El presidente José Mujica y el ex presidente Julio Sanguinetti discrepan en unas pocas vocales: lo que para el actual gobernante es un “chusmerío barato” es, para su antecesor, “chismografía”. Algo de razón tienen. Pero ¿quién es el chusma? ¿Quién es el chismoso? ¿Julian Assange? ¿Los hackers de WikiLeaks, si es que la organización los tiene? ¿El soldado Bradley Manning, preso en una base militar estadounidense por encontrársele sospechoso de entregar a WikiLeaks documentos secretos o confidenciales del gobierno? ¿Los diplomáticos que, desde el búnker de la calle Lauro Müller, los redactaron y remitieron al departamento de Estado? ¿El diario montevideano El País, que desde el jueves 3 publica informes basados en sus contenidos?

En esta carrera chismográfica, ninguno de ellos les gana a los funcionarios y dirigentes políticos uruguayos que les contaban, sin desparpajo ni pudor, las intimidades del gobierno a los diplomáticos estadounidenses, como quien ofrece confidencias en prenda de amistad o en busca de complicidades.

En febrero de 2006, el corte de rutas dispuesto por activistas de Gualeguaychú contrarios a la instalación de la fábrica de celulosa en Fray Bentos ya había hecho fracasar la campaña turística uruguaya. Sin embargo, aún no se había interrumpido el diálogo entre Montevideo y Buenos Aires. El 14 de ese mes, un martes, el entonces ministro de Industria, Jorge Lepra, le dijo al encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos, James Nealon, que el gobierno de Néstor Kirchner encarnaba “la peor cara del partido peronista” y parecía más de “camisas pardas que de izquierda”. No contento con eso, le pidió que gestionara una intervención de Washington en el conflicto, como si se tratara de una riña entre niñitos: “Cuando un hermano le pega una cachetada al otro hermano en la cara, se necesita un tío mayor para que ponga fin al asunto”.

En otra ocasión, llegó a confiarle a Nealon que un compañero de gabinete suyo, el entonces canciller Reinaldo Gargano, estaba “completamente al margen”, “por fuera” o “excluido” (eso significa “out of the loop”, y no “fuera de la realidad”, como tradujo El País) de las deliberaciones internas relativas al libre comercio con el país norteamericano. También le pidió datos sobre el tratado bilateral entre Estados Unidos y Vietnam, en procura de argumentos para “para contrarrestar la oposición del Partido Comunista”. “Si Vietnam comunista, después de librar una guerra brutal, [...] puede hacer un giro y firmar un TLC, ¿nuestros comunistas cómo pueden estar en contra?”, se preguntó.

El actual gerente general de Pluna debe de estar lamentando sus indiscreciones frente a Nealon. De acuerdo con la traducción de El País, la embajada estadounidense le informó en diciembre de 2008 al departamento de Estado, en un cable “confidencial”, lo siguiente: “La salida de Lepra no debería reflejar un mal desempeño como ministro. Recientemente le confió al consejero económico que estaba agotado y pronto para irse. Una embajada prestigiosa es una recompensa económica comparada con el gabinete y le da a Lepra la oportunidad de estar cerca de sus hijos que viven en España”. Demasiada información.

Buena parte de los mensajes reseñados por El País corresponden al período en que coincidieron como presidentes el uruguayo Vázquez, el argentino Kirchner… y el estadounidense George W Bush, quien debe de estar peleando con Nerón el primer puesto en el ranking de peores gobernantes en la historia del planeta. Era a los subordinados de este criminal de guerra a quienes cortejaban Lepra y otros funcionarios. Quienes hoy aplauden como focas excitadas los calificativos proferidos a Kirchner y su gobierno deberían reflexionar al respecto. ¿Acaso no queda claro, teniendo a la vista los cables que el propio WikiLeaks divulgó en diciembre, que Bush es un “execrable asesino”?, como lo definió en 2007, para escándalo de muchos hipócritas, la hoy ex ministra Marina Arismendi. Mientras Lepra y otros ministros alcahueteaban a Washington (léase la definición de “alcahuetear” en cualquier diccionario), la potencia ya hace rato que se estaba sumergiendo en un proceso de decadencia política, económica y moral que no ha cesado hasta ahora. ¿Valía la pena un galanteo tan obsceno? ¿Valió la pena?