¿Cuáles son las estrategias de campaña que más le servirían a cada bloque para ganar la elección? ¿Qué oportunidades y desafíos tienen el Frente Amplio y la Coalición Multicolor? En este artículo vamos a analizar las principales estrategias disponibles de cada bloque y cómo esas estrategias aterrizan en la realidad.

En un artículo anterior, en el que se consideraron los factores estructurales que explican quién está mejor posicionado para ganar la elección, se analizó la falta de un partido desafiante en las dinámicas de competencia política y cómo eso afecta la interpretación de las variables que se utilizan habitualmente para analizar el escenario electoral. Se utilizó este argumento porque es el que nos permite explicar el escenario político actual, pues otras visiones no nos resultaban apropiadas para explicar la contradicción entre la alta aprobación del gobierno y la también alta intención de voto a favor de la oposición. Es necesario aclarar que aún es una hipótesis, pues es un trabajo académico en construcción.

El argumento establece que, para poder canalizar la insatisfacción existente y así poder ganar la elección, cada bloque debe parecer el menos oficialista posible para identificarse con el cambio, pero en la actualidad, ninguno de los dos lo logra porque no hay un partido desafiante. Lo que hay son dos oficialismos que compiten para parecer la opción menos oficialista y menos mala. El Frente Amplio está en la oposición, pero es quien gobernó más tiempo en los últimos años, y la Coalición Multicolor llegó al poder representando al bloque desafiante, pero está en el gobierno. En este escenario, ¿qué le sirve hacer a cada bloque para ganar la elección?

Lo que le sirve a la Coalición Multicolor

  • Lo primero es defender la gestión de gobierno.

  • Frente a lo que no pueda defender, debe intentar desligar la responsabilidad o, al menos, pedir paciencia. Esto funciona bien por dos elementos: 1) el bloque es más nuevo que el FA en el gobierno y puede decir con más facilidad que no le dio el tiempo; 2) por la indiscutible “mala suerte” del gobierno (principalmente por la pandemia). Idealmente, lo que no es su responsabilidad debe adjudicárselo al FA.

  • Para mostrar que es el menos malo y el menos oficialista, le sirve demostrar la diferencia entre el FA que gobernó tres períodos y el actual (“el peor Frente Amplio de la historia”), tanto como insistir en que el FA no aprendió de sus errores y quedó congelado en 2019. De forma que la Coalición Multicolor siga representando el cambio.

  • Le sirve ofrecer renovación dentro de la Coalición, aprovechando su conformación en varios partidos, porque todo lo que sea nuevo tiene más credibilidad para ofrecer cambios, desconectándose de las críticas a la gestión.

  • Debe mostrar las propuestas que presente en campaña como una continuidad natural de lo hecho en el gobierno, de forma que se entienda que no se hicieron antes porque se estaban atendiendo otros problemas más urgentes o prioritarios.

Como el discurso confrontativo es poco atractivo para el electorado menos politizado que define la elección, es más efectivo defender la gestión, pedir paciencia y ofrecer renovación. Pero cuanto menos funcionen estos elementos anteriores, más confrontativo debe ser con el FA. Dicho de otra forma: para canalizar la insatisfacción por los errores por los que sí se los responsabiliza, a menor capacidad de ofrecer renovación dentro de su bloque, se debe hacer más hincapié en que el actual es la peor versión del FA. Pero para poder hacer hincapié en la peor versión del FA sin quedar como confrontativo, debe criticar diciendo que el FA es radical, porque de esta forma se puede compatibilizar la crítica al otro con la condición de ser el más conciliador y moderado.

Lo que le sirve al Frente Amplio

  • Destacar los logros de los gobiernos frenteamplistas, ayudando a reafirmar un “buen recuerdo” de dicha gestión.

  • También le sirve relativizar los errores que cometió comparándolos con los del actual gobierno. Por ejemplo, que se diga que los casos de corrupción que tuvo el FA finalmente “no eran para tanto”; o que quedó en evidencia que solucionar la inseguridad “no era tan fácil”.

  • Le sirve mostrar que aprendió de sus errores, mostrar que lo que hizo mal lo va a hacer mejor cuando sea gobierno. Esto no es lo mismo que hacer autocrítica. Es un paso posterior. Debe lograr convencer de que lo va a hacer mejor, para lo cual se requiere más contundencia que si se prometiera desde un historial limpio con el beneficio de la duda.

  • Cuando critique al gobierno, debe hacerlo con cuidado para que esa crítica no le retorne como un boomerang. Por haber sido gobierno y no ser desafiante, en cada crítica que hace se le cuestiona el derecho que tiene a hacer esa crítica. No basta con que algo sea una debilidad del gobierno para que el FA se beneficie.

  • Para obtener el mayor rédito político posible de una crítica al gobierno o de una propuesta, debe atender los siguientes factores: 1) la legitimidad, el derecho para hacer esa crítica con base en un buen comportamiento pasado o a demostrar lo mejor posible que sí se aprendió y no sólo se dice que se aprendió para sacar rédito político; 2) la relevancia del tema para la población, porque las propuestas deben estar alineadas a las preocupaciones de la ciudadanía (si no, tienen poco potencial y es más probable que el desfasaje se adjudique a oportunismo); 3) que sea una debilidad del adversario.

Dado que el FA sí puede despegarse de su gestión y reconocer errores por haber perdido y haber hecho autocrática, tiene mejores condiciones que el gobierno para seguir la estrategia óptima para captar a ese electorado poco politizado que decide la elección: ser conciliador y apelar a unir. Porque, a diferencia de otras oposiciones que sí eran desafiantes, lo que más le sirve no es ser lo más crítico posible con el gobierno. El gobierno le puede señalar un exceso de crítica y utilizarlo para alimentar el discurso de que el FA es su peor versión. Debe hacer énfasis en un mensaje de unión, ser lo más convincente posible de que va a ser un FA mejorado respecto a 2019 y –cuando critique al gobierno– debe cuidar especialmente su legitimidad para que la crítica sea efectiva.

La campaña es parte de la coyuntura, pero si miramos desde un poco más lejos, vemos que es un camino que se viene recorriendo hace mucho más. No podemos saber qué va a pasar en lo que resta de la campaña, pero, cuando suceda, quizá podamos entenderlo.

El aterrizaje

El aterrizaje de la estrategia óptima de la Coalición presenta principalmente dos dificultades. La primera tiene que ver con la estrategia del FA que busca “unir para ganar” y que su candidato sea percibido como conciliador o moderado, lo cual contrasta con la versión radical o irresponsable que el oficialismo procura instalar sobre el FA. Es probable que el reciente incremento de las acusaciones de que en el FA hay algo oculto (el programa, el candidato, las diferencias internas) se trate de una adaptación de la estrategia de la Coalición de mostrar al FA en su peor versión.

De allí que cuando el FA busca disimular sus diferencias internas (por ejemplo, con el plebiscito de seguridad social), o cuando busca minimizar errores tomando pocos riesgos, la Coalición aproveche para mostrar que el FA esconde algo. Incluso extendiéndolo a que esa versión que el FA busca mostrar, con un mensaje de unión aparentemente inapelable, es en realidad una máscara, que en todo caso resulta genuina sólo para unos pocos frenteamplistas.

En segundo lugar, la Coalición presenta dificultades para presentar una renovación que le resulte útil para crecer como bloque y poder así ofrecer cambio dentro de la continuidad. Hay algo que suele verse como una gran ventaja de la Coalición: la unanimidad en torno a que Lacalle Pou es un gran líder y un gran presidente. La conducción central del gobierno recae principalmente en el presidente y no en una “mesa de la Coalición” con sus socios, sino en un mecanismo “pico a pico” del presidente con cada uno de sus ministros y líderes de sectores, lo que le permite al presidente mantener mayor control sobre las decisiones que se tomen. En tal sentido, cuando hubo socios que mostraron diferencias públicas con algunas decisiones de gobierno, se las caracterizó públicamente como una traba para el gobierno.

Pero la contracara de esto es que todo lo que se perciba como crítica al liderazgo o al accionar presidencial sea rechazado por sus votantes. Esto hace que haya pocos incentivos para que los políticos de la coalición se posicionen con fuerza en la campaña. Paradojalmente, un discurso un poco más crítico con la propia coalición hubiera sido más conveniente para captar desencantados y crecer como bloque.

Se suman dos elementos más que han dificultado que la Coalición pudiese ofrecer cambios dentro de la continuidad: 1) los problemas que tuvieron los partidos socios de la Coalición y las fracciones del PN distintas a las del presidente, desde el desdibujamiento de la identidad del PC con la salida de Talvi, pasando por los problemas de posicionamiento y escándalos de Cabildo Abierto hasta la desintegración de Alianza Nacional y los problemas que tuvo la candidata menos cercana al presidente en la interna del PN, Laura Raffo; 2) también porque es más conveniente para cada escándalo concreto intentar depositar la responsabilidad en personas concretas en vez de presentarlo como un problema general del gobierno. Sin embargo, al reiterarse esos episodios, esa estrategia se torna menos efectiva y deja de ser una opción conveniente plantear esos episodios como un problema del gobierno en su conjunto (y, por tanto, ser más duramente juzgado por la ciudadanía), pedir disculpas e intentar remendarlo (por ejemplo, planteando reformas para prevenir futuros episodios), porque ya no hay tiempo para recuperarse antes del período electoral. Eso sólo se puede saber con el diario del lunes. Hay un punto en que el gobierno debe mantener su estrategia de desviar la atención de estos episodios y continuar con un discurso con poca autocrítica, lo que afecta las posibilidades de renovación intrabloque.

Y usted, lector/lectora, dirá. ¿Y Ojeda? Dado lo explicado anteriormente, no es lo más conveniente para alguien que busque captar el electorado dentro de la Coalición diferenciarse demasiado del resto, sólo si se aspira a un “nicho”. Es renovación sólo porque es nuevo; tiene el historial limpio y, por tanto, el beneficio de la duda. Su estrategia le sirve para crecer lo más posible dentro de la Coalición, y a la Coalición misma le sirve para darles aire fresco a sus propios votantes, para generar entusiasmo. Pero no parece ser suficiente para que el bloque crezca, captando a votantes desencantados con la Coalición, porque no es sustantivamente distinto. Además de que no ha trabajado en construir una imagen presidencial; eso, sumado a querer llamar demasiado la atención, puede ser una combinación peligrosa para proyectarse hacia el futuro (algo similar le sucedió a Sartori).

En cuanto al aterrizaje del FA, su estrategia ha sido un tanto más errática. Por un largo tiempo el FA encontró dificultades para entender qué tipo de oposición le convenía ser. A diferencia de lo que sucedía con oposiciones que sí eran desafiantes, cuando el FA criticaba al gobierno, se le cuestionaba su pasada gestión y su derecho a oponerse. Siendo oposición, muchas veces era responsabilizado por falencias o reclamos que la población tenía con el gobierno (igual que le pasó a la oposición del primer gobierno frenteamplista). Con un FA que recién salía de su proceso de autocrítica, el gobierno empezó a tener crisis y escándalos, y el FA debió aprender a que ser una oposición muy crítica ya no era lo más redituable. Cuando fue percibido por la ciudadanía como demasiado crítico, se encontró con que sus críticas no tuvieran efecto esperado, y que se lo vuelva a acusar de criticar sin derecho a hacerlo, e incluso, de oportunista. El FA ha tenido que aprender a ser una oposición distinta a la que fue cuando era oposición y a la que tuvo en los dos últimos gobiernos frenteamplistas.

Tuvo que hacer estos aprendizajes, enfrentando muchas tentaciones e incentivos para no hacer lo que más le sirve como partido. Hay una contradicción entre justificar o alivianar errores del pasado con errores del actual gobierno, y lograr ser convincente de que se aprendió de los errores para hacer una mejor gestión. La mejor receta para ganar es la segunda (mostrar el aprendizaje), aunque es la menos tentadora por ser la más difícil.

También el FA tuvo el desafío de las elecciones internas percibidas como las más inciertas. La fuerte demanda de unidad del electorado frenteamplista hizo que los candidatos no se diferenciaran discutiendo entre sí, sino que ejercieran su rol de oposición contra el gobierno, intentando cautivar así al electorado frenteamplista. Por un largo tiempo, porque la competencia de las internas es el tramo más largo de una campaña, en el FA hubo incentivos para ser más duro y confrontativo de lo que le convenía como partido.

El FA también tiene diferencias internas más prominentes que los demás partidos, que como vimos, la Coalición busca enfocarlas y señalarlas como un problema. Cuando el FA intenta disimularlas, se le señala que está escondiendo algo, que no muestra sus verdaderos colores, y que no es tan conciliador como quiere mostrar. También está la tentación de buscar la inercia cuando se es favorito en las elecciones nacionales, porque “equipo que va ganando no se toca”. Cuando no propone suficientemente y con contundencia, no logra convencer (a un electorado cada vez más escéptico) de que va a ser un FA distinto y mejorado. También así alimenta la estrategia de lo oculto en el FA, lo vacío de sus propuestas, y con el tiempo, si no se percibe que el FA está teniendo una actitud fuertemente propositiva, decirle a la Coalición “que en vez de proponer cambios los implemente ahora que está en el gobierno”, se vuelve un argumento con menos fuerza.

La campaña es parte de la coyuntura, pero si miramos desde un poco más lejos, vemos que es un camino que se viene recorriendo hace mucho más. No podemos saber qué va a pasar en lo que resta de la campaña, pero, cuando suceda, quizá podamos entenderlo.

Delmira Louis es candidata a magíster en Ciencia Política por la Universidad de la República.