Cuando las cosas se ponían bravas, no sabíamos qué iba a pasar. Sólo sabíamos que iba a estar Norita.

Y cuando las cosas se ponían mucho más que bravas, tampoco sabíamos qué iba a pasar. Sólo sabíamos que iba a estar Norita.

Y cuando las cosas se ponían mucho más que bravas y el mundo se ponía vacío porque el futuro se ponía vacío, no sabíamos qué iba a pasar. Sólo sabíamos que iba a estar Norita, porque Norita nunca dejaba vacío al mundo y nunca dejaba al mundo sin futuro.

Y cuando las que se quedaban vacías eran las palabras y, entonces, sonaba hueco decir coraje, o decir igualdad, o decir derechos, o decir corazón, o decir pueblo, no sabíamos qué iba a pasar, pero creíamos y sentíamos que iba a pasar lo peor. Y, sin embargo, sensación extraordinaria, a la vez sólo sabíamos que, igual que en la plaza más grande, igual que en las plazas chiquitas, igual que en cada camino que casi nadie se animaba a recorrer y delante de cada individuo y de cada organización que necesitara luces y compañía, iba a estar Norita, y si estaba Norita y si hablaba Norita, las palabras recuperarían sentido y la vida recuperaría la esperanza.

Y cuando la que se vaciaba era la lucha o la voluntad de luchar, nosotros –los corrientes, los cualquiera, sueltos o juntos– no sabíamos qué iba a pasar aunque intuíamos que nada bueno podía pasar. Sólo sabíamos que, chiquitísima y gigante, hermosamente empañuelada e invariablemente invencible, desde alguna esquina brotaría Norita para luchar y para hacer recordar que la verdadera derrota era (es) dejar de luchar.

Sólo sabíamos que, chiquitísima y gigante, hermosamente empañuelada e invariablemente invencible, desde alguna esquina brotaría Norita para luchar y para hacer recordar que la verdadera derrota era (es) dejar de luchar.

Y cuando llegaban malas noticias, noticias como la que ahora estremece porque se murió Norita, no sabíamos qué iba a pasar, salvo que cerrábamos los ojos por la plenitud de la tristeza. Y, sin embargo, al abrir los ojos, no por milagro y sí por su historia, sólo sabíamos y sólo veíamos la sonrisa de Norita.

Esa sonrisa que vemos en este instante, mientras seguimos sin saber qué va a pasar con las cosas bravas, pero sí sabemos que, donde alguien resista y donde alguien construya, ahí va a estar ella, Norita, imprescindible, hasta las Madres siempre, hasta la memoria siempre, hasta la victoria siempre, hasta la humanidad siempre.

Ariel Scher es periodista, narrador y docente argentino.