"Compatriotas residentes en el país y en el exterior. Pueblo uruguayo. Señoras y señores”. Así comenzó el discurso que dirigió Yamandú Orsi a la Asamblea General en ocasión de asumir la presidencia el 1° de marzo. El guiño a la comunidad uruguaya residente en el exterior, la apelación emocional y argumental son evidentes en las primeras 20 palabras del mensaje presidencial. Es la idea de un Uruguay concebido mucho más allá de los límites territoriales, gesto anticipado —además— por la vicepresidenta Carolina Cosse al dirigirse a los uruguayos “estén donde estén”.
El gobierno se estrenó tomando la bandera. La lucha por el derecho al sufragio de las y los uruguayos, sin importar dónde residan, no comienza hoy. Se inspira en la acumulación de miles de compatriotas, dentro y fuera del país, y está recogido en los programas del Frente Amplio desde 2005.
Uruguay ha sido históricamente un país de vanguardia en materia de reformas electorales. Sin embargo, hoy Uruguay y Surinam son los únicos países en Sudamérica que no reconocen a su diáspora el derecho al sufragio, situándose en los márgenes de la tendencia internacional y de la realidad de 177 países que han aprobado mecanismos de sufragio a distancia.
Muchos han sostenido esta causa que hoy se trasluce en las primeras palabras del gobierno electo. Pocas palabras, entendidas inmediatamente por la diáspora uruguaya expectante; carácter y voluntad política del gobernante, sensibilización que pueda llevar a acciones institucionales concretas. Una oportunidad impostergable para ensanchar la agenda de derechos ciudadanos.
Esta columna no pretende, ni de lejos, analizar el discurso, naturalmente complejo, cuidado, que dio cuenta de nuestra historia profunda, del pasado reciente, la tradición democrática, las urgencias y hasta de la propia peripecia personal del flamante presidente. El único propósito es reparar juntos en la promisoria interpretación de “lo internacional”, que parece ir más allá de las ya relevantes relaciones internacionales.
Las invitaciones cursadas y su extraordinaria respuesta y la consecuente presencia récord de una multitud de mandatarios y representantes extranjeros se compadecen con la jerarquía que le asignaron a la dimensión internacional tanto el presidente Orsi como el canciller Lubetkin, e incluso futuros legisladores, con una gestualidad explícita de puertas abiertas y puentes tendidos.
Un centenar de países que integran las Naciones Unidas enviaron representación de alto nivel. Catorce presidentes, representantes de 21 organismos internacionales y regionales y decenas de empresarios de primer nivel. Tres presidentes europeos; seis jefes de Estado sudamericanos: los países del Mercosur, el presidente chileno, colombiano y el boliviano. Acudieron además tres presidentes centroamericanos, incluida la hondureña, actual presidenta de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Todo ello sumado a decenas de enviados especiales de los presidentes chino y coreano, así como 12 ministros de Estado de México, Italia, Portugal, Reino Unido, India (primera vez en la historia uruguaya), la Santa Sede, Irán, y el enviado especial del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas.
En las primeras horas del gobierno electo, el presidente y el canciller comenzaron a recoger los frutos. Sólo algunos ejemplos: la coincidencia con el presidente de Alemania en la necesidad de priorizar el acuerdo Mercosur-Unión Europea, con todo lo que ello representa, tras 25 años de proceso diplomático. La cercanía de Lula con su visita extendida y la prolongación de la amistad con Mujica en la persona de Orsi. En el mismo sentido, el presidente de Paraguay reivindicó la vigencia del Mercosur y la importancia que su país le asigna al Río de la Plata como salida a través de la hidrovía del Paraná. La preocupación manifiesta y compartida con el presidente Gustavo Petro de colocar la integración latinoamericana en el corazón de la agenda, voluntad compartida por México y las delegaciones centroamericanas.
Si algo le faltaba a este encuentro regional, tuvo la foto de familia —propiciada por el presidente Lula como anfitrión— donde lucen los presidentes Orsi, Boric, Petro y Lula.
Esto es especialmente relevante en dos sentidos: por un lado, como escenario privilegiado donde realizar las grandes metas manifiestas del gobierno uruguayo: el crecimiento, la integración y la búsqueda de la pública felicidad para su gente; por otro, la unidad ante los enormes desafíos que representan realidades como la venezolana y la nicaragüense en materia de derechos humanos, institucionalidad democrática y cercanía de sus pueblos.
Es también una muy buena noticia la continuación de las negociaciones iniciadas estos años anteriores para la instalación de embajadas recíprocas en y de Ucrania, en la cabalidad de sentido y el rol que hoy tienen las embajadas, tan superador de los primigenios embajadores comerciales venecianos del siglo XIII.
Continuando con los avances de las primeras horas, China dio su señal, integrando su comitiva con el ministro de Agricultura y trasmitiendo la voluntad de realizar inversiones en Uruguay, y aumentar el comercio.
Este pantallazo no agota nada, sólo trata de poner en valor lo que han representado estas horas: planificadas y narradas desde el gobierno de Orsi, mucho más allá de las relaciones internacionales más tradicionales.
Se han exhibido preocupaciones mayores como cuidar a la diáspora uruguaya, abrir mercados, dar cuenta del momento global complejísimo y volátil, con una vocación de paz que jamás sea desmemoria.
El gobierno de Orsi ha exhibido preocupaciones mayores como cuidar a la diáspora uruguaya, abrir mercados, dar cuenta del momento global complejísimo y volátil, con una vocación de paz que jamás sea desmemoria.
Finalmente, el discurso inaugural del presidente Orsi puso en el centro un tema ineludible, la migración: "La acumulación positiva también trasciende fronteras, porque Uruguay es reconocido en el mundo por su vocación de paz, su incansable brega en pos de la solución pacífica de los conflictos y por ser una tierra fraterna y hospitalaria con los migrantes de todas las latitudes".
La inclusión de las personas migrantes en la agenda de prioridades, entendida como un derecho humano formalmente reconocido (aunque extraordinariamente violentado en el mundo), representa no sólo abandonar la categoría de "problema", sino también honrar nuestra propia historia y presente como país, ostensiblemente enriquecido por la contribución de miles de ciudadanos que recibimos en estos años. Ocuparnos de todos los habitantes de Uruguay no sólo dice de nosotros y dice bien; asume que todos migramos más de una vez, de muchos modos; también nos compromete con el derecho a florecer en otra tierra, muy lejos del odio y la miseria con que gobernantes mínimos levantan muros enormes.
Validar colectivamente la dimensión ética y legal de la migración como derecho es una construcción simbólica urgente en un mundo inundado de discursos de odio, racismo y xenofobia.
En resumen, la tarea que afronta el nuevo gobierno es gigante. Entre las justificadas e infinitas expectativas se halla esta: volver a colocar a Uruguay en la conversación internacional, empezando por la región, continuando por nuestra Latinoamérica (tantas veces desmerecida), con vocación global.
Desde esa legítima esperanza ciudadana es un muy buen comienzo el discurso y el obrar de las nuevas autoridades y la acogida de los visitantes. Únicamente así nos encaminaremos a una interpretación de "lo internacional" que dé cuenta de las relaciones comerciales, pero también asuma el potencial cultural, científico y humano; que privilegie la agenda de derechos de los uruguayos todos, que haga realidad el voto en el exterior y mire a los ojos a la migración como el fenómeno inequívoco del siglo XXI.
Laura Fernández es abogada.