Para Alberto Ortiz, quien en el 80 integraba la directiva de la CNT, lo de ayer fue “el festejo que el pueblo se merecía”. Aquel domingo, hace 30 años, nadie salió a las calles tras conocerse la victoria. La celebración fue en “la intimidad”, en silencio. El lunes “nadie hablaba en clase”, recordó en diálogo con la diaria el entonces estudiante de Veterinaria Edgardo Rubianes, hoy director de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación.

“Nos preguntábamos si se iba a respetar. Porque no cabía pensar que una dictadura convocara un plebiscito para perderlo”, explicó Ortiz. Recordó “el destacadísimo papel” del periodista Germán Araújo, que transmitió la jornada electoral por CX 30. Para “disminuir” las posibilidades de fraude, indicó, Araújo “organizó una red de corresponsales” en todo el país en las diferentes mesas de votación. Rubianes fue uno de ellos. Cubrió cinco circuitos en Montevideo, en Reducto.

“Había ganado el No en todos, estaba loco de contento, pero estaba en mi rol de periodista. Nuestro objetivo era garantizar la veracidad de los datos, hacer un escrutinio paralelo”, señaló.

La campaña por el No fue clandestina. “Para eso, la creatividad del pueblo, su sabiduría fue infinita”, describió el integrante de la CNT. Las acciones estaban limitadas, pero “pegar un pegotín en una columna o en un ómnibus era suficientemente llamativo porque contrastaba con el gris estructurado de la ciudad, el gris de las pinturas y el gris cultural”. Lo principal para Rubianes fue “el boca a boca” y el “trabajo diario” con sus compañeros de estudios.

“El concepto que se tenía de nuestra generación era que podíamos ser ‘recuperables’ para el proyecto militar. En realidad, éramos la generación del silencio: no se tenía muy clara la opinión que tenía cada uno porque no se podía hablar. Entonces, había que lograr romper ese miedo a la comunicación, ese molde paralizante del terrorismo de Estado, esa paranoia de que había infiltrados. Había que lograr hacer un asado y hablar contra la dictadura”, enumeró.

Los cómplices

Para muchos ex presos políticos el resultado del plebiscito significaba que la salida de la cárcel era inminente; para los exiliados, que el retorno a Uruguay podía ser posible. Beatriz Benzano partió para Francia en 1979 tras recuperar la libertad y retornó en marzo de 1986. “Teníamos muchísimas expectativas. Nos enteramos de que había ganado el No por un artículo de Le Monde, que decía algo así como que un pequeño país era ejemplo de democracia. Después llamamos por teléfono a nuestros familiares”, contó Benzano. Y continuó: “Unos días después Perico Pérez Aguirre [sacerdote, activista por los derechos humanos] que andaba de gira, nos contó un poco más. Pero de los detalles de ese día me estoy enterando hoy, 30 años después”.

Previo a la votación, los ex presos y presas habían ido “pescando” información, principalmente a través de las visitas de los familiares. Al otro día del plebiscito, en los penales de Punta de Rieles y de Libertad, los reclusos despejaron sus sospechas del resultado por altoparlantes, a través de los cuales habitualmente recibían órdenes. “Primero fue un silencio que se cortaba con cuchillo. Después empezamos a golpear cuanta cosa había, nos gritaron, nos tocaron la alarma y nada. La sensación era que empezábamos a salir... De una lucecita allá en el fondo, porque no podía haber democracia con presos políticos”, señaló en diálogo con la diaria María Elia Topolansky.

El 30 de noviembre de 1980, las presas en Punta de Rieles no tuvieron visitas. “Nos contaban que no llovía pero estuvieron encendidos los limpiaparabrisas. Había como una sensación de calma antes de la tormenta, de calma tensa, los milicos daban órdenes bajito. Nos acostamos nueve y media, desveladas, sin darnos manija para no desilusionarnos”, añadió. En el penal de varones la reacción fue la misma. “Era un solo ruido. Pero algunos no quisimos darnos manija. ‘Ahora como no salió, nos tienen acá de por vida’, pensábamos”, dijo, por su parte, Baldemar Taroco.

Paysandú fue el departamento donde hubo más votos por el No, 65,1%. Sin embargo, ayer fue un día como cualquier otro. Topolansky, que vive en una chacra a cinco kilómetros de esa ciudad, por un momento creyó que sí era un día de festejo: “Vinieron a venderme pescado, como siempre, y me comentan contentísimos que pusieron un No gigante en la fachada de la intendencia. Me fijo en internet y me entero de que es por una campaña contra la violencia hacia la mujer. Me parece bárbaro, pero no era lo que pensaba. Acá desgraciadamente no se hizo nada”. No obstante, continuó: “Yo, la verdad, cada vez que llega esta fecha recreo la sensación ésa de empezar a salir, de que se acabó el plomo”.