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Una de las propuestas de Ir es que la presidencia y la vicepresidencia del FA se elijan a padrón abierto y con voto secreto, lo que necesitaría, en principio, de una reforma estatutaria (hoy el Plenario Nacional eleva los nombres y el Congreso los vota).“Ya no somos el 10% del electorado, y los frenteamplistas somos muchos más que los representantes del Congreso. La elección de un compañero o una compañera para la presidencia es de las cosas que se puede someter en elección directa, es algo menos complejo que plebiscitar un programa de gobierno”, argumentó Zavala. Esta alternativa, según afirman, aumentaría la legitimidad y la relevancia de quien conduce la fuerza política. “Hoy mucha gente ni siquiera sabe quién es el presidente y su legitimidad depende exclusivamente del respaldo sectorial que tenga. Además, una elección obligaría a los candidatos a tener propuestas públicas”, continuó.
Dicen que su impronta es frenteamplista, quieren rescatar los principios de unidad más allá de rencillas sectoriales y apuestan a trascender cualquier compartimento estanco que se presente en la interna. Cuestionan a la fuerza política por la falta de autocrítica después de la derrota del Sí rosado y el veto presidencial a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, pero no están dispuestos a pegar un portazo por ese malestar.
Piensan que es fundamental convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, y jerarquizan temas como la relación con el ambiente, la democracia directa, los recursos naturales como bien público y la creación de un sistema de educación superior, entre otros. En síntesis, hablan de procesar nuevas formas de sentirse de izquierda y no quieren alinearse con ningún sector del FA, aunque trabajarán para incidir en las decisiones. Para conocer más esta iniciativa, la diaria conversó con Gelman, Zavala, Ignacio Verrastro, Melissa Ardanche y Nicolás Ambrosi.
-¿Se acabó aquello de ser joven como sinónimo de ser frenteamplista?
-Hasta ahora ocurría que los jóvenes más o menos automáticamente se identificaban con la izquierda, pero vemos que el panorama puede cambiar con este segundo gobierno. Pronto habrá generaciones que no conocieron al FA opositor, con un discurso y una práctica más contrahegemónicas, cuestionadoras y contestatarias. El desafío es si el FA tendrá capacidad de representar esas expresiones, características de un perfil joven, porque hoy son evidentes varios descontentos en esa barra, como el papel de la fuerza política con el Sí rosado o el veto a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva. La incógnita es si el FA tendrá capacidad para cambiar la realidad, más allá de administrar el gobierno. Hoy los frentistas no estamos dando la batalla por la hegemonía cultural y no discutimos en términos ideológicos los cambios que se procesan.
-Parte de ser jóvenes pasa por cuestionar la hegemonía o el poder, que no es el gobierno en sí mismo sino el poder sistémico, y el FA siempre acumuló desde esa posición cuestionadora. Pero si ahora desde el gobierno justificamos cada acción, diciendo que tal medida no es contra el sistema sino para que tal cosa mejore, es evidente que la barra joven no se va a sentir identificada con eso. Pero somos parte de esa construcción y hay que hacerse cargo. Nos planteamos ser críticos y autocríticos, pero queremos construir más allá de eso.
-¿Con qué prioridades?
-Pensamos en una izquierda que se abra a la discusión de nuevos temas y que renueve su agenda, reconociendo que la sociedad evoluciona y que las preocupaciones son otras. Hoy el vulnerable no es solamente el trabajador, que lo sigue siendo, sino que hay múltiples sujetos sociales que van quedando por el camino. Venimos de un FA con una concepción de construcción de tejido y entramado social, muy metido en la realidad y la problemática cotidiana. Y está bien que hoy existan responsabilidades de gobierno, pero si seguimos creyendo en la transformación y la reformulación permanente de la utopía, hay que seguir estando en esa base social y en la construcción de tejidos. Debemos pensar nuevas formas de participación y cómo se construye ciudadanía desde el gobierno y desde la fuerza política. Hay otros temas, como el debate ambiental, que deberían estar más presentes a nivel educativo, generando conciencia de que la responsabilidad no puede terminar cuando ponemos un voto en la urna, y menos en asuntos que nos involucran a todos.
Renovada
Macarena conoció a varios integrantes de Ir, entre ellos a Zavala, en el gremio de estudiantes de la Facultad de Ciencias, allá por mediados de la década del 90, cuando no sabía que sus padres eran Marcelo Gelman y María Claudia García. Ahora se entusiasma con la posibilidad de aportar en un espacio político. “Tiene que ver con una cuestión natural y una necesidad de intercambiar con otras personas de procedencias diversas, después de estar diez años prácticamente absorbida por un solo tema. Que todo pase por mi historia personal no es el tipo de vida que quiero”, reflexiona. Macarena piensa que estos intercambios pueden servir para renovar su visión sobre diferentes cosas. “Cuando pasa el tiempo se corre el riesgo de caer en un discurso añejo y que realmente ya no sigue aportando. Se dio esta convocatoria de compañeros conocidos y siento que nada me inhibe de participar”, explica.
-A las organizaciones políticas “virtuales” se las cuestiona por la dificultad para tomar decisiones y hasta por su fragilidad. ¿Qué opinan?
-Es algo nuevo y hay que acostumbrarse, en una línea siempre complementaria con las instancias presenciales. En el FA se ha planteado como algo dicotómico, viendo a Facebook como una herramienta que les puede quitar poder a los comités de base, por ejemplo. En cuanto a la fragilidad, puede ser, pero hay formas en desarrollo para que las herramientas virtuales no sean frágiles. De todas formas, ese problema corre también para lo presencial, cuando no organizás bien un debate o una asamblea. ¿Quién no salió de un congreso con la sensación de que la decisión tomada era frágil? En la izquierda hay un miedo a no poder controlar y por eso parece difícil que alguien con la computadora desde su casa pueda suplantar a un fulano que habla en una asamblea con todo su carisma.
-En algunos países está aceptada la firma electrónica y hay niveles de seguridad en eso. Igual planteamos las discusiones virtuales y las instancias presenciales como complementarias; tampoco se trata de pasar todo a lo virtual. Un perfil de Facebook no te asegura un banderazo, que dependerá de nuestra capacidad de despertar interés en algo tan terrenal como agarrar una bandera y salir a la calle. Las puertas que abren las nuevas tecnologías tienen otra ventaja y es que a las nuevas generaciones nadie les va a decir cómo participar. Ellos van a abrirse lugares de la manera que les parezca mejor, y nuestra capacidad de reproducir aquello que cuestionamos va a ser menor.
-¿Cuáles han sido sus experiencias en los comités de base?
-Como muchos, me acerqué desde chico por mi familia y todavía me siento ligado afectivamente, entre otras cosas porque mediante el comité sigo vinculado a un barrio en el que ya no vivo. Pero cuando voy noto que está la misma gente y que en las fotos que están colgadas, que están ahí como para contar la historia, estamos siempre los mismos, sólo que un poco más viejitos en cada foto. Eso impacta en el propio comité, que está ahí como siempre igual, con un montón de gente aferrada.
-Otro problema en el FA es cuando apelan a las horas de militancia para ningunear o cuando te dicen “yo milité en el 71”. Y sí, yo nací en 1978, qué se le va a hacer. O sea, está fabuloso que los viejos sigan ahí, convencidos de que se puede transformar la realidad, pero el tema es que no logran transmitir ese sentido a los que estamos afuera.
-Igual hay un problema con plantear esta discusión con dicotomías, porque seguramente muchos militantes que van al comité todas las semanas quieren cambiar cosas que están sucediendo. Pero si planteamos “comité sí o comité no”, la gente más cercana a la orgánica podría abroquelarse, como defensa a esos cuestionamientos desde afuera, a pesar de que en una discusión sincera te reconozcan sus críticas.