Se ha puesto de moda -en buena hora- hablar de los problemas de la educación, y en especial de Secundaria, pero eso no significa que estemos cerca de un abordaje útil. Una de las causas de la mala puntería es que se busca influir sobre la opinión pública con mensajes muy simplificados, que se adaptan a los requerimientos mediáticos pero que rara vez facilitan la discusión de cuestiones complejas. Sobre todo cuando los acompañan el oportunismo y el escaso interés por la coherencia.

Un ejemplo es que no hace mucho, cuando la directora del liceo Bauzá, Graciela Bianchi, salió al cruce de los criterios para el pasaje de grado definidos por el Consejo de Educación Secundaria (CES), proliferaron las defensas de esa impugnación, en nombre de la libertad, la autonomía y el pensamiento crítico, pero en los últimos días muchos de los que elogiaban a Bianchi se indignan porque el propio CES rechaza los criterios del Codicen, a propósito del Proyecto de Fortalecimiento de las Instituciones para la Mejora Educativa. Esto no se debe solamente a que, para causar impactos fáciles, se desdeña la explicación de lo que significan las palabras “independencia”, “autonomía”, “desconcentración” y “descentralización”, que no son sinónimos. También ocurre que muchos apoyan la rebeldía contra los superiores jerárquicos cuando les parece que contribuye a sus propósitos, pero exaltan el “principio de autoridad” cuando piensan que les conviene (así, ungen a Bianchi como heroína cuando se desacata contra el CES, y también cuando reprime a estudiantes desacatados, como en el famoso video).

Lamentablemente, estos procedimientos se alejan mucho de los necesarios para lograr mejoras de la enseñanza, entre otras cosas porque impiden, justamente, aprender.

El menú de asuntos a resolver en el sistema educativo es enorme: abarca desde el deterioro edilicio hasta los programas, desde la formación docente hasta el papel de los sindicatos, desde las cuestiones asociadas con la masividad hasta la tan mentada “formación en valores”, y desde la evaluación de los alumnos hasta la de los docentes y las instituciones, así como muchos otros temas organizativos, de seguridad, presupuestarios, de relaciones con las familias y un largo etcétera, sin olvidar las respuestas a problemas “externos”, como la tendencia al aumento de las brechas socioculturales o la demanda insatisfecha de trabajadores calificados. Lamentablemente, las respuestas adecuadas no podrán sintetizarse mediante dos o tres eslóganes sobre “calidad”, “exigencia”, “inclusión” o un presunto “gobierno de los que saben” (precisamente cuando está en crisis la validez, o por lo menos la eficacia, de los saberes).

Estamos muy lejos de los consensos sociales acerca de tantas complejidades, y hoy no existen ni siquiera portavoces elocuentes de corrientes de pensamiento como lo fue, con todas sus contras, Germán Rama (que por lo menos facilitaba la articulación de debates en torno a sus proyectos).

Mientras tanto, en muchas de las áreas cruciales se siguen difundiendo posturas que revelan una radical incomprensión de lo que está en juego. Acerca del uso de internet, por ejemplo, se oye decir todavía que es materia de la “clase de informática”, sin asumir que la disponibilidad masiva de datos exige nuevas definiciones sobre lo que realmente debe quedar fijado en la memoria estudiantil, y trabajar mucho para que la búsqueda de datos y su interpretación sean inteligentes y eficaces (aquello de “enseñar a pescar”). Seguimos hablando de “saber mucho”, cuando es cada vez más relevante “saber bien”, y mientras tanto hay fuertes indicios de que las ceibalitas distribuidas en Secundaria se utilizan mucho más para ingresar a Facebook que para actividades planteadas por los docentes.

A todos nos gustaría que se alcanzaran con rapidez grandes acuerdos nacionales para mejorar la enseñanza, pero en las actuales circunstancias el sistema partidario puede verse en problemas incluso para lograr consenso sobre vaguedades, aunque en eso sea históricamente experto.