villarruel, durante la conmemoración del 24 de marzo de 1976 (fecha del último golpe de Estado en el vecino país), promovieron ante la opinión pública la necesidad de revelar la “verdad completa”, mostrar la “otra cara”, o “completar la Historia”, para “sanar y curar las heridas del pasado”.

Una vez más, la Historia parece ser objeto de controversia ante el cambio de signo político en un país; otra vez, el discurso historiográfico genera incomodidad y rechazo en el poder. Sin embargo, en medio de esta discusión, se vislumbran argumentos pobres de naturaleza epistemológica que conciernen a la ciencia histórica. En una época en la que muchos miembros de los cuadros políticos crecen bajo las influencias de las redes sociales, es que observamos que las premisas que intentan refutar un discurso científico, que ha requerido años de discusión y debate, y que cuenta con el respaldo de una comunidad de cientos de otros investigadores, son tan débiles que pueden resumirse en un puñado de caracteres.

Ningún historiador o historiadora se verá perturbado por la discusión, ya que cuestionar su discurso es una práctica común en cada congreso y en cada escrito que presentan ante sus colegas, quienes están ahí para corregir y criticar. Sin embargo, cuando el debate se centra en la supuesta ocultación de una faceta de la Historia o en la acusación de que “no se dice toda la verdad”, es necesario establecer algunos puntos básicos (casi elementales) para comenzar la discusión.

Cualquiera puede sostener sus propias creencias, ese no es el problema; el problema radica en permitir la difusión pública de mentiras, relatos falsos y pensamientos anticientíficos que tienen consecuencias perjudiciales.

El discurso historiográfico no cuenta una verdad y oculta otra, simplemente porque su estructura busca la verdad, combate la mentira, el olvido y el silencio. Los historiadores no mienten; en todo caso, cometen errores, lo que es inherente a cualquier actividad humana y científica. Como señala Iván Jablonka, el discurso historiográfico es el producto de una operación intelectual que reflexiona sobre el pasado. No se limita a presentar lo real (considerado como la cosa en sí misma, algo sin significado), sino que construye conocimiento, le otorga inteligibilidad y lo jerarquiza.1 Para los historiadores, pensar históricamente implica intentar comprender, emplear todas las pruebas disponibles para elaborar un discurso que pueda explicar aquello que se pregunta. Los historiadores buscan considerar todos los documentos, todas las voces, todos los discursos, y en función de ello es que construyen su conocimiento. Sí, construyen: los hechos históricos no son entidades dadas, como creían los positivistas hace 150 años (ese es el atraso que a veces afecta esta discusión). El historiador da forma al acontecimiento, explica sus causas, lo relaciona con otros eventos, crea conceptos y aborda las dudas y las zonas grises en su propia investigación.

La verdad histórica existe y se construye de manera científica y colaborativa a lo largo de muchos años de investigación y revisión. ¿Acaso lo que realmente motiva a los historiadores es una mera pérdida de tiempo entre documentos, debates, lecturas y conferencias? Nadie sería tan tonto como para considerar seriamente una práctica que tendría el mismo valor que un discurso de bar pronunciado por algún parroquiano con unas copas de más. La verdad reúne a los seres humanos, la mentira los dispersa.2

En el contexto actual, donde proliferan las noticias falsas y donde cualquier usuario de redes sociales puede afirmar que nuestro planeta es plano, es crucial defender la verdad. El negacionismo ha sido un delito en Alemania desde 1946 y, tal como sostiene el proyecto de Melgar, implica que el Estado se comprometa en la defensa de la verdad y la democracia. Cualquiera puede sostener sus propias creencias, ese no es el problema; el problema radica en permitir la difusión pública de mentiras, relatos falsos y pensamientos anticientíficos que tienen consecuencias perjudiciales para la ciudadanía.

Si alguien considera que el discurso historiográfico actual está equivocado, simplemente debe inscribirse en la facultad, familiarizarse con las reglas básicas de la disciplina, leer todo lo que se ha escrito sobre el tema, sumergirse en archivos, realizar investigaciones, participar en debates y presentar su discurso ante la comunidad científica. La invitación está abierta, aunque, por supuesto, es un proceso más exigente y complejo que simplemente crear un usuario y repetir cualquier cosa en Twitter.

Néstor Gutiérrez es integrante del Sistema Nacional de Investigadores de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación y docente efectivo de Teoría y Metodología de la Historia en el Consejo de Formación en Educación.


  1. Jablonka, I (2016). La historia es una literatura contemporánea: manifiesto por las ciencias sociales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 134. 

  2. Ricoeur, P (2015). Historia y verdad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 193.