El desempeño de la selección uruguaya en el Mundial de fútbol ha determinado una situación inédita. Pasan más cosas, por supuesto, pero parece que el país entero hubiera dejado en suspenso el resto de su agenda, concentrado en esperar lo inesperado y animándose, cada vez con menor disimulo, a transitar en voz alta del hay que ver al quién sabe, del capaz que en una de ésas al ojalá, y del qué bueno sería al no es imposible.

Mientras esta sociedad incrédula cavila sobre la factibilidad de un milagro sudafricano, se producen en ella otros prodigios no menores, que pasan inadvertidos o casi molestan, como cualquier cosa que se interponga entre nosotros y la pantalla.

Resulta, por ejemplo, que la “crónica roja” de los informativos ya no es tan truculenta ni se jerarquiza del mismo modo. Aunque son días de comerse las uñas, la famosa sensación de inseguridad se ha desvinculado de las probabilidades teóricas de ser víctima de una rapiña: ahora se asocia sobre todo con el riesgo de quedar eliminados en octavos de final, y todo lo demás importa menos. Será por eso, quizá, que menos de un mes y medio después de que asistiéramos a una eclosión de histeria represiva por incidentes ocurridos durante el festejo del Campeonato Uruguayo que ganó Peñarol, casi nadie ha señalado que el sábado se demostró, en forma pacífica y contundente, que no hace falta prohibir el acceso de hinchas a 18 de Julio, ni acondicionar un predio campo afuera para que se maten entre ellos.

Los debates en el Frente Amplio sobre la presunta existencia de dos modelos económicos en pugna tienden a ser evaluados, ahora que todo puede verse teñido de celeste, como algo que quizá sea solamente una cuestión de matices o de énfasis distintos, como la ubicación de Diego Forlán en una posición relativamente más retrasada. Y en lo que respecta a las relaciones con Argentina, el soñado enfrentamiento en una final ha pasado a ser más relevante que la cuestión del monitoreo conjunto de la planta de celulosa de UPM. Como los rioplatenses somos, en realidad, muy parecidos, es probable que del otro lado del río el caso del juez que dio por bueno el gol de Tévez contra México, en evidente offside, haya dejado en segundo plano las críticas al fallo de la Corte Internacional de Justicia y a la violación uruguaya del Estatuto del Río Uruguay, abriendo paso a la idea de que es sensato diferenciar, como lo hicieron los magistrados en La Haya, los aspectos formales de los sustantivos. Esta visión celestial del mundo puede durar poco, pero quizá nada vuelva a ser exactamente igual que antes. Eso tampoco es imposible.