¿Cuál es la concepción de la vida humana que la enorme mayoría de quienes están leyendo esta nota compartimos? Con seguridad, la que descubrió Alfred Russel Wallace y que Charles Darwin sistematizó en su teoría sobre la evolución de las especies. En esencia, es sencillo resumirla. Hace 4.000 millones de años, más o menos, no importa mucho (quién puede imaginarse lo que son tantos años juntos), por una causa que desconocemos hasta el momento, apareció el primer organismo vivo en el planeta. Pudo haber sido por la interacción de elementos ya existentes en la Tierra, por la influencia de algo que llegó del espacio y despertó la vida aquí en nuestro planeta, por la llegada de ese algo ya vivo extraplanetario o, para los creyentes en un ser superior, por un acto de creación de un poder cósmico que algunos llaman dios.

Ese organismo primero comienza su reproducción, se duplica, cuatro, ocho y en poco tiempo, en apenas 30 movimientos ya hay un billón, cifra significativa para que comenzara el baile de la vida con mutaciones aleatorias que derivaron en las especies que han existido desde entonces. Todos nosotros asumimos que los humanos venimos de allí; salvo quienes sostienen que los sapiens son la creación de dios, una narrativa opuesta a la construida por la ciencia moderna.

Hasta el descubrimiento de las técnicas que permitieron a los humanos diseñar especies artificialmente, primero vegetales y luego animales, todas vienen de ese proceso milenario de mutaciones genéticas aleatorias, adaptaciones más eficientes al entorno de algunas mediante selección natural, y fracaso de la mayoría que no logró sobrevivir.

La nuestra, el Homo sapiens, aprendió a realizar atajos en esta cadena del ser. Primero utilizó el método de hibridación de vegetales y cruces de animales para crear nuevas especies, saltando así la selección natural.

Actualmente, el diseño artificial se realiza por ingeniería genética y recientemente dos científicas, la bioquímica Emmanuel Charpentier y la genetista Jennifer Doudna, descubrieron una nueva técnica que por sus iniciales se denomina CRISPR. Según sus propias palabras, este método revolucionario de ingeniería genética no solamente permite practicar mutaciones selectivas sobre cualquier especie, sino que (el sapiens es una especie más), inaugura la posibilidad de “diseñar humanos” actuando sobre nuestro ADN, y aclaran que “esto no es ciencia ficción”. Llegamos al punto en que somos capaces de modificarnos a nosotros mismos y crear nuevas especies de Homo. Hemos conquistado el poder, el conocimiento y la técnica de alterar la cadena evolutiva artificialmente en un tiempo que apenas va de una generación a otra. Nuestros descendientes ya no serán necesariamente como usted, su hermana o sus ancestros que tienen el mismo ADN desde hace más de 70.000 años. Si lo deseáramos serán sapiens genéticamente modificados y formarán una especie diferente.

Este método revolucionario de ingeniería genética no solamente permite practicar mutaciones selectivas sobre cualquier especie, sino que inaugura la posibilidad de "diseñar humanos" actuando sobre nuestro ADN.

Ya es común crear nuevas especies de vegetales para resistir mejor la falta de agua o ser inmunes a tal insecto; es corriente también diseñar animales que producen enzimas para prevenir enfermedades o para que sus órganos trasplantados sean compatibles con el cuerpo humano. El paso siguiente es corto, utilizaremos CRISPR para transformar nuestro genoma y prevenir enfermedades incurables como Alzheimer, Parkinson o el cáncer. Y aunque no lo hagamos, con toda la diferencia que ello implica, el solo hecho de poder hacerlo, de saber que la posibilidad es una realidad, nos sitúa radicalmente en un mundo posdarwinista también para los humanos.

Hay otros dos caminos para llegar a la misma conclusión. Craig Venter, considerado uno de los pioneros en la secuenciación completa de nuestro genoma, dejó una marca indeleble en la ciencia cuando hace más de una década anunció la creación de vida sintética. Su equipo logró diseñar por ordenador un genoma artificial muy sencillo que fue implantado en una bacteria a la que habían previamente despojado de su ADN original. Este experimento dio lugar a un nuevo organismo diseñado digitalmente. Sin embargo, este hecho generó debate. Se cuestionó si realmente se había creado vida de manera sintética, ya que el experimento se realizó sobre una célula que ya poseía vida biológica. Diez años después, en 2021, el Instituto Craig Venter, en colaboración con el MIT, logró un avance mayor. Anunciaron la creación completa de un organismo unicelular sintético, capaz de reproducirse por sí mismo. Este hito representa la primera célula viva artificialmente creada desde materia inerte utilizando tecnología digital. El organismo está compuesto por 480 genes. Según una de las coautoras de la investigación, lo que buscan es “comprender las reglas fundamentales del diseño de la vida. Si esta célula nos ayuda a descubrirlas, estaremos un paso más cerca de nuestro objetivo”.

Usted que está leyendo, ¿cree que esto es vida? Pero ya no es cuestión de creer o no creer, de nuevo aquí hay que repetir la frase de Charpentier y Doudna: esto no es ciencia ficción. Darwin no sospechó que podríamos generar algo parecido a aquel puntapié inicial de la vida terrestre de 4.000 millones de años atrás.

En paralelo a la capacidad de la ingeniería genética para diseñar especies, y a la fusión de los universos digital y biológico, el tercer camino es el desarrollo digital puro y duro de sistemas artificiales de inteligencia general compleja. El recorrido de este carril aún está en tránsito, y es algo diferente a los dos anteriores porque aún no se ha concretado cabalmente. Se trata del diseño de sistemas artificiales que alcancen inicialmente inteligencia capaz de resolver problemas complejos de cualquier origen y que, paso siguiente, inaugurarán algo que llamamos superinteligencia, por no saber cómo nombrarlo. Serían sistemas que superarían a los sapiens en inteligencia y que por su capacidad de aprender, de autodiseñarse y de procesar información a velocidades impensadas, se constituirían en los agentes de mayor poder del planeta.

¿Llamaremos a esto vida? Muchos lo niegan; otros tantos, científicos y filósofos, tienen pocas dudas de que estos sistemas inaugurarán nuevas formas de vida. Sistemas digitales con conciencia de sí, emocionales, con agencia propia y capaces de replicarse. Otro tipo de vida, pero vida al fin.

Los tres caminos mencionados, el de la modificación genética artificial de las especies, incluida la nuestra, el de la fusión de los campos digitales y biológicos, y el de la generación de la vida artificialmente, han alterado profundamente los fundamentos de la vida tal como la entendíamos. Otro paradigma desde donde pensarla ya surgió, y la vida hoy tiene significados antes inimaginables, que hasta hace poco eran apenas ciencia ficción, como cuando a algún loco se le ocurrió que en realidad era la Tierra que orbitaba y no viceversa.

Felipe Arocena es profesor titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.