En estas épocas de cambio de signo político partidario han surgido en espacios de la diaria voces que proponen posturas y formas de trabajo de cara al futuro y en pos del “desarrollo”. Esta breve comunicación tiene por objeto poner en relieve la urgente necesidad de una mirada integral e integradora, reconocer las múltiples interacciones que tienen nuestras acciones sobre el ambiente y cómo su buena calidad es un diferencial que estamos perdiendo como sociedad uruguaya.

Hoy abundan las noticias relacionadas a las floraciones de cianobacterias, su impactante desarrollo en los diferentes cursos de agua, fundamentalmente en los embalses construidos en el río Negro o Salto Grande, pero también hay floraciones de esa magnitud en ambientes con menos prensa, como el embalse de India Muerta, la laguna Merín o las costas del río Uruguay y del Río de la Plata. Esas floraciones son tóxicas, tienen efectos en la salud (dérmicos, neurotóxicos y hepatotóxicos) de quienes no tienen otra opción y, por ejemplo, no pueden acceder a vacacionar en la costa atlántica o en una piscina.

Estas grandes floraciones tienen unas pocas décadas, son “nuevas” y son causadas por un enlentecimiento de los ríos debido a la construcción de embalses; el auge que registran es propiciado por un sistema agroexportador basado en el uso de insumos (fertilizantes y pesticidas). Si a esta situación de embalsamiento y muchos nutrientes en el agua le agregamos que en las zonas altas de las cuencas de los principales ríos tenemos forestación, que consume un porcentaje relevante del agua que debería recargarlos, podemos llegar a la situación paradójica que se padeció en la zona metropolitana del país de no contar con agua potable.

¿Es posible revertir la situación de nuestros ríos y embalses? La respuesta basada en la ciencia es sí, prueba de ello es que en algunos lugares del mundo se han revertido situaciones de igual o peor magnitud.

Como ya se mencionó en reiteradas ocasiones en base a múltiples argumentos, la toma de agua en Arazatí (con o sin el mal llamado pólder, que no es más que un embalse) no es una solución. Si no miramos el efecto integrado de las diferentes acciones, si no cuantificamos los beneficios y costos asociados al conjunto de actividades que pretendemos desarrollar, terminaremos validando acciones que son negativas para la gran mayoría y beneficiosas para unos pocos.

Estas floraciones afectan a las comunidades acuáticas, generan problemas sanitarios, perjudican el turismo, complican a OSE en la potabilización del agua, dañan la pesca y el ganado que bebe en estas aguas contaminadas. Entonces, estamos ante una decisión de qué camino tomar. ¿Es posible revertir la situación de nuestros ríos y embalses? La respuesta basada en la ciencia es sí, y prueba de ello es que en algunos lugares del mundo se han revertido situaciones de igual o peor magnitud.

El Ministerio de Salud Pública, el de Turismo, el de Ambiente, junto con los que habitualmente toman las decisiones sobre el desarrollo territorial, deberían llegar a una mirada integradora que permita generar las políticas públicas al respecto, junto con una ciudadanía informada, organizada y activa. Algo que no podemos darnos el lujo de hacer es seguir proyectando actividades a gran escala sin analizar los beneficios y los maleficios individuales y agregados que se generan por el conjunto de actividades.

Ángel Segura es docente e investigador del Departamento Académico Modelización Estadística de Datos e Inteligencia Artificial (Media) del Centro Universitario Regional del Este de la Universidad de la República. Carla Kruk es docente e investigadora del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias, del Media y del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Claudia Piccini es directora del Centro de Investigación en Ciencias Ambientales del Clemente Estable.