En pocas cosas parece coincidir la clase política uruguaya, más allá de las declaraciones cotidianas sobre la necesidad de “trabajar todos juntos” por el bien del país y en la conveniencia de consensuar políticas de Estado. Una búsqueda virtual permite afirmar que, paradójicamente, siendo objeto de las críticas por la poca atención que prestan a esta enfermedad, usan la palabra autismo para desacreditar a sus rivales y definirlos como personas que no escuchan sus sugerencias.

Uno de los primeros en emplear el término fue el doctor en medicina Tabaré Vázquez, que en Artigas y durante un acto de campaña en plena crisis de 2002 sostuvo, en alusión al mandato de Jorge Batlle: “El gobierno tiene un autismo hacia la izquierda uruguaya [...] nos ignora, no nos atiende, y no voy a decir que el problema es que no atienda a la izquierda, es que no atiende los problemas de la gente”.

Vázquez recibiría de su propia medicina varias veces. Por ejemplo, cuando en las postrimerías de su gestión el relato de la ONU contra la tortura la emprendió contra el sistema carcelario. Entonces, el diputado blanco Pablo Abdala (Herrerismo) consideró que “el gobierno ha demostrado un gran autismo político porque cada vez que se le propusieron soluciones se negó sistemáticamente” a escucharlas.

Por esas fechas, el también blanco, senador y precandidato presidencial Jorge Larrañaga (Alianza Nacional) le diagnosticaba el mismo mal al gobierno de Vázquez, en este caso por su “incapacidad” para acabar con la inseguridad: “La peor política es la que no se ha tenido. El gobierno ha sido autista en el control de la seguridad y la delincuencia, un gobierno que también ha sido absolutamente autista para tratar el tema de los impactos que ya se están desencadenando en el aparato productivo del país”.

Le salió a retrucar la senadora oficialista (y médica) Mónica Xavier, quien en primer lugar certificó que “el autismo es un desorden del desarrollo del cerebro que comienza en los niños antes de los tres años de edad y que deteriora su comunicación e interacción social causando un comportamiento restringido y repetitivo”, para luego preguntar, por ejemplo, “¿es autista un gobierno que tomó el país con más de la mitad de los hogares pobres y 15% de indigentes y creó un Ministerio de Desarrollo Social y un plan de Emergencia Social para evitar que hubiera personas que muriesen de hambre?”.

Los colorados también han adoptado la costumbre. En tiempos de definiciones y de balotaje, el ex ministro del Interior Guillermo Stirling, quien declaró que votaría a Luis Alberto Lacalle, afirmó que las autoridades de su partido padecen “autismo político [...] Parecería que están viviendo fuera de la realidad y piensan que es arriar banderas el tratar de negociar con los blancos. Yo no creo nada en eso”.

Un poco más abarcativo fue el hoy ministro de Defensa, Luis Rosadilla, por entonces diputado, cuando en junio de 2009 señaló: “A veces los políticos parecemos autistas, nos entretenemos en juegos entre nosotros para ver cuál es más pícaro, cuál le hace la zancadilla más grande al otro, y los 800.000 pobres siguen ahí”.