Tabaré Vázquez quería que el candidato del Frente Amplio a la presidencia de la República fuera Danilo Astori, pero José Mujica no acató esa voluntad y mantuvo su postulación ante el organismo al que competía definir el asunto, donde logró apoyo mayoritario. Ahora Mujica y Astori quieren que el candidato del FA a la intendencia de Montevideo sea Carlos Varela, pero Daniel Martínez no acató esa voluntad y mantuvo su postulación ante el organismo al que competía definir el asunto, donde logró apoyo mayoritario. Una de las conclusiones que pueden extraerse es que “calavera no chilla”, pero el asunto da para más.

El Frente Amplio, a diferencia de otros partidos, acepta desde su fundación que las estructuras sectoriales no son apoderadas legítimas del total de los votantes, y ni siquiera del conjunto de los militantes. La fórmula ensayada para resolver ese problema fue, después de la dictadura, que todos los organismos de conducción contaran con representantes de la estructura de comités de base que existe en todo el país, creada porque el FA también se quiso diferenciar, desde el comienzo, por la intención de promover la “acción política permanente” y organizada de quienes lo apoyaran. En ese sentido, podemos decir que el horizonte planteado fue lograr, mediante la participación y la “concientización”, que la mayor cantidad posible de votantes militara e incidiera en la dirección de la fuerza política, que decidió denominarse, por ese motivo, “coalición y movimiento” (para indicar que no es sólo una alianza de sectores sino que incluye y organiza a personas no sectorizadas).

Sabemos, sin embargo, que eso no ha sido tan así. La participación en los comités de base, que había sido muy considerable antes del golpe de Estado, se revitalizó a la salida de la dictadura, pero a fines de los años 80 ya era evidente que decrecía por muy diversos factores, y desde entonces no ha temido una nueva primavera. Más bien se mantiene, por lo general, en una tónica otoñal, con militantes bastante añosos que vuelcan buena parte de sus esfuerzos hacia los debates internos, no suelen funcionar como organizadores de nuevos contingentes de frenteamplistas y están, en importante proporción, sectorizados (pero con una relación de fuerzas muy distinta de la que se registra en las elecciones nacionales). Por lo tanto, esos ámbitos, desde los cuales se suponía que los “independientes” podrían hacerse escuchar, se han convertido en una realidad aparte con prioridades propias, que no representa al “círculo externo” del conjunto de los frenteamplistas, pero tampoco responde al “círculo interno” de los dirigentes sectoriales en su conjunto.

En suma, los comités son uno de los muchos universos paralelos que conviven bajo la bandera roja, azul y blanca, cada uno de ellos con importante grado de autonomía. Porque no se trata sólo de una dinámica entre dirigentes y bases organizadas. Los equipos de conducción de intendencias, los parlamentarios, los integrantes del Poder Ejecutivo y los de la Mesa Política participan en ámbitos separados por considerables distancias, a los que se suman, en otros microclimas con características propias, las estructuras internas de los sectores. Éstos, a su vez, tienen escaso diálogo entre sí, y todavía no habíamos mencionado a los núcleos de frenteamplistas que actúan en el movimiento sindical o en otras organizaciones sociales, ni a fenómenos nuevos como el de las “redes frenteamplistas”, que se mueven en espacios distintos de todos los antedichos. O al entorno de Tabaré Vázquez, que no es formalmente un sector pero constituye otro factor autónomo y con fuerte peso.

Un síntoma notable de esa fragmentación es la siguiente resolución, adoptada el lunes: “La Mesa Política del Frente Amplio aprueba por unanimidad que los acuerdos políticos alcanzados en sus respectivas bancadas parlamentarias que mejoren el texto de la ley modificativa de la Ley de Descentralización sean incorporados a la misma”. O sea, que si los legisladores logran acuerdos, deben expresarlos en las cámaras. Esto se parece a las “órdenes razonables” que aconsejaba dar un personaje de El Principito para evitar la desobediencia (por ejemplo, ordenarle al Sol que apareciera por las mañanas). Pero la cuestión estaba en el orden del día porque los parlamentarios del FA, pese a un mandato previo de la Mesa, mantienen discordias sobre el proyecto. De modo que la citada resolución equivale a no haber resuelto nada (pero eso sí, por unanimidad).

La clásica pregunta, “¿Qué hacer?”, requiere, como es tradicional, respuestas organizativas, que a su vez dependen de acuerdos estratégicos y decisiones políticas. Mientras el conjunto del FA no logre rearticularse, los desacatos -explícitos o silenciosos- serán su modo de vida.