Queridos colegas profesores de filosofía de Uruguay, especialmente. Pero me gustaría que leyeran esto los alumnos de Enseñanza Media Superior, padres y demás personas de Uruguay, también.
Siento que tengo que decirles algo sobre la asignatura Filosofía y también de Crítica de los Saberes que tendrán que dar o cursar este año, con un programa “nuevo”, improvisado, y custodiado por dos columnas de competencias que han de adquirir y de logros que deberían demostrar, que generalmente tienen poco que ver con el sentido de la Filosofía para todos.
Aunque tengo mis 82 años y 26 de jubilado de “dar” Filosofía en Secundaria, e incluso de haber sido inspector en los últimos años del siglo pasado y haber seguido escribiendo y colaborando con colegas uruguayos y extranjeros, no me gusta dar consejos a lo viejo vizcacha. Y, sin embargo, voy a hacer ese ridículo… porque contra las competencias de obediencia, y contra esa normalidad, está Filosofía en secundaria.
Por suerte, la filosofía se sigue definiendo en el programa actual como una escuela de libertad, como dijo hace tanto Federico Mayor, como camino a la mayoría de edad, como emancipación y entusiasmo, como querría Kant. Por eso, antes se decía: “el programa no encadena al profesor” y, como rezan todos los nuevos: “El presente programa tiene como finalidad acercar a los docentes las orientaciones…”. Es que no es posible liberar a otros siendo mero sirviente.
Las características propias de lo filosófico en la enseñanza son su anormalidad, la resistencia a dejarse encuadrar en lo ordinario, la mera rutina, a caer en formalismos y rigorismo.
Por eso quiero poner a disposición de todos algunas ideas respecto de lo filosófico en las aulas de secundaria, basado en una investigación de 2011, sabiendo que los estudiantes le piden que los ayude “en su desarrollo personal”, que sostenga su “motivación”, que les dé “apertura”, valore sus “dudas”, que se les enseñe más “a conocer” que “conocimientos”, y piden que el espacio de aula sea “abierto”, “tranquilo”, “libre”, que se pueda hablar sin vergüenza y escuchar; valoran la discusión en clase, el diálogo, el debate... y que sea “fermental”, con un ritmo propio.
Las características propias de lo filosófico en la enseñanza son su anormalidad, la resistencia a dejarse encuadrar en lo ordinario, la mera rutina, a caer en formalismos y rigorismo. De modo que un aula filosófica debería ser fermental, enseñar a vacilar para entrar a puerto, decía Carlos Vaz Ferreira. Cuando lo filosófico inficiona el aula, se recupera la oralidad, en imprevisibles diálogos entre todos; entre ilimitados interlocutores, sin cierre a los demás. Cada curso y clase es un original, vive en el debate siempre con distintos interlocutores, siempre en variación. Y sin garantía, en inseguridad, lo que funcionó aquí puede fallar allá. Todo es discutible, siempre ante la incertidumbre o la sospecha. Otra característica es la radicalidad, ir siempre a las raíces. Salir del ámbito del hombre occidental, del cierre en la historia de la filosofía; plantearse la existencia y el pensar de otro; y los temas dejados en la oscuridad como el género, la colonia...
No se selecciona el interlocutor filosófico; la filosofía no es para algunos: es un permanente diálogo sin tribunal final.
En suma: la filosofía implica cuestionarse nuestra enseñanza. Por eso, ya se elija el plan de Filosofía y Crítica de los Saberes de 2006 o se opte por el de 2023-2024, liberado de las exigencias formales de “competencias” y “logros”, y dado que ambos programas nos dan orientaciones pero también libertad para enseñar a filosofar, como ya vimos, hagamos que sean filosóficas nuestras clases, vitales, creativas, inquisitivas, imprevisibles por uno u otro camino. Fundamentando en serio, que el aporte filosófico es libertad y vida y no cumplimiento de criterios formales que nos hagan competentes. Para filosofar todos son competentes y al filosofar compete meterse con todo.
Mauricio Langón fue inspector de Filosofía de educación secundaria.