Los aniversarios de acontecimientos como el No de 1980 rara vez son conmemorados en forma “objetiva”. Cada uno relata influido por su experiencia de entonces y tiende a recordar lo que le parece más importante desde su actual perspectiva. Esto es un problema incluso para los historiadores, que deben ser muy cuidadosos para evitar distorsiones involuntarias, y cuando hablan los actores políticos -partidarios o no- ni siquiera debemos suponer que tomen ese tipo de precauciones. De modo que, aun sin intención de falsificar la historia, muchos interpretan los hechos de ayer según sus intereses de hoy.

Así, la mayoría de los dirigentes colorados y blancos tratan de aprovechar los 30 años del No para combatir la noción de que sus partidos son “la derecha”, y enfatizan el papel que desempeñaron en aquel entonces. Reivindican que la lucha por reconquistar las libertades democráticas no fue un esfuerzo exclusivo de los proscriptos izquierdistas, e incluso alegan que en el 80 fueron otros los principales actores. Suelen omitir algunas cuestiones nada menores: que en ninguno de los llamados “lemas tradicionales” faltaron entusiastas defensores del Sí, comprometidos activamente con la dictadura; que las fracciones blancas y coloradas más progresistas (las que, además de reclamar libertades políticas irrestrictas, reconocían un vínculo entre el autoritarismo y sus políticas económicas) afrontaron fuertes resistencias dentro de sus colectividades, en las cuales terminaron marginadas pocos años después; y que la izquierda no se mantenía en las sombras por voluntad propia.

A la inversa, el ritual habitual de las izquierdas prefiere, de costumbre, exaltar la militancia clandestina contra el proyecto de reforma constitucional de la dictadura, y subrayar que fue parte de una resistencia popular ininterrumpida, postulando incluso que sin ella las actividades opositoras de blancos y colorados habrían sido inviables o inconducentes. Se suele dejar en segundo plano u omitir que esa resistencia clandestina presentó claroscuros cuya discusión pública sigue pendiente, ya que es más cómodo para todos construir una leyenda de bronce. Y también se omite o soslaya que la construcción de espacios opositores legales o semilegales, crucial para el pasaje a la movilización masiva a comienzos de los años 80, fue motivo de recelos y polémicas dentro de la propia izquierda, a la cual le costó mucho articular su propia diversidad (y que en definitiva no lo logró, pagando un alto precio por ello en los años posteriores a la salida de la dictadura).

A todo eso se suma que, por distintas circunstancias, muy pocas de las personas que desempeñaron papeles destacados en el proceso de resistencia a la dictadura ocupan hoy posiciones de liderazgo partidario, aunque más de una aproveche la oportunidad conmemoratoria para adjudicarse una importancia que no tuvo. En ese marco, el aniversario se vuelve algo muy parecido a una oportunidad perdida para reflexionar más a fondo sobre aquel proceso, cuyas características determinaron en gran medida problemas aún pendientes. Otra vez será.