Hoy recordamos nuevamente el natalicio del Protector de los Pueblos Libres, y en ese contexto queremos dejar una mirada diferente a la de las estatuas, los fríos libros de la institucionalidad, y promover la figura de un ser humano sensible, no sólo un guerrero sino un estadista, no sólo un héroe sino un hombre poco común que supo interpretar las señales de la historia para defender a las poblaciones que le otorgaron el honor de seguirlo en su derrotero por la liberación de los pueblos y la “pública felicidad”.

Considerando que el ideario artiguista se componía de ideas políticas, expresadas en las Instrucciones del año XIII y en la conformación de la Liga Federal, pero también de ideas socioeconómicas, plasmadas en el Reglamento de Tierras y en el Reglamento Provisorio de Aranceles Aduaneros para las Provincias Confederadas de la Banda Oriental del Paraná (poco conocido, pero de gran impacto regional), estamos convencidos de que estos hechos deben recordarse permanentemente porque han pasado a la memoria de los pueblos, expresión concreta de una sociedad multicultural y pluriétnica como la que quería.

La relación de Artigas con los charrúas, aspecto que analizaremos hoy, se basaba en la forma de encarar la vida: ambos eran portadores de una cultura acorde con su modo de vida. Hay quienes afirman, al analizar la estrategia usada por la milicia artiguista, que los charrúas tuvieron que ver en la batalla de Las Piedras y en la reconquista de Buenos Aires, aunque no existen registros escritos de eso.

Se puede señalar como anécdota desde las afirmaciones del historiador Aníbal Barrios Pintos acerca de la severa ética charrúa, su hospitalidad para con quienes se acercaban con fines pacíficos, su altivez, y también pensar con Carlos Maggi la incorporación como característica específica y notoria del profundo sentido del humor de los charrúas.

Intentaremos hacer un relato de esa relación. Cuando Artigas es convocado al campamento del Cerrito, el cura Bartolomé Muñoz apunta en su diario: “El 26, amanecieron formadas las tropas de infantería en toda la línea del sitio. Eran las 12 cuando llegaron los generales. Cien indios charrúas cerraban la retaguardia”.

En su columna habitual “El producto culto interno”, Maggi culminó un párrafo agregando que “en dos características de su personalidad, Artigas es diferente y mejor que los demás montevideanos de su época: mayor sentido ético y mayor sentido del humor, para ser un charrúa completo sólo le faltó un rasgo, ser fanfarrón”.

Estas características del general del pueblo les permitieron a los charrúas organizar una columna que respondía sólo a las órdenes de Artigas, de tal manera que lucharon junto al jefe de los orientales, pero no totalmente bajo su mando. Esto lo demuestra el acompañamiento del éxodo del pueblo oriental: los charrúas ocupaban un lugar destacado en “la redota”, cuidando la retaguardia y haciendo expediciones para dispersar caballadas de los enemigos, cualidad apreciada en las guerrillas de entonces.

Maggi, en su columna del 9 de enero de 1994, afirmaba: “Nuestra historia oficial no quiere indios metidos en la revolución y los borra”. Nosotros agregamos que no sólo participaron, sino que fueron pieza clave del ideario y de la estrategia artiguista. Varios cronistas destacan que al estar el jefe de los orientales en Arerunguá (enclave de la nación charrúa), sin ejército y sin nada más que los indios, lo que lo hacía parecer más vulnerable, pomposamente afirmó estar en el centro de sus recursos. A partir de ese lugar, se sostiene con fundamento, se comienza a esparcir la idea de federalismo.

Por estas razones no es caprichosa nuestra asociación entre pensamiento charrúa y pensamiento artiguista. Su organización política les permitió entablar relaciones estables con la lucha revolucionaria independentista encabezada por Artigas. Esto ocurrió quizás –ningún historiador se ha atrevido a plantearlo categóricamente– por la correspondencia con el pensamiento artiguista, que se basaba en los mismos preceptos que la idiosincrasia charrúa: protección general a los individuos sea cual sea su condición, respeto por la palabra empeñada, organización política altamente participativa en la toma de decisiones, distribución equitativa de los bienes comunales.

No es caprichosa nuestra asociación entre pensamiento charrúa y pensamiento artiguista. Su organización política les permitió entablar relaciones estables con la lucha revolucionaria independentista encabezada por Artigas.

Cuenta la leyenda, según pude escuchar de varios historiadores del Archivo Artigas, que el jefe de los orientales tenía en las alforjas de su caballo, de un lado, El contrato social de Jean-Jacques Rousseau y, del otro, la Declaración de la Independencia norteamericana. Pero fue en las tolderías, en esa relación que Artigas tenía con mujeres lanceras, indios, negros y gauchos pobres, de donde salió la concepción práctica de su federalismo. Por supuesto, de esto no hay datos fehacientes, pero sí una profunda convicción.

Líneas arriba mencionábamos una intencionalidad manifiesta de invisibilizar a los charrúas, pero si repasamos novelas que refieren a la época, varios autores dedican sendos pasajes a ellos. Tomando como eje los relatos de Eduardo Acevedo Díaz (Soledad, Lanza y sable, Grito de gloria, etcétera), podemos intentar realizar una imagen escrita de lo que sucedía cuando la tribu deseaba establecerse en algún lugar.

Un caso claro de adaptación a las nuevas circunstancias que hace muy discutible lo preconizado por muchos historiadores en cuanto a que los indígenas, en especial los charrúas, no eran proclives a la “civilización” lo muestra la adopción del caballo a su vida diaria y a sus juegos. Los jóvenes se ponían en fila, montando en pelo, probaban la ligereza de sus “corceles criollos” en carreras de a dos o de a cuatro, hasta un límite que marcaban con una rama (¿sería un raid?, ¿una cuadrera?) a 300 o más “varas” del punto de partida.

Para completar el cuadro, una vieja curandera aplicaba remedios a unos enfermos engrasando prolijamente sus espaldas y frotándolos con un pedazo de cuero animal del lado del pelo con las dos manos. También les pedía a los del fogón que le guardasen la ceniza ardiente para tender sobre ella al enfermo hasta “quitarle el daño”.

En términos actuales podría decirse que así se curan los problemas musculares, con masaje y calor, y aun problemas del aparato respiratorio y digestivo. La sabiduría de nuestra gente de campo y de las clases populares se asemeja más a la de sus ancestros territoriales que a la medicina irónicamente llamada “tradicional”.

Terminaremos este capítulo contando una anécdota descrita por Maggi, en la que otra vez se recuerda a Artigas muy vinculado a los charrúas y compartiendo su buen humor: “Artigas se acercó a los muros de Montevideo; llegó rodeado de charrúas y los muchachos jaranearon, a menos de un tiro de cañón; y hubo alboroto inútil en la plaza”. “Seguramente vista desde Montevideo, esa bravata fue un espectáculo inquietante. Para los charrúas, divertidísimo, aunque alguno haya salido herido [...] estaban de fiesta y les tomaban el pelo a los sitiados; eran tipos con humor”.

Queremos, desde este modesto aporte, ayudar a la humanización de Artigas y, por qué no, de los charrúas, comprenderlos en su realidad y redescubrir su entorno e incentivar a los jóvenes en la lectura y en la investigación de lo que no está escrito sobre la vida de nuestros ancestros territoriales.

Quedan para otra oportunidad quienes también formaban parte de las “tolderías artiguistas”: mujeres lanceras, negros y gauchos pobres, los vulnerables de la época, los protegidos de Artigas.

Lauro Meléndez Cadiac fue subsecretario del Ministerio de Desarrollo Social.