No es casual que la palabra “nostalgia” suene a enfermedad. Fue un estudiante de medicina, el suizo Johannes Hofer, el que la ensambló en 1688 para designar el síndrome de inapetencia, depresión y fiebre que solían sufrir compatriotas suyos en el extranjero, la mayoría de ellos mercenarios. La dolencia era capaz de causar la muerte si el paciente no retornaba a la patria. Hofer unió las partículas griegas nostos (“regreso a casa”) con algia (“dolor”). Se le ocurrieron otros nombres, y por suerte los uruguayos se libraron de que la de este lunes sea la Noche de la Nosomanía o la de la Filopatridomanía.

El filósofo alemán Immanuel Kant completó un siglo después la definición de Hofer: el nostálgico no sólo añora el hogar, sino también los irrecuperables tiempos de la niñez y la juventud. Extraña el pasado y se siente extraño en el presente.

La consigna “con los blancos se vive mejor” es síntoma de nostalgia.

Aunque el propio Luis Alberto Lacalle, paladín de esa supuesta bonanza y candidato a presidente por el Partido Nacional, admite que algunos atuendos y pasos de baile de esa época se pasaron de moda.

Su gobierno (1990-1995) fue el primero en no convocar los Consejos de Salarios que habían sido reactivados, tras la dictadura, por el de Julio María Sanguinetti (1985-1990). Además, Lacalle puso en práctica varios principios de “desregulación” y “flexibilización” laboral. Decenas de miles de trabajadores se convirtieron en “empresarios” o, mejor dicho, en “empresas unipersonales”, y eso permitió a los empleadores abatir los aportes a la seguridad social en perjuicio de sus empleados. Los salarios y el desempleo se mantuvieron más o menos constantes a lo largo del período y la conflictividad fue bastante elevada.

En 2005, el gobierno del Frente Amplio restauró los Consejos y desestimuló la desregulación. Los salarios aumentaron y el desempleo se redujo casi a la mitad, cayendo a su mínimo histórico. Todo cambió desde la era de Lacalle, y él lo sabe. Los legisladores de su partido votaron la flamante Ley de Negociación Colectiva y el propio candidato asegura que, si resulta elegido, convocará los Consejos e intentará gestar un “pacto social” con sindicatos y empresarios.

Colorados, blancos y frenteamplistas tuvieron en 1985 representación en los directorios de entes autónomos y servicios descentralizados.

Pero en 1990 Lacalle condicionó la participación en esos organismos a un compromiso pleno con el gobierno. Tras la formación del gabinete de “coincidencia nacional”, el Frente se quedó sin directores. Al presidente lo jopearon: al año siguiente renunciarían los ministros afines a Sanguinetti y dos años más tarde los del Movimiento de Rocha. Los representantes de ambos sectores en los entes permanecieron allí.

Eso también cambió. El candidato blanco lamenta ahora la ausencia del control opositor en los directorios. Se dio cuenta, en sus propias palabras, de que es una “anomalía peligrosa”, y promete que, de ganar, todos los partidos “van a ser convocados” a “negociar” para incorporarlos en el gabinete y en los entes, tarea que prevé “difícil pero no imposible”.

Lacalle fue uno de los máximos defensores de la Ley de Caducidad.

Uno de sus más estrechos colaboradores, el diputado Héctor Martín Sturla, fue el principal redactor de la norma. El entonces futuro presidente blanco exhortó con entusiasmo a sus seguidores a votar amarillo en el referéndum de 1989. La impunidad le explotó en la cara con el secuestro y asesinato del químico y agente de la dictadura chilena Eugenio Berríos, el cual demostró que grupos de represores de varios países de la región seguían activos y articulados.

El plebiscito por la anulación de varios artículos de la Ley de Caducidad deja en evidencia otro cambio: Lacalle sostiene ahora que se trata de un “tema de conciencia” y que sus partidarios no deberán sentirse obligados por disciplina a votar a favor ni en contra de esa reforma constitucional.

Pero parte del discurso del candidato nacionalista se quedó en el pasado. Los gobiernos que lograron sortear con más éxito la crisis económica mundial fueron los que aportaron fondos públicos para fomentar la producción, el consumo y el empleo. Sin embargo, Lacalle insiste en calzarse la camisa negra y el terno blanco y en detener el ómnibus con el índice en alto. “El gasto público será lo primero que atenderemos. Vamos a entrar con una motosierra. El gobierno actual dilapidó toda la prosperidad que hubo y nos va a dejar el país con más endeudamiento y con más déficit”, dijo.

Lacalle padece nostalgia de la motosierra que estrenó en 1990 al iniciar su presidencia, con un recorte irregular de gastos y un doloroso ajuste fiscal que aumentó varios impuestos y determinó una abrupta caída del salario real. “Sentir / que veinte años no es nada…”.