Se equivocó feo José Mujica el domingo en Maldonado. Fue metiendo más y más la pata en cada una de sus respuestas a las preguntas del periodista Marcelo Gallardo sobre el acoso de un guardacostas argentino a un pesquero de bandera española que terminó siendo custodiado por la Armada uruguaya. Para la memoria quedará el infeliz “no sea nabo”, el inconsistente “usted me faltó el respeto” y el prepotente “¡retírese!” que le espetó el presidente al corresponsal de El País y El Espectador. Pero antes dijo que “eso pasa todas las semanas” y que “el único problema” fue que “ustedes se enteraron”, en referencia a la prensa y, por ende, al público. Y con eso de las “medidas del traje, o de la corbata” daba a entender que todo seguiría como está.
El problema no es que estos choques se conozcan, sino que sucedan “todas las semanas”. Sí, es un problema que la Armada argentina se enfrente con barcos civiles de terceros países tan cerca de la costa uruguaya. Pero eso no sirve para disimular un problema mucho mayor, un problemón: que Uruguay, país comprometido con el reclamo de Argentina por su soberanía sobre las Islas Malvinas, les brinde servicios portuarios y hasta protección militar a piratas con patente de corso concedida por Gran Bretaña para que pesquen en los alrededores del archipiélago.
Unos cuantos dirigentes opositores aprovecharon la oportunidad para volver a achacarle a Mujica “obsecuencia” y “sumisión” hacia la presidenta Cristina Fernández porque prohibió el ingreso a puertos uruguayos de barcos con bandera de esa entelequia llamada Falkland Islands. Les viene bien para explotar la argentinofobia que viene avanzando en el público de un tiempo a esta parte. Sin embargo, esa decisión le sirve al gobierno de Uruguay para llenar el ojo mientras asiste a empresas de otros países que aportan, con el pago de las licencias de pesca a Gran Bretaña, las decenas de millones de libras que sostienen el presupuesto de la colonia desde los años 80. Tal vez sea el ambiguo costo del “libre comercio” el principio que dijo defender Londres cuando le encargó a Lord Ponsomby la partición del antiguo Virreinato del Río de la Plata, cuando le declaró la Guerra del Opio a China y cuando el embajador Patrick Mulee emitió su comunicado ante el “decepcionante” apoyo de Montevideo a Buenos Aires.
El Imperio Británico no termina de agonizar. El proceso de descolonización iniciado al influjo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1947 con la independencia de India y Pakistán parece inmortal. Mientras sus dominios africanos se liberaban del yugo entre los años 60 y los 80, Londres estuvo a punto de alcanzar un acuerdo con Buenos Aires sobre las Malvinas. Se manejaron opciones como un condominio o la devolución lisa y llana del archipiélago usurpado por la Royal Navy en 1833, cuando la fragata HMS Clio forzó la huida de los gauchos que lo habitaban y del gobernador argentino José María Pinedo. Pero las negociaciones siempre naufragaban en la Cámara de los Comunes, donde la oposición jugaba la carta nacionalista y electorera. Las esperanzas de recuperar las islas en el siglo XX quedaron enterradas junto con los casi 700 soldados argentinos que el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri mandó al muere en 1982.
Argentina tiene motivos para acelerar las gestiones por las Islas Malvinas. Le asiste la razón, la Asamblea General de la ONU ha entendido en varias ocasiones desde los años 60 que los pobladores de la isla no son colonizados sino colonos, por lo que no corresponde aplicar el principio de autodeterminación. También la apoyan las distintas organizaciones de países latinoamericanos y caribeños, el mundo árabe, buena parte de África y China.
Pero Gran Bretaña se ha negado a negociar y ha emitido señales fuertes, algunas provocadoras, como disponer ejercicios militares en el área, insistir con la exploración petrolera y gasífera, proponer la creación de una “zona de protección marina” en las también disputadas Islas Georgias del Sur y preparar para el próximo 14 de junio, cuando se cumplan los 30 años de la rendición argentina, un festejo del Liberation Day por todo lo alto.
Sorda ante el coro cada vez más indignado de la comunidad internacional, la derruida metrópoli insiste en eludir el diálogo mientras no se contemple la “voluntad” de la población de las Malvinas. No exhibió esa aparente dignidad cuando cedió ante la autoritaria China, ignorando la reticencia de gran parte de los cuatro millones de habitantes de Hong Kong, devuelta en 1997. Es la lógica de los imperios, que sólo se rinden ante un imperio más poderoso, más rico, mejor armado, sin atender al más legítimo: el imperio de la razón.
Mientras, el público uruguayo distorsiona el debate sobre las colonizadas Malvinas con referencias a Carlos Gardel, el dulce de leche, el asado más grande del mundo, Botnia y Moria Casán. Porque éste es un país serio, no como el de enfrente.