Hace tiempo, ya no recuerdo dónde estaba cuando recibí una llamada del presidente del Plenario Intersindical de Durazno preguntando cómo me llevaba con el campo. “Bien”, le respondí, “¿por?”. Y ahí nomás se despachó con que tenía una changa para mí: acompañar en todo lo que pudiera a unos trabajadores rurales que estaban en conflicto en un tambo de Florida.

“Pero, ¿y por qué no se hace cargo el Plenario Intersindical de Florida?”, le pregunté. Y me tiró con un rosario de motivos; el más razonable era una cuestión geográfica, estaba a tan sólo 27 km de Durazno. “Tenés que llevar algo para comer y compartir con ellos”, me dijo, “están en la lona”.

Así que, solicitada la licencia gremial correspondiente, al otro día temprano en la mañana salí rumbo a mi destino sin más que un par de kilos de chorizos y unas galletas para acompañar. Era temprano en la mañana, no recuerdo si de otoño o invierno, recuerdo que hacía frío y que había una neblina que no dejaba ver ni la colonia. El comentario obligado con el guarda del ómnibus, porque yo no tenía ni idea de a dónde iba, pero el guarda sí, sabía todo del conflicto, de los peones y del tambo. La despedida y el deseo de una buena jornada y el camino rumbo a la portera que apenas divisaba, de ahí para adentro era seguir el trillo sin perderme. Un pastor alemán que salió a mi encuentro me hizo ganar el julepe, pero entendió enseguida que si bien no éramos de la casa, éramos amigos.

Han pasado una ponchada de años y María Flores aún se acuerda de ese día como si fuera hoy. Ella no creía que alguien les fuera a tender una mano solidaria y mucho menos que les fuéramos a caer con chorizos y galletas. Su patrón, enojado porque habían organizado el sindicato en su establecimiento, les había cortado todo, el agua, la luz, la leche para los dos gurises chiquitos que ella y su compañero tenían y la comida, y amenazaba con desalojarlos en menos de 24 horas en base a un decreto de la época de la dictadura.

Fue una larga y dura lucha en el plano reivindicativo, político e ideológico. Por un lado se reivindicaba la permanencia en el establecimiento y el reintegro de su compañero al trabajo y por otro el derecho a conformar el sindicato de los trabajadores del tambo. Fue una lucha de meses que se hicieron eternos, pero que contó con el apoyo y la solidaridad de muchos trabajadores del medio rural y no rural también y que me generó un vínculo especial con María.

El 30 de abril, Día de los Trabajadores Rurales, nos reencontramos con María como hacía tiempo no lo hacíamos y nos fundimos en un apretado abrazo recordando aquellos chorizos salvadores. Fue una jornada de reencuentro en la Sociedad Criolla “Avelino Miranda” de Santa Rosa, departamento de Canelones, y de traer desde lo más hondo de la memoria aquellos primeros pasos del sindicato de trabajadores del tambo, las asambleas, las discusiones y aquella experiencia militante propia y ajena.

Nos reencontramos con aquel peón que le cuidaba el caballo de carrera al patrón, que en su inmensa sabiduría llegó a la conclusión de que valía menos que la cama (de pasto) de ese caballo que cuidaba, que por ese entonces valía unos 1.500 dólares por semana. O con aquel otro peón que entendió que un kilo de carne y tres kilos de galletas (que para ellos era mucho porque le daban de alimentación garrón de vaca y pan amojosado lleno de hongos) era muy poco para el patrón.

Nos reencontrarnos con esas miles de Marías que trabajan en el campo con su pareja y donde su trabajo de servicio doméstico es invisibilizado, ya que a pesar de cocinar para toda la peonada, de limpiar el establecimiento, de cuidar los hijos del patrón y de hacer todas las tareas propias del campo, no se les paga sueldo, porque solamente se le paga al peón.

En esa cita obligada estuvieron presentes el ministro de Trabajo y Seguridad Social y representantes de su ministerio, el director representante de los trabajadores en el Banco de Previsión Social (BPS), la intendenta de Canelones y representantes del gobierno departamental canario.

La parte emotiva la puso Chela Fontora, trabajadora rural que estuvo desde los inicios en la organización de los cañeros de Bella Unión, presa política, secuestrada y torturada en democracia en los años previos a la dictadura y durante la dictadura, y una luchadora incansable en defensa de los derechos humanos.

Ante el próximo Diálogo Social, en materia de seguridad social se hace necesario mejorar las condiciones de accesibilidad de los trabajadores rurales a ese derecho humano fundamental

El 70% de esas mujeres no va a acceder a una jubilación, a pesar de haber trabajado toda una vida, a la par que su padre o madre y a la par que su compañero o marido. Su trabajo no existe para el patrón porque el que cobra por ese trabajo es su padre y su compañero o marido, y con mucha suerte su madre cuando se es adolescente.

El 70% de esas mujeres al término de su vida laboral va a sobrevivir de una asistencia a la vejez y de una pensión, con suerte de una jubilación por edad avanzada y con mucha suerte (o no, según como se lo mire) de la pensión por sobrevivencia de su marido o compañero.

Por eso el reclamo de más presencia del Estado, de mayores controles, esos que hace años ni el BPS ni el Ministerio de Trabajo realizan porque, evaluando el costo-beneficio, es más rentable hacer la vista gorda y mirar para el costado.

También estuvo presente el reclamo del cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas, esa que a los trabajadores rurales les llegó más de un siglo después que al resto de los trabajadores de la ciudad y que si bien es ley desde 2008, tampoco se cumple en la inmensa mayoría de los establecimientos. Ni que hablar de la igualdad de oportunidades y de trato entre hombres y mujeres del campo exigiendo ante la próxima ronda de Consejo de Salarios más cláusulas con perspectiva de género y la infaltable equiparación salarial con los hombres y mejores condiciones salariales.

Fue un día de celebración, sin dudas, de reencuentros imprescindibles, de abrazos fraternos, de recuerdos obligados, de rescate de la memoria de sus luchas, de balances y perspectivas, pero sobre todo de reivindicación.

Ante el próximo Diálogo Social en materia de seguridad social se hace necesario mejorar las condiciones de accesibilidad de estos trabajadores a ese derecho humano fundamental, en particular revisar el aporte patronal que para establecimientos de más de 584 hectáreas apenas llega a 6,60 pesos uruguayos (los establecimientos de menor porte aportan varias veces más) por hectárea coneat de tierra, cuyo valor promedio en Uruguay alcanzó el récord histórico de 3.967 dólares por hectárea en 2024. Esto permitiría obtener mayores recursos financieros genuinos para brindar mejores prestaciones y jubilaciones.

Ni que hablar de que la realidad del campo no es la misma que hace 30 años; el trabajo que antes se hacía a caballo hoy se hace en moto o cuatriciclo, lo que antes se sembraba a mano, tirado con bueyes y caballos, ha evolucionado al tractor y a la maquinaria con personal calificado que cobra en dólares por hectárea, la mayoría de las veces en negro.

La tradicional explotación extensiva de antaño ha dado paso a la explotación intensiva, a niveles industriales, con altísimos índices de productividad y donde se requiere personal con capacidades y especialidades calificadas que se pagan a buen precio, mientras que el Estado sigue percibiendo aportes a la seguridad social que se corresponden a una realidad del campo de hace 40 años.

No hay más que embarrarse las patas (como dirían nuestros hermanos del campo) para constatar ese cambio tan grande, y se lo debemos a los trabajadores del campo, a las Marías y a un colectivo de trabajadores que siguen entregando su vida para que a nuestras mesas llegue el pan de cada día (junto a la carne, las verduras, las frutas, el vino, la leche, etcétera), y que no se merecen otro siglo más de espera.

Una nota final. Pocos días después me encontré con uno de los abogados de Durazno que nos dio una mano grande en aquel conflicto, y comentándole de mi reencuentro con María, me informó que, a raíz de ese conflicto en el tambo, el decreto de la dictadura que propiciaba el desalojo de los peones rurales en menos de 24 horas del establecimiento ante el despido del patrón había sido derogado. Otra gran conquista que se suma al reintegro de los trabajadores y a la formación del sindicato.

Fedor Mateos integra la Comisión de Seguridad Social de la Asociación de Trabajadores de la Seguridad Social y el Plenario Intersindical del PIT-CNT en Durazno.