“El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin librar una sola batalla”. Esta máxima está incluida en un libro muy difundido en la actualidad y resume la concepción de antiquísimos escritos militares chinos atribuidos al estratega Sun Tzu (aunque dicen también que son la suma de varios escribas jefes militares). Está en las antípodas del pensamiento occidental y responde a una concepción oriental de tipo taoísta. Es una cultura de vida. En Occidente la denominamos lógica paradojal. Se trata de cuestionar el segundo principio de la lógica formal, que afirma que un ente es A o no A. En esta tradición filosófica oriental, el ente, las cosas, pueden ser A y no A al mismo tiempo. En buen cristiano, o mejor dicho en buen chino: el símbolo del yin y el yang de alguna manera expresa simbólicamente esta mirada. Un círculo en cuyo interior se ven dos formas entrelazadas, una negra y otra blanca, dentro de las cuales hay un pequeño círculo del color opuesto. Un enfoque militar que elude la confrontación directa, no se propone aniquilar al enemigo, y responde a una economía del uso de la fuerza. El menor derramamiento de sangre.
En la guerra, lo principal no son las armas, son los hombres, sostenía el general vietnamita Vo Nguyen Giap. Este “arte” brillantemente aplicado por los vietnamitas le costó una paliza monumental a Francia, que padeció hasta la caída de Dien Bien Phu; luego, otra paliza a los norteamericanos, que agonizaron hasta la caída de Saigón. En Corea no les fue mejor.
Fue muy tardíamente que las escuelas militares británicas y norteamericanas descubrieron la obra del capitán Basil Lidell Hart. Su “estrategia de la aproximación indirecta” podría haber sido clave para los ejércitos aliados. Sin embargo, las teorías de Basil Liddell Hart no fueron apreciadas en su momento por el Ejército británico, de naturaleza estratégica muy conservadora. Fue perseguido y espiado en su momento para luego de muchos años ser nombrado caballero del Imperio británico. Suele ocurrir con los pioneros de ideas nuevas y renovadoras.
Este parece ser el caso de Uruguay y su mercado regulado del cannabis, que Canadá ya adoptó, así como lo han adoptado más de 34 estados de Estados Unidos. Alemania dio un paso como muchos en el cannabis medicinal, Marruecos está por legalizar, Países Bajos renovó su modelo. “La guerra ha terminado”, fue el título de un film en que Ives Montand era protagonista. Las mentes rígidas que juegan a la guerra, incluida la pena de muerte para ofensores menores, también han terminado. La manipulación política y alarmista, del moralismo prohibicionista, se está acabando. El uso demagógico de títulos rimbombantes para hacerse los malos, también. Los y las policías saben mucho más de esto y de la pesada mochila de guerreros que van una y otra vez a perseguir a los jóvenes, pobres y perejiles, y ven que no se está pegando arriba. Eso sí desmoraliza.
Es la hora de la regulación de los mercados ilícitos, del enfoque de derechos humanos y salud pública en políticas de drogas y de la articulación con el desarrollo humano. Hora de adoptar definitivamente el modelo de reducción de daños y gestión de riesgos. El documento aportado en UNGASS 2016 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “Políticas de control de drogas y desarrollo humano”, es brillante. Muy lejos de la guerra.
Occidente se ha caracterizado por todo lo contrario. Richard Nixon, el 18 de junio de 1971, lanza la “guerra contra las drogas”. La crisis de salud y seguridad luego del intenso tráfico de heroína desde el triángulo del Sudeste asiático (realizado incluso en aviones de la fuerza aérea) fue y sigue siendo un modelo muy marketinero, que supone el incremento de la fuerza y la violencia, incluida las fuerzas militares, para supuestamente aniquilar la producción, tráfico y consumo de sustancias psicoactivas. Ya sabemos que eso también es la puerta para la corrupción a todos los niveles. Atacar la corrupción a nivel público y privado y el activo control del lavado de activos son clave, no de una guerra, sino de una inteligencia que intenta pegar en los eslabones fuertes pero vulnerables del crimen organizado. Que gira no sólo en drogas. Armas, trata de personas, contrabando y estafas. Algunas más voluminosas y dañinas, como las “conexiones” que padecemos hoy. Disculpen: qué pavorosa lentitud para hacer justicia con los ricos y poderosos. Si fuera el Brian o el Kevin, ya estarían en el Comcar.
Como suele ocurrir a lo largo de la historia, Estados Unidos trasladó un problema de seguridad interna hacia el exterior, desplegando equipos, aviones, tecnología, entrenamiento desde el Cono Sur y otros puntos que fueron sustituyendo la lucha contra el comunismo por la lucha contra el narcotráfico. Dicho sea de paso, Estados Unidos ha realizado cerca de 400 intervenciones militares desde su independencia. Dicho sea con un paso atrás, China ha realizado dos y sólo ha construido una base militar en Djibouti.
El Plan Colombia significó la inversión de 16.000 millones de dólares, y presencia militar norteamericana. Duró diez años. Generó una Comisión de la Verdad por los excesos cometidos. Un fracaso. El presidente Juan Manuel Santos no renovó el Plan Colombia en 2010 a pesar de las fuertes y agresivas acusaciones del ultraderechista Álvaro Uribe. En 2012 se celebró en Cartagena y bajo su presidencia la Cumbre de Jefes y Jefas de Estado donde se acordó solicitar al secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, la elaboración, con ayuda de un equipo de 46 expertos de todos los enfoques, de un informe sobre las drogas en las Américas, que fue entregado en 2013 en la Asamblea General de la OEA realizada en Antigua, Guatemala. Allí se plantean cuatro escenarios posibles hacia el futuro. Uno de ellos es la regulación de los mercados, como lo había iniciado Uruguay. Fue precisamente con Colombia, Guatemala, Ecuador, Bolivia, México y Argentina que conformamos un bloque latinoamericano que consiguió algunos avances en UNGASS 2016. No conseguimos, junto a la Unión Europea y Suiza, revertir la pena de muerte y la promoción del modelo de reducción de daños. Tampoco la descriminalización para la dosis de uso personal.
Es la hora de la regulación de los mercados ilícitos, del enfoque de derechos humanos y salud pública en políticas de drogas y de la articulación con el desarrollo humano.
Liberales eran los de antes
Milton Friedman, el padre del liberalismo, fundador de la Escuela de Chicago, advertía en 1972 que era imposible acabar con el tráfico de drogas y que la prohibición era la peor estrategia para usuarios y no usuarios; 17 años después afirmaba que la epidemia del crack se habría evitado de ser legal la cocaína. También dictó cátedra sobre la fallida guerra contra las drogas. Lo siento, doctor Carlos Negro, mucho antes que tú.
Destacadas personalidades que conformaron la Comisión Global por políticas de drogas –Kofi Annan, Ruth Dryefus, Fernando Henrique Cardoso, Mario Vargas Llosa y otros/as– afirmaron: “La guerra global a las drogas ha fracasado, con consecuencias devastadoras para individuos y sociedades alrededor del mundo. Cincuenta años después del inicio de la Convención Única de Estupefacientes, y 40 años después de que el presidente Nixon lanzara la guerra contra las drogas del gobierno norteamericano, se necesitan urgentes reformas fundamentales en las políticas de control de drogas nacionales y mundiales. Los inmensos recursos destinados a la criminalización y a medidas represivas orientadas a los productores, traficantes y consumidores de drogas ilegales han fracasado en reducir eficazmente la oferta o el consumo”.
Le guste o no al señor ministro del Interior, Nicolás Martinelli, Uruguay tiene un prestigio ético y político en el terreno de las políticas de drogas. Me comprenden las generales de la ley. Uruguay ingresó a la Comisión de Estupefacientes del Ecosoc de Naciones Unidas en 2008 y promovió (con oposición dura) una declaración sobre “debida armonización de los organismos e instrumentos de derechos humanos con las políticas de drogas” (Resolución 51/12). Lideramos la crítica y las propuestas alternativas al prohibicionismo y a la “guerra contra las drogas”. Además, siempre promovimos un debate sin tabúes y prejuicios para realizar un balance serio sobre la estrategia internacional de fiscalización de drogas. UNGASS 2016 fue la tercera Asamblea General Extraordinaria sobre el problema mundial de las drogas (en la historia de Naciones Unidas hubo 30 asambleas extraordinarias).
El debate y la experiencia abren caminos. En 2021, luego de combatir incluso el léxico de reducción de daños, Regina LaBelle, directora interina de la oficina de drogas de la Presidencia, estableció las prioridades de política de drogas de la administración Biden, que por primera vez incluyeron la reducción de daños como un elemento central de la política de drogas.
Kofi Annan, que en UNGASS 98 brindó por un “mundo libre de drogas”, tuvo la honestidad intelectual de reconocer su error y en base a la experiencia mundial, antes de la reunión de UNGASS 2016, escribió el artículo “Porque es hora de legalizar las drogas”: “La prohibición ha tenido poco impacto en la oferta y demanda de drogas. Cuando en algún lugar los organismos de seguridad avanzan, la producción de las drogas simplemente se traslada a otra región o país, el tráfico de drogas pasa a otra ruta y los consumidores cambian de droga. La prohibición no ha reducido considerablemente el consumo. Los estudios han fracasado una y otra vez a la hora de establecer un vínculo entre la dureza de las leyes sobre drogas de un país y sus niveles de consumo. La criminalización y el castigo generalizados de las personas que consumen drogas –las cárceles masificadas– significan que la guerra contra las drogas es, hasta cierto punto, una guerra contra los consumidores: una guerra contra las personas”.
Estos hechos y enunciados sucedieron muchísimo antes de que Negro dijera esa verdad clara, contundente y renovadora, en línea con los avances en el debate mundial sobre drogas y afín con el avance de modelos humanos, eficaces y eficientes. Antes también de que Martinelli –ignorante de los desafíos en políticas de drogas– se dedicara a chicanear burdamente al futuro ministro. Es evidente que no conoce el arte, ni de la guerra ni de la vida y la convivencia.
Milton Romani Gerner es licenciado en Psicología. Fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.