Estados Unidos ocupó, desde la implosión de la Unión Soviética a fines de los 80, una posición dominante sobre el resto del mundo.

En 2021 se publicó un libro de Jacques Barzun, francoamericano de nacionalidad estadounidense, galardonado con el Premio Nacional de la Asociación Americana de Letras, titulado 500 años de Historia de la Civilización Occidental. Del amanecer a la decadencia, que da cuenta de la historia desde sus orígenes, de la prevalencia de la civilización occidental y cristiana que la hicieron hegemónica en el mundo. Se aclara en ella que esta hegemonía entró en decadencia, precisando que el término se refiere al fin de un ciclo.

Entre las varias razones que originaron esta decadencia, el autor destaca una como fundamental: el factor demográfico. Ya a fines del siglo XX la tasa de crecimiento poblacional de Occidente era sustancialmente inferior a la de Oriente.

Hoy, a 25 años de la aparición del citado libro, esta realidad se ha disparado, con el incremento de la expectativa de vida en Occidente. Desde hace un cuarto de siglo, el centro del mundo se trasladó del Atlántico al Pacífico.

Desde el inicio del siglo XXI, el fin de ciclo está en pleno desarrollo y el crecimiento de China en todos los aspectos la convierte en la más clara y potente competidora por la hegemonía futura en un nuevo orden internacional.

Con la asunción de la segunda presidencia de Donald Trump se inició un proceso político de iniciativas vertiginosamente desatadas de diversa índole: políticas, económicas, financieras y comerciales, que responden claramente a una potencia que trata de ralentizar (quizás con el sueño de impedir) su pérdida creciente de poder y, por ello, su hegemonía.

Las descripciones de lo que está sucediendo y cómo son múltiples y diversas. Pero todo responde a este proceso que se está viviendo ahora en el mundo.

El estilo agresivo y extorsivo, con agravios incluidos, son formas de pretender ejercer una geopolítica por imposición, usando como armas herramientas comerciales y amenazas contra aliados y adversarios, generando una práctica ruptura del TMEC (Tratado de México, Estados Unidos y Canadá) y una pérdida de confianza total con Europa.

Esta política no ha generado unanimidad de posiciones en el establishment de Estados Unidos, ni siquiera dentro del propio Partido Republicano. Es evidente que hay voces, que incluyen al propio secretario de Estado Marco Rubio y otras destacadas figuras de la élite política y de la oligarquía empresarial (tecnológica y no tecnológica, y del Pentágono), que no comparten el camino elegido y tampoco coinciden con la actitud empática de Trump con Putin.

Este “orden mundial” del pretendido y recién iniciado neoimperialismo trumpista sólo ofrece perjuicios al resto del planeta y ha generado grandes resistencias dentro y fuera de su país.

Un ejemplo reciente se ve claramente en la oposición de Trump a acompañar la condena del G7 a Putin por el lanzamiento de misiles en la ciudad ucraniana de Sumit, que habría causado la muerte de decenas de civiles y dejado cientos de heridos.

Hasta ahora prácticamente todos los economistas anuncian una recesión en Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional ha pronosticado una recesión económica global.

China ha respondido con la máxima dureza a las medidas de Trump y se ha movido muy velozmente en la consolidación de sus acuerdos comerciales y de inversiones, así como ha sostenido conversaciones con todos los países para señalar la necesidad de respetar el Derecho Internacional y la Carta de la ONU y de la Organización Mundial del Comercio, defendiendo un orden mundial basado en reglas y en la multipolaridad.

El manejo del tiempo para China es una de las ventajas conocidas, a la que suma su condición de ser la economía más industrializada del mundo, con la disposición de las materias primas más necesarias para las fábricas de tecnologías y para el complejo militar industrial, siendo, junto a Taiwán, una de las dos más grandes fábricas de semiconductores del mundo.

Estos aspectos, junto a las grietas que se le abren a Trump con los efectos sobre la situación económica y la actitud con la Rusia de Putin, no parecen prever resultados positivos para la estrategia adoptada.

Si el fin de un ciclo comenzó, como es obvio que lo hizo, el camino elegido por su gobierno no parece dirigido al éxito. Este “orden mundial” del pretendido y recién iniciado neoimperialismo trumpista sólo ofrece perjuicios al resto del planeta y ha generado grandes resistencias dentro y fuera de su país.

El camino del diálogo, la negociación y la vía diplomática sería la mejor y única manera de buscar una transición hacia un nuevo orden mundial basado en reglas.

Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.