La semana pasada los dichos de Tabaré Vázquez ante ex alumnos del Colegio Monte VI y su posterior alejamiento de “la actividad política pública” sacudieron al país. Circulan muchos comentarios al respecto, pero no todos se refieren a las mismas cuestiones.

Hay debates acerca de lo que el ex presidente ha revelado que pensó e hizo en 2006 (si evaluó bien la coyuntura, si el pedido de apoyo a Bush fue acertado), otro relacionado con la conveniencia de hacer públicas ahora esas informaciones y otros, después de la renuncia, referidos a las intenciones de Vázquez y al modo en que debería encarar la situación el Frente Amplio (FA).

Obviamente, ninguna de las discusiones es puramente “técnica” ni se realiza sólo desde posiciones “neutrales”. Están en juego, por un lado, distintos puntos de vista sobre la relación que nuestro país debe y puede tener con Argentina, con el resto de la región y con Estados Unidos. A la vez, el saldo de estos episodios en la opinión pública puede afectar el prestigio y la proyección política futura del líder partidario que, hasta ahora, estaba mejor ubicado para ganar las elecciones presidenciales de 2014; por ende, incidirá también en las chances de sus rivales, tanto en los partidos opositores como dentro del propio FA. Con ese panorama, es natural que en muchos comentarios se trasluzcan opiniones previas acerca de Vázquez y de la conveniencia, para el país o para muy diversos intereses, de que vuelva a disputar o ejercer el gobierno nacional.

En el FA más de uno se mueve con mucha cautela. El ex presidente nunca se ha destacado por su capacidad de dejar atrás lo que percibe como ataques a su persona, y no todos están dispuestos a correr el riesgo de quedar en su lista negra si regresa, quizá fortalecido y poniendo condiciones, a la “política pública”.

El temor a enemistarse con Vázquez es tan antiguo como muchos malestares con él. Ambos factores han determinado la forma en que creció su jefatura dentro del FA, cuyos dirigentes saben muy bien que, como contrapartida de las virtudes que adornan al líder, hay que asumir otras características suyas y en lo posible disimularlas. Por ejemplo, su escasa disposición a los intercambios colectivos (como los profesores grado 5 en los ateneos médicos, prefiere hablar al final para dar un veredicto inapelable), por motivos que también explican su costumbre de conceder declaraciones para medios de prensa mediante preguntas que recibe y contesta por escrito, sin interacción directa con periodistas. No es difícil ver que así evita la posibilidad de cometer errores costosos como el del Monte VI.

El actual problema es que no hay posibilidades de disimular. Quedaron a la vista algunas facetas de Vázquez que irritan a muchos militantes y votantes del FA, y pedirle que vuelva a ser candidato en 2014 sería reconocer públicamente que se lo acepta como es, con sus méritos y sus defectos, para aumentar las probabilidades de ganar las elecciones nacionales. Nada distinto de lo que se ha hecho desde los años 90 del siglo pasado, pero ahora se verían más las costuras.

En ese marco, es relevante que tanto el presidente José Mujica como el vice Danilo Astori, representantes de las dos corrientes de opinión oficialistas más poderosas, hayan hablado en público de que el FA necesita una renovación generacional. Así han fortalecido las expectativas en esa materia, aumentando el precio de defraudarlas, y al mismo tiempo han legitimado la idea de que no es indispensable postular a Vázquez una vez más (lo cual puede querer decir que comparten esa idea o que buscan regatear mejor un regreso). El tiempo y las encuestas dirán cómo termina esta historia.