El Frente Amplio logró que la ciudadanía le renovara el mandato de conducir el gobierno nacional, pero aún no ha logrado su propia renovación.

Esto puede medirse en relación con los relevos generacionales, con el recambio de liderazgos, con los criterios de funcionamiento orgánico o con las definiciones ideológicas y programáticas, y en todas esas áreas se perciben con claridad aspectos del mismo problema, que se refuerzan unos a otros. No es fácil revisar conceptos si se mantiene durante muchos años el elenco que toma las decisiones. Ni que crezcan nuevos dirigentes si las bases no se modifican. Ni atraer a más jóvenes si no varían las formas de funcionamiento. Ni que cambien los procedimientos internos si no se revisan los conceptos.

Es interesante comparar este desafío complejo con otro que no lo es menos: el de la reforma del Estado, una de las prioridades del nuevo gobierno que más puede costarle afrontar. En ambos casos parece necesario sacudir rutinas del pensamiento y de la práctica cotidiana para redefinir objetivos y líneas de acción, creando un ambiente motivador para los dirigidos y los dirigentes.

Otra semejanza importante, y muy vinculada con la problemática que debe resolverse, es que se trata de estructuras envejecidas en sentido literal, llenas de personas añosas que se sienten amenazadas por la posibilidad de cambios. Sin embargo, cuando se habla de la reestructura del FA es obvio que uno de los objetivos más deseables es atraer a gente más joven que contribuya a impulsar la renovación (no para sustituir a los que hoy están, sino para formar una masa crítica que ayude a instalar otra dinámica), y en relación con la reforma estatal se suele plantear entre las principales metas, por el contrario, una reducción del personal, o por lo menos un cese de los ingresos.

Este enfoque de la cuestión del Estado es lógico para quienes piensan que reducirlo es algo bueno por sí mismo, a partir de una concepción ideológica que apuesta casi todas sus fichas a la dinámica del mercado, es enemiga jurada de las intervenciones gubernamentales que puedan “distorsionar” esa dinámica y asume como verdad evidente que el sector público es incapaz de actuar con eficiencia. Allá ellos, con sus adhesivos que reclaman “¡Bajen el costo!”: son los que apoyan programas de reforma del Estado que son apenas de ajuste fiscal. Pero todo eso no parece tan lógico desde una perspectiva de izquierda, que presumiblemente parte de la definición de otras tareas y aspira a desempeños más potentes.

¿Es posible cambiar el Estado uruguayo sin gente nueva? Posible, quizás; pero sin duda muy cuesta arriba. Basta ver el contraste que marcan algunas áreas de la Intendencia de Montevideo en las que se trabaja con jóvenes, por ejemplo en el Teatro Solís y en algunos trámites relacionados con el pago de tributos. Quizás una de las claves sea lograr una interacción fecunda entre esos islotes distintos del aparato estatal y los grandes continentes burocráticos. Y quizás en el Frente Amplio no haya que hacer algo muy distinto.