Cuando alguien en Uruguay dice “la fuerza política”, cualquiera sabe de qué se trata: del Frente Amplio. Como si fuera la única que funciona en este país. Como si acá no existiera la política. ¿Cómo podría existir sin fuerzas contradictorias, sin ideas confrontadas, sin competencia? Claro que todo esto es ilusorio: si un partido cree que ningún otro puede enfrentársele, si es tanta su vanidad, terminará buscándose conflictos adentro. Igual que “la fuerza” de La guerra de las galaxias, con su lado luminoso y su lado oscuro, manejada por jedis buenos y “caídos” y por siniestros sith.

Para el Frente Amplio no debería ser ofensa el calificativo de “partido tradicional”. Está fuera del dúo fundacional, eso es cierto. Pero logró en 39 años la masividad más absoluta, luego de un prolongado proceso en cuyos inicios restringió su campo de acción a grupos de élite, presentes, eso sí, en todas las clases sociales y sectores de actividad. En ese lapso se forjó su propio arsenal de tradiciones, de herramientas místicas, para eludir los obstáculos que esa masificación le impone a la necesaria homogeneidad. A veces se le extraña otros argumentos en pro de la unidad más allá de la mera exhortación a la unidad porque sí.

A estas alturas nadie supone que el Frente Amplio mantendrá firmes sus lazos hasta la conquista de la gran variedad de utopías trazadas en su interior. Ya tuvo desprendimientos en el pasado. De todos modos, los próximos trámites de divorcio serán más dificultosos que los de antes, porque el ejercicio del gobierno vuelve tolerables diferencias profundas que en el llano serían insoportables. Y también alienta la atracción centrípeta de grupos opositores hacia la cocina, el lugar más calentito de la casa.

En el Uruguay de estos días, hablar de política es casi imposible sin hablar del Frente Amplio. En contados períodos de la historia nacional un lema gozó una adhesión así de abrumadora. Toda la oposición actual opera en función del partido de gobierno, que conserva el favor (a menudo resignado) de los sectores sociales que lo apoyan desde su origen y que obtuvo aliados en otros, como el gran empresariado. Los sindicatos, nunca tan representativos de las capas medias, podrán pegarle algunos cachetazos, pero no lo van a dejar tirado en el pastito con la pierna quebrada.

El Frente se ha vuelto bastante parecido al movimiento peronista argentino, con la fortuna de soportar mucha menos virulencia opositora. Su predominio trasciende el aparato político del Estado y el sistema de partidos, pues se extiende a una buena porción de las organizaciones de la sociedad civil (movimiento de derechos humanos incluido), la academia, la gestión cultural y la producción artística, de donde proceden, ante la autocomplacencia de “la fuerza” y la parálisis de la oposición, las críticas más lúcidas a la acción del gobierno. El espacio frenteamplista ocupa poco menos que el todo, creando una ilusión de no conflicto, de no política. La misma ilusión que distorsionaba la mirada de aquel personaje de “No habrá más penas ni olvido”, la novela de Osvaldo Soriano, ése que decía: “Yo siempre fui peronista, nunca me metí en política”, y que al rato estaba a los tiros en su pueblito con otros que también le sacaban lustre al busto del general.

No debería extrañar que los líderes opositores tweeteen tanto. Les queda muy poca cancha fuera de la electrónica. El Frente Amplio, igual que los partidos Colorado y Nacional, siempre tuvo su ala derecha, sólo que antes parecía reducirse a personajes con escasos votos propios como Francisco Rodríguez Camusso. Si al viejo Pancho se le toleraban las excentricidades, ¿cómo no se les va a hacer el aguante a figuras mucho más populares, que rechazan la despenalización del aborto o que proponen medidas represivas contra los faloperos, liberalizadoras de la tenencia de armas o que privilegian la producción frente al ambiente? ¿Esas pulsiones conservadoras vienen de antes o son nuevas? ¿Esos dirigentes se despojaron de izquierdismo o del temor a mostrarse tal como son? ¿Siempre le tuvieron tirria a una “burocracia” a la que amenazan con soltarle la mano después de que los ayudó a llegar al gobierno?

¿Les asiste la razón a quienes, como la juventud de la Vertiente Artiguista, perciben “peligrosos síntomas de tradicionalización en la izquierda” y califican al Frente Amplio de “monstruo” que se “ahoga” en “la costumbre, la repetición, los atajos y el cansancio”? ¿Son los partidos uruguayos cada vez más iguales unos a otros? ¿La edad de los caballeros jedi que se aferran a sus sillones no reflejará la antigüedad de las ideas que defienden? ¿Están para la gran Yoda?

No es para tanto. Los dirigentes del Frente suelen decir algo de izquierda. Los otros, ni eso. Capaz que eso es suficiente para que la fuerza los acompañe, esperando que Darth Vader vuelva al lado luminoso. Como en la película.