Lo menos que se puede decir es que son llamativos los comentarios del ex presidente Tabaré Vázquez acerca de su manejo, en 2006, de la posibilidad de una guerra con Argentina.

Las instituciones militares de los países tienen la costumbre de postular “hipótesis de conflicto” que en algunos casos intentan justificar su propia existencia, como si dijeran: “Parece que no tenemos razón de ser, pero fíjense que podríamos ser necesarios en ciertas circunstancias”. En el caso de Uruguay, esas especulaciones teóricas no suelen ser muy persuasivas, ya que la notoria disparidad con nuestros vecinos, Argentina y Brasil, determina que, si se imagina la indeseable posibilidad de un enfrentamiento armado con alguno de esos países, se vea que la única resistencia posible sería un hostigamiento guerrillero que no involucrara sólo a los efectivos profesionales, y es obvio que prepararse para ese tipo de actividad exigiría unas fuerzas armadas muy distintas de las actuales, en una relación con el resto de la sociedad que dista mucho de existir.

De todos modos, una cosa son los juegos de guerra ideados -con candor o sin él- por los especialistas castrenses en la materia, y otra muy distinta las previsiones y decisiones adoptadas desde el Poder Ejecutivo acerca de eventuales guerras. Por elementales razones de sensatez, y por aquello de que la guerra es algo demasiado importante para dejarlo en manos de los militares, la diferencia es (o debería ser), salvando las distancias, semejante a la que existe entre la demanda de recursos de un organismo público y la partida que se le asigna en un proyecto de presupuesto.

Las mencionada sensatez no aparece en el razonamiento de Vázquez. Es cierto que el ex presidente Néstor Kirchner creyó conveniente asumir las protestas contra la fábrica de Botnia (hoy UPM) como una “causa nacional” de Argentina, y que la hostilidad marcó durante años nuestras relaciones con ese país (aunque también es cierto que se necesitaban dos para bailar aquel tango, y los hubo). Pero de ahí a que fuera razonable prever la posibilidad de una guerra había un gran trecho. Y había otro aun mayor, por motivos que no parece necesario explicar, entre tal previsión y la búsqueda de apoyo por parte del entonces presidente de Estados Unidos George W Bush y de su canciller Condoleezza Rice.

Quizá la gran pregunta es por qué se le ocurrió a Vázquez dar a conocer ahora sus preocupaciones de 2006, durante una charla con estudiantes, en la cual había periodistas presentes. Algunos suponen que lo hizo para marcar distancia con la diplomacia hacia Argentina que lleva adelante el presidente José Mujica, pero no hay motivos para insultar a su antecesor creyéndolo capaz de comprometer relaciones bilaterales cruciales por intereses personales y menores. Sobre todo si se tiene en cuenta que, en el probable caso de que Cristina Fernández sea reelegida y Vázquez vuelva a ganar en 2014, ambos serían los máximos responsables, durante dos años, de esas relaciones.

Siempre hay personas dispuestas a interpretar cualquier movimiento de los líderes políticos como parte de una estrategia, pero durante la campaña electoral de 2009, y a propósito de opiniones publicadas en el libro Pepe: coloquios, Vázquez comentó en Nueva York que a veces Mujica dice “simplemente estupideces”. Eso le puede ocurrir a cualquiera, recordemos aquel sabio consejo de origen incierto: "Nunca atribuyan a la malicia lo que se explica en forma adecuada por la estupidez”.