No cabe duda de que en el mundo hay una cierta perplejidad acerca del giro a la ultraderecha de Europa, lo que implica una conclusión muy obvia: hay votantes de izquierda que votaron a la ultraderecha, y eso tiene algo inexorable: la realidad es porfiada, y no podemos seguir diciendo que es porque no entendieron lo bien que la izquierda hizo las cosas. No fue cierto cuando lo dijo Sanguinetti en 2004, no fue cierto en 2019 cuando lo dijo el Frente Amplio, muchísimo menos cuando lo dijo Alberto Fernández, y no lo es ahora. Va por otro lado.
Jonathan Haidt es un psicólogo social y profesor de ética empresarial en la Universidad de Nueva York. Es reconocido por su investigación sobre moralidad y emociones morales, lo que se refleja en su influyente obra “The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion” (“La mente justa: por qué las personas buenas están divididas por la política y la religión”).
En este libro, Haidt explora cómo las discrepancias en valores morales esenciales, como el cuidado, la justicia, la lealtad, la autoridad, la pureza y la libertad, explican las divisiones ideológicas entre liberales y conservadores. Haidt argumenta que las personas son guiadas por intuiciones morales innatas que difieren entre culturas e impactan en nuestras diferencias políticas y religiosas.
En este aspecto, las personas tienen ciertas intuiciones morales y luego desarrollan estrategias racionales para fundamentarlas, en oposición a lo que la mayoría de las ideologías afirman. El dilema radica en la dificultad de reconocer lo negativo en lo propio y lo positivo en lo ajeno. Pero no nos adelantemos.
Ir(racional) socialismo
En su libro, Haidt propone que los liberales (asociados comúnmente con la izquierda política) tienden a enfocarse más en los valores de cuidado/protección, justicia/equidad y libertad/oposición a la opresión. Estos principios resaltan la importancia de proteger a los vulnerables, promover la igualdad y defender los derechos individuales.
Por otro lado, los conservadores (a quienes generalmente se asocia a la derecha política) suelen otorgar igual importancia a estos valores y a los de lealtad/grupo, autoridad/respeto y pureza/santidad. Estos últimos aspectos subrayan la relevancia de mantener el orden social, respetar las tradiciones y figuras de autoridad, así como preservar ciertas normas culturales o religiosas.
Haidt sostiene que comprender estas diferencias morales es crucial para fomentar el diálogo y la cooperación entre individuos con posturas políticas opuestas. Al reconocer que cada perspectiva tiene algo valioso que aportar al bienestar colectivo, podemos buscar puntos en común y soluciones más inclusivas frente a los desafíos sociales.
Haidt, recordemos, plantea que el pensamiento moral se fundamenta en intuiciones morales innatas en lugar del razonamiento lógico. Según su teoría, estas intuiciones actúan como “paladares morales” que se activan automáticamente y dirigen nuestras decisiones y juicios éticos. Haidt identifica seis pilares morales: cuidado/protección, justicia/equidad, lealtad/grupo, autoridad/respeto, pureza/santidad y libertad/opresión. Cada individuo valora estos pilares de manera única, lo que resulta en una diversidad de opiniones morales.
Defender la libertad y oponerse a la opresión es un valor fundamental que impulsa a las personas a luchar por sus derechos individuales y resistir cualquier forma de injusticia. Un activista que lucha de forma pacífica, o quizás no tanto, por los derechos civiles y la libertad de expresión, aun cuando no tenga éxito, es un ejemplo virtuoso. En cambio, un dictador que somete a su pueblo, limitando severamente sus libertades y derechos, por ejemplo, aumentando la libertad de una institución como el mercado en detrimento de la de los individuos más desprotegidos, no lo es.
Otro inconveniente (como si uno solo no bastara) es que los conservadores suelen apoyarse en los seis pilares éticos, mientras que los liberales tienden a centrarse únicamente en los tres primeros. Esto parece lógico dado que los conservadores son más propensos a mantener tradiciones y ser reacios al cambio, pero esta distinción no siempre resulta tan clara al trasladarla al espectro político derecha/izquierda. El problema es que, en efecto, ya va siendo hora de preguntarnos si es necesario seguir haciéndolo…
Leloliberalismo
Lo que Haidt evidencia con pruebas científicas es que no se trata tanto de ideologías como de tendencias conceptuales, incluso con fundamentos genéticos, que nos inclinan hacia ciertas preferencias conservadoras o liberales. Esto influye en la construcción de mitos sobre la izquierda y la derecha, mitos que son cambiantes y se renegocian con el tiempo. Esto es lo que está sucediendo ahora. Ofrecemos vino nuevo en copas antiguas...
En resumen, ciertas inclinaciones o preferencias pueden llevar a uno a adoptar posturas liberales y estos rasgos lo llevarán a ser universalista, individualista, interesado en nuevas experiencias y con una tendencia a creer que lo moralmente correcto es proteger a los más vulnerables.
Por el contrario, aquellos con tendencias conservadoras tienden a valorar lo familiar, la cohesión grupal y la responsabilidad individual. En este sentido, consideran como moralmente correcto recibir una recompensa por el esfuerzo realizado.
Un ejemplo de esto es que los liberales suelen ser más individualistas, mientras que los conservadores están más inclinados a sacrificarse por el bien del grupo al que pertenecen (familia, partido, club, siempre en la chiquita).
¿Esto quiere decir que un liberal no pueda ser un hombre de familia o una conservadora no pueda ser una mujer que disfruta de las experiencias nuevas? No, simplemente que una cosa son las personas y otras las inclinaciones, y las ideologías son ficciones que no describen individuos, y por eso ya deberíamos ir soltándolas. Por eso, no por lo que dicen los políticos...
Las personas tienen ciertas intuiciones morales y luego desarrollan estrategias racionales para fundamentarlas, en oposición a lo que la mayoría de las ideologías afirman.
Esto es porque la realidad no son los eslóganes y porque la degradación de la inteligencia llevó a que el herrerismo fuera defendido en los años 90 por un intelectual como Ignacio de Posadas y ahora por Valeria Ripoll. El chiste se hace solo.
Como la política no es el arte de decir la verdad sino el de hacer que lo voten a uno, los políticos dicen lo que creen que los votantes quieren oír y después hacen lo que quieren ellos, mientras que los votantes eligen a los que creen que los representan y después inventan las razones para justificarlo.
Yo no escuché una idiotez (uso la palabra como énfasis necesario intencional) mayor que la frase “dato mata relato”, porque un dato solamente puede ser comunicado cuando se inserta en un relato, sea numérico o no. Aislado no significa nada. ¿La frase? Una de tantas mentiras exitosas del presidente Luis Lacalle Pou, autor de grandes éxitos como “no miren para el costado”, “profesionalmente intachable”, “pasé a saludar”, “sería un mal amigo” y tantos otros. Los juegos malabares que votantes y detractores de Lacalle hacen para usar en sus mezquinas batallitas son un ejemplo del mecanismo que explica Haidt para el pensamiento moral: intuiciones y mucho trabajo posterior para justificar.
Pero es muy importante, porque eso, en manos de un político competente como Lacalle Pou, es una herramienta para manejar a sus peones para que se tiren a parar las balas de pecho, como piezas de sacrificio que son, y la realidad es que, le guste o no a uno lo que ha hecho con el país, hizo más o menos lo que dijo, salvo bajar los delitos y el déficit fiscal, benefició a los “malla oro” y todos sabemos que lo que no pudo hacer fue culpa de la pandemia.
Por mi lucha, por mi santísima lucha
Desde la perspectiva de “La mente justa”, se puede comprender el cambio de votos del pachequismo a José Mujica, de este Manini Ríos y también la migración desde la “izquierda progresista lela” europea hacia la ultraderecha zombi (tipo “zombi rápido y peligroso”, lamentablemente).
En Europa ocurre algo similar, aunque en escalas muy distintas. Para contextualizar, Europa es apenas 20% más grande que Brasil; por lo tanto, en términos latinoamericanos podríamos decir que todo está más cercano allá, como refleja la obra teatral Finlandia, que menciona que desde Madrid a Helsinki hay 4.000 kilómetros.
En contraste, la llegada de inmigrantes provenientes de Asia y África en las últimas décadas ha adquirido proporciones que pueden considerarse de invasión. Los sentimientos nacionalistas han ido en aumento, evidenciados por el progresivo estrechamiento de los bigotes ideológicos a lo largo de los años. En este contexto, es necesario mencionar un concepto que complemente al de Haidt para analizar el fenómeno.
El concepto de weird es un acrónimo que engloba a poblaciones occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas. Este término fue difundido por el psicólogo Joseph Henrich y se emplea para referirse a sociedades que suelen ser objeto de estudios psicológicos y antropológicos, pero que no representan la mayoría de la población mundial.
Por otro lado, el concepto non-weird engloba aquellas poblaciones que no se ajustan a estas categorías y pueden ofrecer perspectivas más diversas en la investigación. Henrich y otros expertos han señalado que los estudios centrados principalmente en poblaciones weird pueden presentar limitaciones en cuanto a su generalización debido a sus particularidades únicas y su carácter minoritario.
El dilema principal radica en que las instituciones occidentales como las Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud tienen culturas institucionales absolutamente weird, porque están formadas casi en su totalidad por funcionarios que son de esas sociedades o se asimilaron a sus costumbres (es muy habitual que las dirijan personas de países emblemáticamente “non-weird”, pero porque tienen el furor de los conversos).
Y como Occidente siempre fue paternalista y centralista, intenta imponer su visión a los demás, lo cual, cuando era desde Europa (centro weird del planeta) hacia Asia o África (partes emblemáticamente non-weird) no pasaba nada, pero cuando esa contradicción se les produjo dentro de su pequeño territorio, la disonancia cognitiva social (si es que el concepto puede existir) les explotó en la cara con este resultado, que no es ni tan extraño ni tan apocalíptico.
El problema no radica en que Europa misma (pues no es que los votantes hayan sido masivamente reemplazados) haya desplazado su voto hacia la incoherencia. Este fenómeno también se ha visto en Argentina, donde muchos seguidores del kirchnerismo han optado por votar a un individuo perturbado como Javier Milei, quien sostiene conversaciones con un perro muerto. Todo esto sucede porque los políticos interpretan erróneamente la sociedad a la cual deben gobernar y los electores eligen según lo que sus “mentes justas” encuentran afín.
Por eso, en Uruguay, que guarda similitudes con Europa, nos encontramos más bien en una situación peculiar, con carencias en ciertas áreas, pero con un énfasis marcado en otras. Cuando la atención política se centra en las identidades minoritarias, es natural que la mayoría se sienta excluida, pues los políticos caen en el error de descuidar a quienes conforman la base de sus votantes y son susceptibles a ser persuadidos por argumentos basados en “dato mata relato”.
Es en ese punto donde se pierden las elecciones. Por ejemplo, cuando los suecos protestan por los inmigrantes se los criminaliza por acusación de islamofobia, mientras Suecia experimenta un aumento alarmante de la violencia, y hoy es el segundo país con más asesinatos en Europa.
Paradójicamente, Francia y Alemania se han vuelto un lugar tóxico para una comunidad judía con casi 1.000 años de antigüedad por ataques a manos de inmigrantes musulmanes que reclaman ser respetados en sus costumbres (exigencia de comunidad establecida non-weird).
Otro dato: la población de Europa ya no tiene obreros, no hay casi industria, la mayoría de los trabajos son de oficina o asociados a mantenimiento, por lo que la población más frágil es de un tipo muy particular: desocupados. Y son desocupados con alta formación educativa, o sea, peligrosos si se sienten frustrados o resentidos. En España son más del 12%, y eran más del doble. Algo similar pasó en Uruguay con la capitalización del descontento por la seguridad, y con la promesa de bajar los impuestos.
La gente percibe los datos con su “mente justa”, sus intuiciones la llevan a una u otra afinidad según los ejes y luego inventa rápidamente las justificaciones para sentirse cómoda con esas afinidades; exactamente al revés de lo que nos contaron, “relato inventa dato”.
Volvamos un rato a nuestro pequeño rincón de Europa.
Goebbels pasó a saludar
La realidad es que increíblemente sí parece que nos gusta que se nos mienta y que, cito una vez más a Roberto Musso, “estamos queriendo humo y humo nos están vendiendo”. Lo mejor que podemos hacer es dejar de pelear por banderas, bajarnos de las discusiones estúpidas de las redes sociales, de los programas de panelistas. La ecuación de la política uruguaya hoy está planteada de esta manera: Marset+Astesiano+Penadés+Puerto vs Morabito+Sendic+Antel Arena+Pluna.
Cualquiera que esté tratando de igualarla, o está tratando de que lo voten y no vale la pena escucharlo porque no está usando armas nobles, o es un idiota útil que pierde un tiempo que nadie le va a devolver para que ganen esos mismos que no usan armas nobles.
Recuerde esto: le estuvieron mintiendo; ahora y siempre el relato es el que inventa los datos. Son los hechos los que están ahí, porfiados y resistiendo a la nada, pero usted sabrá de qué lado quiere estar cuando empiece a amanecer y se empiece a divisar el negro perfil del monte.
Bernardo Borkenztain es comunicador y crítico de arte.