La victoria electoral reciente del Frente Amplio no puede entenderse sólo como un resultado político-partidario, sino como una expresión de un país que reclamaba cambios urgentes frente a una realidad marcada por la desigualdad, la exclusión y la desatención de los más necesitados. El pueblo confió nuevamente en la izquierda como herramienta de justicia y equidad. Sin embargo, esta victoria no clausura los desafíos: por el contrario, los profundiza. Porque no se trata solo de ganar elecciones, sino de estar a la altura de las esperanzas depositadas en un proyecto transformador.

El Frente Amplio, como principal actor de la izquierda nacional, enfrenta el desafío de fortalecer los vínculos con una ciudadanía más heterogénea y exigente. La recuperación de una vocación transformadora requiere tanto atender lo institucional como la apuesta a no desdibujar su perfil ideológico. Hay momentos en los que la izquierda se deja ganar por cierta tecnocratización del debate político, desplazando la reflexión estratégica a favor de soluciones de corto plazo, sin mediar una discusión profunda sobre el modelo de país que se desea construir de aquí a 20, 30 o 50 años.

Una de las tareas urgentes es jerarquizar el valor de la política como espacio de deliberación colectiva, reactivando instancias de formación ideológica dentro de los partidos y movimientos sociales, abriendo canales reales de participación ciudadana en la elaboración programática, evitando la simple gimnasia participativa y dándoles seriedad y profundidad a los organismos y sus responsabilidades. No se trata de que todos opinemos de todo, pero sí de que se escuchen las necesidades y propuestas de quienes viven en cada rincón del país, para que luego, desde una perspectiva global y considerando las reales posibilidades, puedan integrarse a los objetivos y programas a desarrollar.

El Frente Amplio, como principal actor de la izquierda nacional, enfrenta el desafío de fortalecer los vínculos con una ciudadanía más heterogénea y exigente.

Otra imperiosa tarea tiene que ver con fomentar el debate político más allá de los ciclos electorales. Volver a pensar el largo plazo, incluso con sus contradicciones, es un acto de responsabilidad política que nos desafía no solamente para aportar a que el mundo mejore, sino también porque tenemos que rescatar el acto de pensar, debatir, escuchar y construir ideas colectivas, como tronco esencial vertebrador del ser de izquierda y para no reproducir lo que siempre se criticó de la actividad política.

Como izquierda, tenemos la obligación de no descuidar en ningún momento la ética de lo público y el rol del Estado como garante de derechos. Que ser de izquierda siga siendo algo más que votar a la izquierda. Ser de izquierda debe expresarse siendo el mejor trabajador, el mejor compañero o compañera, siendo persona integralmente digna y buena. Ser de izquierda debe seguir siendo indignarse frente a lo injusto, pase donde pase. Ello implica no solo defender conquistas históricas, sino también formular respuestas innovadoras frente a nuevas formas de exclusión. La autocrítica y reflexión en acción, en este sentido, es una herramienta de renovación política y no parte de un discurso conveniente. La autocrítica debe trascender los momentos de derrota para convertirse en práctica permanente durante los períodos en los que se gobierna, para revisar y reformular cada vez que es necesario, como forma de fortalecerse y no como debilidad.

Si pretendemos sobrevivir como verdadera propuesta de izquierda en Uruguay, estamos obligadas y obligados a una apuesta por la capacidad para pensarnos recurrentemente y críticamente, revitalizando el contenido ideológico de las propuestas, ampliando los márgenes de participación real, humanizando la política sin que se convierta en una mera distribución de cargos y recuperando el horizonte transformador que le dio origen. Los triunfos electorales recientes nos brindan una oportunidad histórica, pero también una enorme responsabilidad: demostrar que el poder se ejerce con compromiso ético, sensibilidad social y convicción ideológica para que no todo termine en cinco años y para que efectivamente demostremos que primero está el país, luego el partido y por último lo personal.

Fernanda Blanco es docente y educadora en derechos humanos, y edila suplente en Montevideo por Fuerza Renovadora, Frente Amplio.