Al final, la reunión del miércoles en Olivos no pareció muy amistosa. O los presidentes de Argentina y Uruguay se las arreglaron para ocultar sus afectos en la conferencia de prensa que brindaron luego.

Cristina Fernández y José Mujica no intercambiaron palabras ni aceptaron preguntas de los periodistas. Estaban tensos, como contracturados. Hasta el escenario marcaba la distancia que aún separa a las partes, con tres interminables metros entre los micrófonos. El guión delineaba una relación signada por la conveniencia y no por el cariño.

Para Fernández, el vínculo exige “respetar tratados” internacionales, porque ése “es el único camino posible para evitar conflictos”. Después, ubicó a Uruguay entre los “países amigos” de Argentina, en un gran paquete junto con Venezuela, Brasil y Chile. A continuación, Mujica sugirió que uruguayos y argentinos ni siquiera llegan a eso, pues les resta “construir una amistad”. Se pronunció por “respetar las reglas porque en el fondo es lo que les conviene” a las dos naciones, dado que el enfrentamiento “ha sido muy costoso” y “sale mucho más barato tener reglas de juego muy claritas”.

El presidente uruguayo se permitió concluir su intervención con una lección de humor murguero a los argentinos que lo miraban por tevé. “En nombre de mis compatriotas… un abrazo, un gigantesco abrazo, y un compromiso”, dijo. Ni “perdón” ni “disculpa” por la violación del Estatuto del Río Uruguay, como pretendía Fernández, según versiones periodísticas. Un “abrazo”. Eso sí, “gigantesco”.

Los discursos apuntaban a bajarles la fiebre y la inflamación a los sectores sociales más inclinados a la pelea en los dos países. Resumiendo: los gobiernos piensan más o menos lo mismo que hace seis o siete años, pero ahora la Corte Internacional de Justicia los obliga a transar, a acordar concesiones recíprocas, les guste o no. No hay alternativas. Después de todo, este tipo de tribunales tiene la función de tender a la solución pacífica de los problemas entre Estados. Da un poco de miedo imaginar otro tipo de soluciones.

El máximo tribunal del sistema de las Naciones Unidas responsabilizó a los gobiernos por el conflicto, les ordenó tejer un arreglo político y hasta les señaló vías diplomáticas para lograrlo. Cuando declaró que Montevideo violó el Estatuto del Río Uruguay al autorizar la instalación de la fábrica de celulosa de la empresa finlandesa UPM, también indicó que la propia sentencia constituía “una satisfacción apropiada” (“adecuada”, “apta”, “pertinente”, “oportuna” o “suficiente”, a gusto del traductor) para la demanda de Buenos Aires. En otros términos, que el honor argentino quedaba a salvo sin necesidad de que Uruguay reparara el daño, indemnizara a su vecina, se disculpara ni desmantelara el complejo industrial.

Por lo tanto, no hubo en la rueda de prensa alusiones al perdón. Ni al corte del puente General José de San Martín a manos de pobladores de Gualeguaychú opuestos a las operaciones de UPM. Ni demostraciones de amor bilateral. “Las disculpas se piden a los novios”, había dicho Mujica minutos antes de reunirse con Fernández, y al mundo le quedó claro así que Argentina y Uruguay no son novios. Tampoco amigos. Falta bastante para que vuelvan a serlo, si es que lo fueron alguna vez.

“Ésta es una lección de la historia para que los hombres no la olviden y puédamos [sic] convivir”, manifestó Mujica. Era la segunda vez en la semana que disertaba sobre las bondades de la convivencia. Un día antes ya lo había hecho en alusión a un conflicto bien diferente: el que enfrenta a quienes aspiran a la justicia y a conocer la verdad sobre los crímenes de la pasada dictadura con quienes prefieren la mentira y la impunidad.

“No hay ninguna cosa más importante hacia el futuro que armar la convivencia”, dijo entonces, en su audición “Habla el presidente” por la radio M24. “Nosotros creemos que ni se da vuelta la página ni lo otro. Cada cual va a seguir andando con su forma de pensar y de sentir. El arte de lo que podemos hacer es aprender a andar juntos sin aplicar y sin conciliar nada. Cada cual con su paquete, cada cual con su mochila. […] No tenemos que andar de la mano o a los besitos sino tener tareas en común y realizarlas en común desde donde cada uno está”.

Esta parrafada cobraría otro sentido si se dirigiera a quien sí merece la convivencia. Si les propusiera, por ejemplo, “andar juntos” a dos países separados y unidos por mucho más que un río y un estuario, en lugar de darle valor y respetabilidad a la peor banda criminal de la historia uruguaya. Convivir con Argentina es necesario. Amigarse con ella, incluso. Reconciliarse. La crueldad extrema, por el contrario, debe repararse por otra senda, que conduce a la verdad y a la justicia.