Te pesan los párpados pero sentís el cuerpo liviano y la sonrisa esculpida en la cara. Ves un rostro querido del lado de adentro de tu frente, como en una pantalla. Estirás el cuerpo, los brazos, esperando confirmar que es real. Nada. Abrís los ojos. Te acabás de despertar en un cuarto de hotel. Tu pareja no está. La mano busca el reloj. Tampoco está. La ropa sí, la billetera también. La plata y las tarjetas, no. El frigobar está vacío. Y vos pensabas que por ahí se te daba, que podía haber amor.

Algo así deben de sentir los líderes de un partido cuando se aleja un legislador tránsfuga. Eso le pasó al Movimiento de Participación Popular (MPP) cuando el senador Eleuterio Fernández Huidobro, nada menos que el Ñato, dejó a sus compañeros guerrilleros de toda la vida, algunos de los cuales lo habían cocinado bastante feo en las elecciones internas. Desertó con un puñado de diputados. El MPP ya no pudo contar con sus aportes de dinero.

La contribución de funcionarios políticos a sueldo del Estado es una de las principales fuentes de financiamiento de los partidos. La ley 18.485, aprobada el año pasado, fija en 22.500 dólares (900.000 unidades indexadas), o 1.875 dólares por mes, la “cuota” máxima anual fuera de campaña electoral que pueden pagar a lemas, sectores o listas los miembros de sus directivas nacionales o departamentales y los senadores, diputados, intendentes, ediles y ministros.

El MPP estableció hace tiempo un tope al ingreso de sus legisladores y jerarcas municipales, que en 2005 se extendió (cuando los tuvo) a los altos funcionarios del gobierno nacional. Ese tope es hoy de unos 32 mil pesos. Con el resto de la plata, el grupo más votado del oficialismo banca sus actividades y aparta un pedazo para el Fondo Raúl Sendic, esquema de microcrédito que en los últimos cuatro años prestó dos millones de dólares a proyectos productivos pequeños y medianos, sin interés, “a sola palabra” y con un elevado retorno. El Fondo ha rendido fabulosos frutos sociales, como instituciones similares (aunque sin origen partidario) creadas en todo el mundo al influjo del Banco Grameen que fundó el premio Nobel de la Paz bangladesí Mohammad Yunus.

Además de solventar su actividad cotidiana, el sistema de aportes del MPP sirve al objetivo de emitir un mensaje de austeridad a toda la ciudadanía: que los legisladores y ministros no necesitan para vivir con dignidad un salario que, a los ojos de los más pobres, puede parecer obsceno.

El MPP no es el único sector que fija topes al ingreso de sus funcionarios políticos. Los del Partido Socialista son similares. Los comunistas reciben la mitad de la plata que los emepepistas. La retención de parte de los sueldos es una práctica habitual dentro y fuera del Frente Amplio, pero los porcentajes históricos han sido mucho menores, de entre 5% y 15%.

Los grupos que practican recortes radicales asumen ciertos peligros. Por un lado, desalientan el ejercicio de la política profesional. La vocación se les hará cuesta arriba a aquellos militantes que no posean otros medios o una fortuna personal. Y alguno podría dedicarse al soborno o el tráfico de influencias para procurarse un poco más de plata. Sí, esas cosas suceden. El MPP corre el riesgo. Ojalá que le vaya bien.

Pero vivir feliz por siempre no tiene nada que ver con esposar a tu pareja a los barrotes de la cama por miedo a que se raje del hotel con tus cosas mientras dormís. Y eso es lo que hace la dirección del MPP al pretender que sus funcionarios firmen 60 conformes, uno por cada mes entre marzo de 2010 y marzo de 2015, para asegurarse la cuota. Pobre Jorge Luis Borges, que le usan cada dos por tres aquel verso con propósitos que nada tienen que ver con el poema del que procede: al final, a algunos emepepistas no los unirá el amor sino el espanto, el horror a endeudarse.

¿Los cargos electivos “pertenecen” a alguien? ¿Al ciudadano que los ocupa, a sus partidos, a sus distritos electorales? El debate es tan viejo como las repúblicas. La respuesta depende de cada caso. No es raro que legisladores, intendentes y presidentes accedan a esos puestos con votos propios. Muchos otros lo logran agarrándose de sus líderes o gracias a su capacidad para negociar lugares de privilegio en las listas. Es de presumir que la ciudadanía haya preferido a algunos diputados emepepistas por el trabajo que desempeñaron en sus departamentos, sin valerse del carisma de Mujica o de la senadora Lucía Topolansky. ¿Cómo medir eso?

No hay manera. El MPP, sin embargo (o valiéndose del embargo), trata de asegurarse de que los legisladores bailen a su ritmo atándolos con una cadena de billetes al organito.