“Muchas veces me tocó ver muy de cerca las injusticias, cuando no la violación sistemática de los derechos humanos; pero aun en las peores circunstancias me encontré con mujeres que luchaban por hacerse fuertes en el dolor, trabajando en equipo”. Belela Herrera
El 17 de mayo murió Belela. Quienes hoy escribimos la conocimos hace ya muchos años, peleando por las causas en que creyó, por las que trabajó, tejió redes, buscó caminos; causas que le valieron un merecidísimo reconocimiento dentro y fuera de casa.
No nos proponemos narrar su biografía, sino su lucha. Otros escribirán y contarán su larga vida mejor y más justamente. Hoy sólo queremos recuperar algunas de las batallas en las que ocupó más de la mitad de su vida.
Belela tuvo una mirada honda y vanguardista de la humanidad y de los derechos humanos. Entendió que los llamados derechos de primera generación, las necesidades básicas y los derechos económicos y sociales, por sí solos, configuran una interpretación incompleta del individuo y de nuestro tiempo.
Esa mirada cabal de los derechos humanos significa verlos en la necesaria relación con el Estado, que los reconoce como inherentes a la persona humana y, en consecuencia, debe asumir la obligación de asegurar su ejercicio y ampliar su protección abarcando a todos los individuos sin distinción ni exclusión.
Es preciso que las acciones del Estado en la elaboración e implementación de las políticas públicas se sustenten en aquellos derechos humanos que las involucran, procurando consolidar su goce o resolver las dificultades que restringen su beneficio.
Pero todo este sistema se resquebraja cuando, desde el propio Estado, se instalan modelos regresivos y se imponen reglas de convivencia que desconocen y avasallan derechos. Es entonces que resulta imprescindible desplegar los mecanismos de protección que se encuentran contemplados desde el derecho internacional.
Belela se encontraba en Chile cuando sucedió el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende. Los extranjeros que estaban en el territorio eran sospechados, considerados enemigos y duramente perseguidos. Belela no dudó en actuar para salvar la vida de muchos. Lograr que adquirieran la calidad de refugiados se convirtió en la forma en que pudieran abandonar un país que rápidamente se volvió hostil y peligroso.
El día de su muerte circularon en las redes sociales y los grupos de derechos humanos decenas de testimonios que dan cuenta de su Fiat 600, sus infinitas estrategias caso a caso, su deriva de convicciones y riesgos que la llevaron de la comodidad de un matrimonio diplomático hasta las orillas del infierno chileno de Pinochet.
Sus acciones eficaces y arriesgadas para con tantas personas la vincularon con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Desde allí trabajó en situaciones de conflicto en diversos países, donde no dudaba en interpelar a los estados invocando la Convención y recordándoles las obligaciones contraídas internacionalmente. Asistió a numerosas personas ayudándoles a reinsertarse en otros países y preocupándose por la reunificación familiar.
Años más tarde, cuando el entonces presidente José Mujica ofreciera Uruguay como destino de seis presos de la cárcel de Guantánamo, Belela volvió a brindar su apoyo para que esta inédita acción gubernamental sostenida en la solidaridad se concretara en la plena reinserción de ex presos con idioma, costumbres y creencias tan distintas a las del pueblo uruguayo.
En varias ocasiones este decisivo accionar puso en riesgo su vida, circunstancias que en nada disminuyeron sus esfuerzos para rescatar a quienes se encontraban en peligro. Ese humanismo expresado en ver por los demás más allá de sí misma es un legado de coraje y dignidad, virtudes que siempre rechazó que se le atribuyeran.
Ese humanismo expresado en ver por los demás más allá de sí misma es un legado de coraje y dignidad, virtudes que siempre rechazó que se le atribuyeran.
De regreso a Uruguay, finalizada su larga trayectoria en Acnur, se incorporó a la vida política aportando su experiencia y amplias condiciones de diálogo y persuasión en ámbitos departamentales y nacionales de cooperación y relaciones internacionales.
En el ejercicio de estos cargos estrechó su vínculo con la amplia diáspora uruguaya, en los distintos países que visitaba, recogiendo el persistente reclamo de participar en la vida política del país. Belela asumió ese clamor como propio y comenzó desde entonces un paciente y constante desvelo por encontrar solución a esta exclusión al derecho al voto de los uruguayos y uruguayas residentes en el exterior.
Se incorporó a grupos que trabajan por el reconocimiento del derecho a votar desde el exterior y apoyó decididamente las distintas alternativas jurídicas que proponen constitucionalistas nacionales. Su prestigio personal en torno a esta causa ha fortalecido el prolongado reclamo de los compatriotas que viven en distintas partes del mundo, instando a las distintas autoridades nacionales que solucionen esta inequidad. Al mismo tiempo, la trayectoria internacional que la precedía facilitó que otras personalidades del mundo se interesaran por la desigualdad en la participación política que aún persiste en Uruguay y sumaran su voz en la búsqueda de resolverla.
Belela dedicó su vida a que los derechos humanos reseñados en declaraciones, convenciones, constituciones fueran efectivamente materializados en la vida de las personas, porque sólo entonces es posible sentirse parte de una misma comunidad. Como dice una canción que tanto le gustaba: “El amor es un cauce de un río compartido, cruza muchos paisajes pero es el mismo río” (“Canción de vos”, de Alejandro Balbis).
Ese brindarse hacia los demás, haciendo lo que fuera necesario para resolver inequidades, entendiendo que es un deber, un imperativo de nuestra condición humana, es una enseñanza que nos ha legado y que deberemos continuar.
La gente que lucha no muere. Vive en las causas que nos heredan. Tristemente, la injusticia y la vulneración de derechos –lejos de haber quedado atrás– recrudecen diariamente en multiplicidad de escenas de guerra, de abusos, de violencia institucional, de desplazamientos inhumanos y de hambre.
Nos ha tocado un tiempo de furia. La humanidad reestrena todas las amenazas que, como siempre, violentan a los más vulnerables privándolos de todo. Hemos aprendido poco y nada. Acá estamos nuevamente: genocidio, xenofobia, hambrunas; discursos que permanentemente asimilan migración y pobreza con delincuencia.
Más que nunca, desesperadamente, necesitamos contraponer al odio un modelo de derechos y de convivencia habitable, respetuosa del ambiente, incluyente e inclusiva.
La tarea es enorme y requiere también referentes. Hemos perdido a una grande. Asumimos con Belela, en vida, el compromiso de redoblar el empeño hasta que el voto en el exterior sea realidad; hasta que migrar sea un derecho humano; en otras palabras, hasta que la humanidad recupere un aspecto más humano.
Laura Fernández y Mariana Mota son abogadas.