Al expresidente argentino Alberto Fernández, Cristina Kirchner lo había bautizado con el apodo de pito duro. Ese era el mote con el que se refería a Alberto antes de que trascendiera el escándalo de su supuesta propensión a descargar violentamente sus grandes y reiteradas frustraciones sobre su compañera Fabiola Yáñez, quien ahora lo denuncia con imágenes escandalosas. Y además lo acicatea con chats que ponen en evidencia el inmenso naufragio moral del expresidente en cuanto representante superior de una dirigencia política que logró provocar el inmenso repudio en la mayoría de los ciudadanos. Sólo así se puede entender por qué el país ha llegado hoy al punto en el cual se encuentra, en manos de la antipolítica libertaria, que para nada desentona con la casta que denunció y con la que ahora se rodea para hundir aún más profundamente las magulladas esperanzas de los ciudadanos y muy especialmente de los humildes.
La acumulación de desastres llevada a cabo con lenguaje en clave progresista ha servido para desvirtuar de manera absoluta los compromisos más básicos de los sectores hegemónicos del peronismo con el pueblo.
La acumulación de desastres llevada a cabo con lenguaje en clave progresista ha servido para desvirtuar de manera absoluta los compromisos más básicos de los sectores hegemónicos del peronismo con el pueblo y los trabajadores. Y eso no es solamente mérito de la pésima gestión de Alberto. Pone de manifiesto la profunda crisis política y moral que ha convertido al peronismo en un movimiento en el cual sus sectores más combativos, el kirchnerismo y La Cámpora, sólo demostraron inmensa habilidad para conquistar el control de las principales cajas del Estado, para manejarlas como botines compartidos entre amigos. Eso es lo que ante los ojos de los ciudadanos fueron la Administración Nacional de la Seguridad Social, el Programa de Atención Médica Integral, la Administración Federal de Ingresos Públicos, Aerolíneas Argentinas, el Instituto de Obra Médico Asistencial y muchas otras instituciones con exuberantes presupuestos, mientras que en el otro extremo, más allá de las inmensas cifras que se destinaban desde el Ministerio de Acción Social para atender las urgencias sociales, la pobreza trepó hasta el 45% de la población, alcanzando la horrorosa cifra del 60% para el caso del total de los nacimientos.
Habrá que remar nuevamente contra la corriente. Y aunque lleve tiempo, esfuerzos y grandes dolores, así será. Porque las causas de la equidad y la restauración moral de principios fundamentales largamente pisoteados pueden caer en inmensos baches, pero, tal como reza el refrán, no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista.
Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos, a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1984-1986) y fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990).