El Frente Amplio está a punto de cumplir 40 años. En su Declaración Constitutiva, firmada el 5 de setiembre de 1971, sus fundadores se definían como “hombres y mujeres de ideologías, concepciones religiosas y filosofías diferentes” que confluían en una “fraternal” y “solidaria colaboración”. Según algunos de sus componentes actuales, el cumpleaños es oportuno para desembarazarse de “muchos elementos arraigados del siglo XX” que “ya fueron”, como lo resumió el ex presidente Tabaré Vázquez.

“Yo respeto enormemente el pensamiento de los compañeros del Partido Comunista y su posición ya conocida, que es muy definida y muy honesta, pero creo que la realidad nos va a obligar a discutir si realmente la aplicación de esa concepción ideológica se adapta a la realidad de nuestros días”, dijo Vázquez en una entrevista publicada por el semanario Búsqueda el 30 de diciembre. Por eso, sostuvo, el Frente Amplio debe “estudiar y definir” la “nueva realidad” del siglo XXI desde “el punto de vista ideológico”.

La entrelínea es clara: Vázquez propone para una fuerza política hasta ahora caracterizada por su diversidad ideológica una definición más uniforme en ese plano. O sea, la fundación de otro Frente Amplio, distinto del que él mismo presidió y distinto del que lo llevó a conducir al gobierno del país.

La batalla ideológica dentro de esta fuerza política siempre existió, pero bajo el supuesto de que un grupo frenteamplista se abstendría de intentar la imposición de su credo al resto. Eso implicaba sumo cuidado al marcar diferencias: las críticas eran amables y siempre se referían a tiempos futuros, casi de utopía, en los que el Frente Amplio dejaría de tener sentido por haber cumplido sus metas, tiempos en los que los sectores ahora “fraternos” volverían a enfrentarse por el poder. Ahora, en cambio, salieron a relucir otras armas: “La ideología del Partido Comunista tiene algunos aspectos perversos que hacen imposible la búsqueda de acuerdos”, llegó a decir el senador Eleuterio Fernández Huidobro, entrevistado por Últimas Noticias.

Anticomunismos hubo siempre en el Frente. En parte por responsabilidad del propio partido, en parte por el discurso predominante en Occidente durante décadas de guerra fría. Los comunistas han abusado del “yeso” y la “aplanadora” en asambleas sindicales, estudiantiles y comités de base, es cierto. Les fascinan los secretitos y la cocina. Y hoy, 20 años después de la caída de aquel muro (y del levantamiento de otros muchos), resulta bien complicadito figurarse los “socialismos reales” que ellos defendían (o defienden, como es el caso de Cuba) como auténticas democracias.

Pero hay dos datos que suelen pasarse por alto en la síntesis de estos procesos. El primero, que buena parte de los llamados “arrepentidos” o “reciclados” se limitaron a cambiar el manualcito bolche por un manualcito muchísimo más facilongo, que dice “liberalismo” en la tapa y predica el conservadurismo en las páginas interiores. El segundo, que pocos partidos se arriesgaron y se esforzaron tanto como el comunista en pos de la restauración democrática uruguaya, y que mientras evitan exhibir esa medallita han dejado y siguen dejándolo todo en la cancha de la verdad y la justicia.

En cuestión de votos, el partido ya no es lo que era. En las últimas elecciones nacionales, su lista 1001 (en la que constituye la abrumadora mayoría) obtuvo 2,73% de los sufragios válidos, 6,46% de los del Frente Amplio. Sin embargo, tienen una enorme presencia en los sindicatos y cerca de un tercio de los delegados de base al Congreso frentista. Cuentan con una ministra, un viceministro y con la intendenta de Montevideo.

¿Qué impulsa esta renovada ola anticomunista dentro de la izquierda? La falta de una relación sana entre el Frente Amplio y el gobierno que éste conduce. El Partido Comunista decidió pararse firme en la parte de ese terreno que más domina: el programa y la organización. Está convencido de que es necesario acelerar la implementación del programa y el estatuto del Frente les da herramientas para presionar en esa dirección. Tal vez estén equivocados. Tal vez el gradualismo sea lo que más le conviene a un gobierno de izquierda. Tal vez el Frente deba tornarse más coalición y menos movimiento. Pero una reforma estatutaria será imposible sin la anuencia comunista: si la organización vigente les da poder, ¿por qué habrían de resignarlo?

Así que, como el diálogo se hace difícil, mejor cambiar el eje de la discusión. En lugar de ayudar a que el gobierno avance, cierto frenteamplismo elige encender la mecha del anticomunismo sin preocuparse de que incendiará su propia casa. Como si quisiera festejar los 40 años mandando a los bolches en cuarentena.