La convocatoria de Plenaria Memoria y Justicia invitaba a escrachar a Marcelino Dolcey Brito Puig a su casa, en José E Rodó 2106. Unas cuadras antes, en el 1824, la marcha se detuvo en el consultorio del psiquiatra Martín Gutiérrez Oyhamburo, asesor de Brito que actuó en el penal de Punta Rieles. Según los datos recabados por Plenaria fue encargado de personal del Grupo Casino y docente en la Universidad Católica. “Fingía ser un ‘devoto amigo de los presos’. Manipuló test psicológicos y entrevistas para ‘precisar dónde y hasta qué profundidad sangra la psiquis’”, se informó por un altavoz.
En mayo, el psicólogo declaró ante la Justicia en el marco de la causa que investiga si la muerte de Horacio Ramos en el penal de Libertad fue suicidio y, eventualmente, si éste fue inducido. Brito reconoció haber trabajado en el penal durante nueve años, pero negó las acusaciones, indicaron fuentes del caso.
“Tenían un sistema; tomaban a los compañeros como conejillos de Indias, por ejemplo, con el Calmansial. Conozco los efectos secundarios, daba dolores terribles. De repente quedaban duros, como congelados”, señaló a Radio Uruguay Néstor Peralta, compañero de sector de Ramos. Afirmó que “no se suicidó” y que “minutos antes” estuvo con él. “Estaba repartiendo cubiertos en la planchada [corredor entre las celdas]. Almorzamos, luego prenden los parlantes y entre otras guarangadas anuncian que lo habían encontrado muerto en la celda del calabozo”, lugar donde los mantenían incomunicados por tiempo indefinido, relató. Wilson Ferreira Aldunate individualizó a Brito como un “espía” de la dictadura uruguaya en Buenos Aires,en la comisión investigadora del Parlamento sobre el asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en esa ciudad, en 1976. Denunció que “acudía cada quincena a la rueda del [café] Tortoni”, en la capital argentina. Allí Gutiérrez recibía y escuchaba a uruguayos exiliados. Presentó a Brito como “el destructor sistemático de la personalidad de los presos”, según la versión taquigráfica de junio de 1985.
“Iba desde Montevideo llevando información política, expresaba su solidaridad política en términos muy fervorosos y, además, aportaba denuncias sobre las condiciones en que se encontraban los presos en el penal de Libertad. [...] Nos contaba de qué argucias tenía que valerse para salvar, a veces, la vida de algunos presos”, detalló. “Evidentemente era un informador. [...] Era la presencia de un enemigo disfrazado de amigo en una rueda”, concluyó.
Ferreira conocía a Brito del Parlamento, donde asistía con frecuencia porque durante muchos años fue cronista de El Debate, cuya redacción estaba en la casa del Partido Nacional, hasta hoy en la Plaza Matriz. Hasta ahí llegó en 1965 Gabriel Carbajales a pedir trabajo como dibujante, y conoció a Brito. Pero supo quién era diez años después, en el penal. “Fue la tercera vez que lo vi. Era el único que trabajaba en El Debate. Nunca hablé con él, nada más hice dos tapas para un suplemento de turf”, dijo la diaria.
Cuenta que era apodado “Menguele” hasta “por los milicos rasos” y “conocido también -por connotado estudiante fascista- por otros presos que habían tratado de estudiar psicología en la misma Universidad de la República que bancó los estudios” de Brito.
Carbajales también estuvo recluido en el sector de Ramos. “Dijeron que se había colgado con el mameluco o algo así. Algo poco creíble; no se suicidó”, afirmó y luego relató su experiencia en el calabozo: “Estuve un mes y medio. Un milico me tiró por la ventana una cuerda. Pero no pudieron”. “Brito era un productor ‘intelectual’ de tortura psicológica sistemática y masiva y, a la vez, quien debía ‘atender’ a sus propias víctimas”, resume.