Nadie sabe cómo saldrá el Frente Amplio del lío en que se ha metido con sus idas y venidas acerca de la Ley de Caducidad, pero el episodio en curso desnuda una situación que puede manifestarse de muchas otras formas futuras, y que se debe a la concurrencia de por lo menos cuatro factores.
El primero es la ausencia de un liderazgo indiscutido, o por lo menos capaz de mantener alineada a una importante mayoría interna. Lo hubo cuando la conducción estaba en manos de Liber Seregni, hasta que el ascenso de Tabaré Vázquez cambió la ecuación; y luego con el propio Vázquez, más o menos hasta el último año de su mandato presidencial. Claramente hay una situación distinta con José Mujica. Éste no carece, por cierto, de destreza política, y ha hecho un importante esfuerzo para ampliar su base de sustentación, pero no puede articular y representar eficazmente a la diversidad de corrientes que se expresaron en las elecciones internas de 2009 (aun sin contar a una que no se expresó como tal en aquella ocasión, pero reaparecerá si Vázquez vuelve plena y formalmente a escena).
El segundo es la dispersión orgánica, que ha consolidado una gran cantidad de subculturas en territorios semiautónomos, como pasa en las ciudades que crecen de modo caótico y se quedan sin espacios públicos adecuados para la interacción de todas sus partes. No se trata sólo de las notorias distancias entre bases organizadas y elenco dirigente, sino que existen docenas de núcleos desarticulados (en muy distintos ámbitos, institucionales o no) que consolidan sus propias idiosincrasias, con una argamasa ideológica cada vez más aguachenta entre ellos.
El tercero es la debilidad de la elaboración colectiva, muy vinculada a lo anterior pero con causas y complicaciones propias, que ha dejado a la fuerza política sin consensos en una gran variedad de cuestiones centrales que van de lo municipal a lo internacional, del programa a la estrategia y de las opciones técnicas a las éticas.
Antes de considerar el cuarto factor, tengamos en cuenta que los tres ya mencionados son relativamente independientes aunque se potencien entre sí. Gran parte de los problemas de la estructura persisten desde hace décadas, y estuvieron en el trasfondo de varias crisis cuando Seregni era presidente del FA, sin que se haya esbozado desde entonces una propuesta viable de solución, pero en más de una ocasión fueron sorteados debido a la existencia de liderazgos más fuertes en la fuerza política (o por lo menos en los sectores, cuya unidad de acción también viene en descenso), o porque hubo usinas de propuesta -suprasectoriales aunque no involucraran a todos- con potencia suficiente para prevalecer. La crisis de liderazgos es abonada por la disminución del común denominador en materia de ideas y por el relajamiento general de la organicidad, pero no parece que se deba solamente a esas debilidades. También es en buena parte consecuencia del crecimiento y del paso del tiempo, en una organización que ya no es nueva y que ya no se tensa en el esfuerzo por llegar, sino en el de mantenerse donde llegó.
El cuarto factor es la exigua mayoría parlamentaria del Frente Amplio, que en la Cámara de Representantes depende de que ninguno de los 50 diputados se corte solo. Dadas las circunstancias señaladas antes (o sea, sin mando ni ámbitos de articulación ni propuestas convocantes), esto crea condiciones para que las divergencias se disparen en cualquier asunto. Lo raro es que no sean más abundantes, pero su frecuencia bien puede aumentar ahora que se han manifestado, de modo frontal, en relación con un tema tan central y sensible como el de la impunidad. Y quedan años por delante.