Personas errando, carpas andrajosas, explosiones que proyectan hongos de 30 metros de altura sobre estas mismas carpas, polvo, mucho polvo, hospitales destruidos, cuerpos mutilados, niños desnutridos todavía vivos, niños muertos por desnutrición...
Ya no tiene sentido compartir estas imágenes terroríficas. Mientras veía cómo reventaban un hospital, un resumen de noticias informaba que las Fuerzas de Defensa de Israel “habían encontrado un túnel de la organización terrorista Hamás”. Otra vez, me topé con un informativo televisivo mintiendo abiertamente sobre el curso de las negociaciones entre Hamás e Israel, y el alto el fuego que el segundo nunca respetó ni por activa ni por pasiva, y que terminó rompiendo sin previo aviso en la madrugada del 18 de marzo, en una masacre de más de 400 personas que estaban durmiendo.
Al día de hoy, no sé cuál es el abordaje del genocidio que hacen los medios hegemónicos en Uruguay, pero dudo que haya evolucionado algo. Las cámaras de eco parecen ser todas para la oficialidad israelí; algunas para las voces de los moderados que poco saben de la Nakba y la memoria histórica de los palestinos; otras pocas para la oposición israelí, que sigue siendo sionista; prácticamente nada para las agrupaciones judías antisionistas; y absolutamente nada para las voces palestinas. Es como si no existieran. La prensa internacional no puede entrar en Gaza y los periodistas palestinos son muteados mientras son asesinados por drones, como Hossam Shabat. Hay un nombre para este desprecio y desinterés por la voz de los tercermundistas con pieles ligeramente pardas: racismo.
No hay indignación en la sociedad uruguaya, y menos en su comunidad política, al ver que un país que dice representar los valores occidentales (o sea, los nuestros) esté utilizando el hambre como un arma de guerra. La última vez que pasó algo similar fue hace 80 años, y las esvásticas flameaban en Europa. Ya no importa si un francotirador asesina a dos mujeres viejas mientras van al baño; bombardean una iglesia o el hospital número 32; arrollan con topadoras carpas con enfermos y minusválidos; matan a seis trabajadores de World Central Kitchen; emboscan un convoy de ambulancias, hacen ejecuciones sumarias de su personal y los entierran junto a sus coches; o matan a sus propios rehenes porque, por error, “pensaron que eran palestinos”. Los crímenes parecen diluirse en una nube documental indescifrable y aterradora que nadie quiere mirar y, al final, nuestra clase política permanece callada.
En Gaza, luego de 60 días sin ingreso de ayuda humanitaria, podemos vislumbrar el peor escenario hasta la fecha: se calculan cientos de miles de personas al borde de la muerte por desnutrición e inanición, y si no mueren, las secuelas van a ser gravísimas. Mientras tanto, la Unión Europea envía orgullosamente ayuda a Israel para apagar los incendios forestales que emergieron previo a su “día de independencia”. Es curioso que Israel, teniendo la fuerza aérea más poderosa de la región, sea socorrido con aviones cisterna mientras perpetúa masacres indiscriminadas todos los días.
Pareciera que no se termina de entender lo grave que es que un estado que integra las Naciones Unidas haga lo que está haciendo Israel y no sufra ningún tipo de sanción o represalia efectiva de las instituciones que, se supone, fueron creadas para prevenir este tipo de acontecimientos. Todo lo contrario: Israel sigue recibiendo paquetes de armas y ayuda valuados en miles de millones de dólares, pasa por encima de las cortes internacionales y participa en Eurovisión y la UEFA. El escenario de la ONU es similar al de aquella impotente Sociedad de Naciones, previo a la Segunda Guerra Mundial. Y a esta casualidad podemos sumarle otra: un proyecto expansionista basado en argumentos místicos y étnicos, como lo fue el Lebensraum, como lo es el Gran Israel.
No hay indignación en la sociedad uruguaya, y menos en su comunidad política, al ver que un país que dice representar los valores occidentales (o sea, los nuestros) esté utilizando el hambre como un arma de guerra.
Hay algunos trasnochados que dicen que el Gran Israel es un delirio de la extrema derecha israelí que vendría a estar encarnada en el movimiento de colonos y dos o tres ministros delirantes. Pero si escudriñamos un poco, podemos encontrarnos con que el propio Ben Gurión, quien fue el primer primer ministro de Israel, manifestó en más de una ocasión que el proyecto sionista iba a expandirse con el tiempo. También hay otros que creen (y luego informan) que el responsable de todo esto es Benjamin Netanyahu. No. Bibi podrá estar extendiendo esta guerra para evitar sus citas con la justicia de su nación, pero no vayamos a creer que él es un agente extraordinario responsable de todo esto. Hay que entender que este siempre fue su objetivo y que esta es la tendencia del sionismo como proyecto político, aunque haya disidencias dentro de Israel, como pueden ser algunos guetos muy religiosos en Jerusalén, la organización Breaking the Silence, o muchos jóvenes que eligen el calabozo o la emigración antes que el servicio militar obligatorio. La sociedad israelí entera está atravesada por su ejército, que es su columna vertebral, y es ese ejército el que está cometiendo el genocidio. Benjamin Netanyahu no tiene la capacidad de disparar 90.000 toneladas de TNT en misiles él solo.
Hay que terminar con esa creencia de que los líderes toman de rehenes a las sociedades y luego las llevan a cometer proyectos extremos y/o revolucionarios. Adolf Hitler encarnó muy hábilmente ese combo infernal de ideas pseudocientíficas de la eugenesia y la mística germánica frustrada de la Alemania cercenada por el tratado de Versalles. Millones lo siguieron convencidos, ¡y no sólo en Alemania! Iósif Stalin logró dirigir el proyecto soviético durante 30 años porque también gozaba de un apoyo popular efervescente, que se desvelaba con ese modelo inédito en la historia de la humanidad.
La conclusión es que los procesos históricos son de masas y sociedades, y la sociedad israelí es responsable de lo que está sucediendo. Basta con ver las declaraciones genocidas y deshumanizantes que se hacen en los medios israelíes y que no enfrentan ningún tipo de condena social ni jurídica dentro del país. También son responsables sus mecenas que perpetúan su hegemonía artificial: primero Gran Bretaña, luego Estados Unidos y hoy también Alemania. Si Israel no tuviese ese financiamiento virtualmente infinito, tendría que negociar su existencia con sus vecinos y con los palestinos, pero Israel representa un punto estratégico clave para el saqueo occidental de Medio Oriente. Fue Netanyahu el encargado de implantar el concepto de terrorismo islámico. Fue Netanyahu quien sugirió invadir Irak. Fue Netanyahu quien destruyó los pocos puentes políticos que quedaban para la creación de un Estado palestino, corrompiendo a la OLP y fomentando el fondeo de Hamás. Es Netanyahu, a quien votaron los ciudadanos de la única democracia de Oriente Medio.
El silencio y la complicidad de las instituciones occidentales y nuestro periodismo están abriendo la puerta a un escenario terrorífico y que puede tener un fondo insondable, porque quien está perpetuando lo de Gaza no es una guerrilla, no es un enfrentamiento caótico entre 10 facciones en una guerra civil, no es ISIS ni Al-Qaeda: se trata de un Estado reconocido y suscrito a una serie de leyes internacionales, cometiendo crímenes de guerra ampliamente documentados y practicando el colonialismo en su máxima expresión. ¿Qué garantías tenemos ahora de que un Estado no cometa estos crímenes contra la humanidad? ¿Quién sigue en la lista?
La desesperanza es profunda. Lo que haga Uruguay puede resultar insignificante en medio de tamañas turbulencias azotando nuestro mundo, pero puede servir de ejemplo. No podemos exigir verdad, memoria y justicia a nuestras instituciones mientras fingimos demencia con Gaza. Debemos tomar una postura firme contra este genocidio, debemos escuchar a los palestinos y debemos condenar al sionismo como proyecto político.
Dicen que los imperios no caen gentilmente. Guardo la esperanza de que esto se detenga y termine, en el mejor de los casos, como la vergüenza de nuestra generación, y no como una introducción o un inciso en libros sobre la tercera guerra mundial.
Jerónimo Lamas es diseñador editorial y músico.