Este artículo invita a cuestionar el concepto de discapacidad. Planteamos una perspectiva multidimensional, reconociendo que los procesos de salud y enfermedad se determinan socialmente, interpelando nuestras prácticas terapéuticas y educativas. Asimismo, se exponen algunas ideas que nutren la construcción de nuevos discursos, formulan nuevas preguntas que posibilitan acercarnos a la mirada del sujeto que lo potencia y no lo obtura en sus posibilidades.

Porque las palabras importan, a lo largo de este artículo iremos compaginando la diversidad de conceptos que fundamentan el modo de aproximarnos al tema. Entendemos las discapacidades como una construcción, que sin soslayar la “deficiencia” o la “incapacidad” forman parte de una entidad más compleja que constituye al sujeto. Se trata de rescatar la complejidad del sujeto desde su entramado social, en sus infinitas posibilidades e imposibilidades.

Esta perspectiva social de la discapacidad respeta lo diverso, lo diferente, y se aleja de cánones normativistas que universalizan a los sujetos y los atrapan en una red de opresión, anulando la autonomía y hasta el propio pensamiento.

Es una construcción que se caracteriza por tener una perspectiva interdisciplinaria que refiere no a la necesidad del encuentro de disciplinas ni a su sumatoria, sino que reconoce la integración de todos los elementos que constituyen la subjetividad, en consecuencia, el proceso de constructo corporal.

Exige una continua deconstrucción de sentidos e incorpora permanentemente en la elaboración colectiva diferentes perspectivas y miradas. Diferencias que consideramos que forman parte de la complejidad intrínseca de la temática. Indudablemente, esta posición exige permanentemente la revisión de las acciones terapéuticas, dado el continuo proceso de cambios que tiene la propia realidad.

Es una construcción epistemológica en que los factores culturales, emocionales, sociales no están por fuera del individuo, sino que son parte de su propia construcción. Si bien lo que convoca a la acción terapéutica en términos ortodoxos es la posible “falla”, desde la perspectiva a la que adherimos, ella no es el centro de la mirada, sino que es parte de un complejo entramado de relaciones que deben incorporarse para la comprensión del acontecimiento. En este sentido, subrayamos la necesidad de una deconstrucción de lo que entendemos por discapacidad, incorporando una visión social de esta. Por ello es que optamos por pensar en términos de determinación social.

Hay tres planos sustantivos desde la perspectiva de la determinación social. El plano general, que corresponde al orden estructural y que organiza las relaciones macro, el modelo de producción, las políticas; el plano particular, que funge un papel de mediación y corresponde a las oportunidades o posibilidades que tienen los grupos humanos de acuerdo con el lugar que ocupan en la sociedad, y el plano singular, que corresponde al individuo.

Estos tres planos mantienen una relación dialéctica que fundamenta el análisis desde la complejidad del método a aplicar.

La infancia remite a una potencialidad del ser; la discapacidad, por el contrario, ya se encuentra delimitada y nominada. Es una proyección de aquello que no se podrá debido a aquello que no se tiene o que falla. Hay una doble operación aquí; por un lado, se borra cualquier incertidumbre posible y ocupa su lugar un sinnúmero de proyecciones sobre el sujeto antes que este sea; y, por otro lado, se lo ubica en un lugar social que amerita una diferenciación, lo cual es determinante del lugar que ocupará.

La infancia remite a una potencialidad del ser; la discapacidad, por el contrario, ya se encuentra delimitada y nominada. Es una proyección de aquello que no se podrá debido a aquello que no se tiene o que falla.

En las infancias el sujeto resulta altamente sensible a los discursos y expectativas de su entorno. El gran potencial con el que cuenta requiere para su despliegue un marco simbólico que le dé sentido a su existencia y lo ubique en un lugar, en un entramado familiar y social. Esta es la particularidad que nos constituye como seres sociales. Esta característica de amoldarse a los requerimientos del entorno hace imperioso revisar la forma en que nominamos las vicisitudes que acucian su desarrollo. Los discursos que elaboremos en torno a estas componen la trama simbólica que las rodea y forman parte de sus posibilidades o imposibilidades.

Se torna relevante hablar del cuerpo, desde esta perspectiva. El cuerpo al que queremos hacer referencia se diferencia del organismo. Este último es sólo una dimensión de la multiplicidad de aspectos que lo componen. El bebé, al nacer, lo hace con un equipamiento orgánico con particularidades genéticas, fenotípicas, neurobiológicas. Aspectos que cuida el profesional del ámbito médico y que han permitido importantísimos avances con relación a la sobrevida. Pero el cuerpo no se reduce solamente a esto. Es decir, la necesidad del bebé deberá adquirir un valor comunicacional que convoque a un otro y que los posicione a ambos (bebé y ese otro) en una relación. Es de tal relevancia este proceso en el que un otro se sienta convocado por ese “bebé” que sólo la atención de sus necesidades fisiológicas no será suficiente para el proceso de subjetivación y la continuidad de la vida.

Nos enfrentamos cotidianamente a vicisitudes en procesos de desarrollo infantil en las que el obstáculo no se ubica en el campo del organismo, sino que sobre este (indemne o no) se sobreescriben discursos, expectativas, proyecciones que capturan al sujeto y obturan su potencial. Es así que las dificultades se instalan no en la dimensión de la función que compete al organismo, sino en la del funcionamiento. Es decir, la puesta en relación de esa función con el medio en el que tiene que desplegarse.

Nuestra mirada pone el acento en el funcionamiento. Es decir, en cómo el sujeto se sirve de su cuerpo para relacionarse con el medio. Desde esta perspectiva, lo terapéutico no se ubicará en la rehabilitación de la función perdida o fallada, sino en propiciar procesos en los que, a pesar de las vicisitudes, no se obtura la potencia creadora de las infancias.

No se trata de negar las características del equipamiento biológico, sino de reconocer la determinación social que implica para el sujeto tener tal o cual característica. Poner el foco allí, interpelar desde nuestra práctica clínica y educativa, y coconstruir formas de acompañar en los procesos de acercamiento para darle sentido a esa forma particular de ser y estar en el mundo.

Consideramos que no son las personas con discapacidad las que deben adaptarse a la sociedad, sino que es la sociedad misma la que debe adaptarse a la diversidad humana, garantizando accesibilidad e inclusión mediante políticas públicas. Asumir las diferencias como del orden de las características del ser humano fortalece la comprensión de que la/las discapacidad/es acontecen en el contexto de la diversidad humana.

Convocamos a construir una posición clínica que se aleja de las recetas preestablecidas, se adhiere a la clínica de la singularidad, trabaja desde las fortalezas y jerarquiza el despliegue de las potencialidades.

Lucía Alonso, Débora Gribov, Nadia Macagno y Lucía Recagno integran la Asociación Uruguaya de Psicomotricidad.