Pasan las imágenes. Las horas pasan mirando la pantalla de un celular. Comediantes haciendo “humor”. Extractos de contenidos de programas que intentan “cazar” a alguien para que los vea completos y que no se quede solamente con ese “gancho” del programa. Aparecen noticias de la muerte del Kevin y sus seguidores haciendo un cortejo fúnebre que lo acompañará hasta su última despedida. Escenas de guerra en tiempo real, con niños llorando mientras piden comida con una lata en sus manos. Evangelistas rezando y pidiendo por una mejor vida para todos (menos para los promotores de la “ideología de género”). Coreografías que hacen recordar los trencitos de las fiestas de casamiento o los bailes de los parodistas en carnaval.

Nos guste o no, estamos viviendo en una realidad mediada por estas lógicas rápidas y efímeras del Tiktok y el reel. Quedar por fuera de “este mundo” es estar fuera del mundo para millones. Estar desconectado puede generar una ansiedad en quien no tenga al instante la vista de una historia (cualquiera sea ella). No sólo es simulacro de vida, es una vida que se vive a través de la pantalla. Lo novedoso de este hecho social es que en cualquier lado alguien puede cargar ese aparato para dar rienda suelta al zambullirse en la nada misma; es fácil y portátil. Hace unas décadas se hacía mirando la pantalla de un gran televisor.

La inteligencia artificial también brinda facilidades para millones de seres humanos y crea situaciones que parecen maravillas inusuales. El problema no es esa nueva tecnología, sino los usos que se le brindan y la relación que se establece con ella. El problema surge cuando la dependencia es absoluta porque no se puede prescindir de ella. Sabemos que esta tecnología es utilizada hoy por miles de profesionales: periodistas, abogados, docentes, entre otros. Se ha transformado en un problema para las generaciones que no saben hacer un trabajo sin consultarla o directamente en los últimos tiempos que la tecnología les haga el trabajo.

Mirando durante horas esa pantalla, que puede destilar odio o maravillas desconocidas, es que en plena noche de un sábado llegan correos o mensajes de directivos dando sugerencias para encarar mejor el trabajo que se viene. Muestran las vidas de lujo y consumo, inaccesibles para cientos de miles que viven entre el barro y los desechos, pero que sueñan salir de allí con un golpe de suerte, mientras los lavadores de dinero están en Punta del Este o en las Torres Náuticas de algún barrio privado cercano a la ruta interbalnearia.

Otra vez Colón

El mundo dinamita está atravesado por uno que se mantiene desde hace siglos. Es el mundo que se inició con la conquista de América con el mitológico relato de Cristóbal Colón y su encubrimiento de América, al decir de Enrique Dussel. Ese proceso histórico es crucial para entender lo que sucede en el mundo actualmente. Esa usurpación de las riquezas que los europeos arrancaron de estas tierras a los “pueblos atrasados” que necesitaban ser civilizados marca una herida que continúa sangrando: la herida colonial.

Internarse en estas temáticas profundas no es una tarea sencilla en una sociedad que, como vimos antes, está acostumbrada al Tiktok, los reels y que resuelve sus problemas a través de la inteligencia artificial. El pesimismo o algo que muestre aspectos negativos de la vida o de la historia tampoco suele ser bien recibido.

En cierta medida, algunas corrientes de las humanidades son parte de un movimiento crítico de lo que ocurre en la sociedad. Al menos cuando se realiza un trabajo de forma sistemática y profunda se llega a posiciones que cuestionan lo que está aconteciendo en nuestras sociedades. Un ejemplo de esto es lo que sucede con las investigaciones que se hacen respecto de la problemática relacionada con el lavado de dinero y activos. Estos estudios muestran evidencia que hace referencia a que grupos con mucho poder económico y simbólico están detrás de estos hechos. Sin embargo, las miradas siempre se colocan sobre los eslabones más débiles de la cadena.

La disputa pedagógico-política es ideológica y por eso seguirá presente una y otra vez en nuestra sociedad.

El ataque a las posiciones de un saber crítico no es novedoso. Las críticas también se centran y llegan a los centros educativos públicos. Es allí donde más se insiste en que Cristóbal Colón es un hecho del pasado y que por eso los jóvenes se aburren y dejan de ir a clases. No les pasa lo mismo a otros jóvenes que entienden la importancia de comprender el avance y la colonización europea en América.

Los “jóvenes que se aburren” muchas veces no logran decodificar un mensaje que se brinda para pensar la sociedad en la que vivimos (la historia es historia del presente o no es), los segundos tienen en sus trayectorias de vida otros elementos que les permiten sortear el inmediatismo del celular.

Lo que está detrás de esta posición es lo siguiente: “El conocimiento que no se puede medir o definir como una destreza vinculada al trabajo es considerado irrelevante y los docentes que se niegan a implementar un plan de evaluación estandarizado que juzga a los jóvenes a través de medidas ‘objetivas’ son juzgados de incompetentes” (Henry Giroux). Esto se relaciona con lo planteado por Mijail Bajtín acerca de la trayectoria de las ciencias humanas: su objeto son fundamentalmente “textos” y “signos”. Por eso evaluar una ciencia humana mediante un objeto (ejemplo: una maqueta) es un absurdo.

Hay que volver a insistir en la idea y el análisis que hiciera Pablo Gentili acerca del desprecio que se ha instalado por lo público en nuestras sociedades. Es el desprecio que se instaló para que Jair Bolsonaro llegara a la presidencia de Brasil o para que Javier Milei destile su odio masivo contra las instituciones públicas y contra símbolos colectivos que recuerdan que otra sociedad es posible.

Se reclama que a la mayoría de los estudiantes no se les brinde todo el conocimiento de la humanidad, sino que se les brinde simplemente unos pocos y concretos elementos del conocimiento general (una maqueta sobre un proceso histórico complejo) para que puedan ingresar en el mercado laboral. Lo que no se dice es que casi es seguro que el mercado laboral no los necesitará porque su formación es de pésima calidad, porque se les brindó una educación pobre en donde muchas veces no se ponen límites, porque son mal vistos y tampoco se reclama un esfuerzo para poder estudiar porque se cree que “no podrán aprender”, pero tampoco se crean horas de apoyo para poder dedicar más tiempo a los que lo necesitan y quieren hacerlo.

Hace unos años, una politiquera nacional afirmaba que con los celulares los adolescentes no necesitaban ir a los centros educativos pues con ese aparato podían convertirse rápidamente en influencers. Actualmente se invita a no trabajar los procesos que estudian a Cristóbal Colón y nos invitan a mirar reels y tiktoks. Estas redes serían buenos personajes para una novela que tuviera una trama intrincada, diera vueltas y terminara siempre en el mismo lugar.

La disputa pedagógico-política es ideológica y por eso seguirá presente una y otra vez en nuestra sociedad.

Héctor Altamirano es docente de Historia.