Oh, la seguridad, ¿qué es la seguridad? Se podrá intentar algo como “poder salir a la calle sin miedo a que te roben o te maten”. Digo, para abreviar. Aunque últimamente la seguridad se ha convertido en una especie de moneda de cambio a nivel político. Alguien dice que acá no hay seguridad, los canales muestran más crímenes que antes, la gente se asusta y empiezan a surgir por todos lados historias truculentas. No hay datos oficiales confiables, un día el ministro muestra algunas cifras, y quien las produjo renuncia al toque. Entonces alguien dice: “Esta discusión la perdimos, hay que hacer algo”. ¿Y qué se hace? ¿Algo serio, basado en otras experiencias y con resultados probables a mediano y largo plazo? ¿O algo que pueda provocar un cambio rápido en la opinión pública, aunque sus consecuencias útiles sean más que dudosas? Obviamente, esto último. A los políticos, que renacen o desaparecen cada cinco años, todo lo que no es inmediato se les antoja eterno. Y acá estamos, escuchando cada poco tiempo que se ha realizado un megaoperativo en tal o cual barrio marginado.

Tales eventos tienen, empezando por su pomposo nombre, algunas características que los hacen pertenecer más al universo de la propaganda que al de la acción concreta que busca una solución real y duradera. Por ejemplo, quienes los realizan van disfrazados de robocop. Actúan con celeridad, en una operación que se intenta mantener en secreto, el que, sin embargo, existe para todos menos para la televisión. Claro: lo que no sale por televisión no existe, y si la intención es propagandística, tiene que lograrse la difusión apropiada.

Un helicóptero de verdad apoya las acciones de estos servidores públicos de ficción. Dicho vehículo es ruidoso, visible desde todos lados por su carácter aéreo y asociable a la fuerza, a la guerra, a la captura y ejecución de osamas. Es como si un auto con altoparlantes recorriera la zona al grito de “miren qué malos que somos cuando queremos”; pero mucho más efectivo. ¿Efectivo? Bueno, propagandísticamente sí, aunque en realidad no sé bien qué función cumple. De ignorante que soy, nomás. Me los puedo imaginar avisándole con un megáfono a uno de los cyborgs: “Cacho, no mires, pero hay un infractor justo detrás tuyo. Cambio”. O capaz que cada tanto les tiran alguna botella de refresco y unos sándwiches.

Durante el operativo se detiene a cierto número de personas. Se insiste en que, a diferencia de lo que ocurría en las razzias, se arresta por algún motivo. El más común es el llamado “desacato”. ¿Y qué viene a ser eso? Bien, uno, que tiene algún añito, “participó” en varias razzias de aquellos buenos tiempos en que a las cosas se les llamaba por su nombre. Y la palabra “desacato” (junto con el verbo “retobar” en su uso pronominal, “retobarse”) era una especie de leit motiv que servía para meter a alguno en un calabozo aparte y dejarlo un par de horas más que al resto. Recuerdo la medianoche en que un tira salió de las sombras y se le apersonó súbitamente a un tipo que iba caminando unos pasos delante de mí. El loco, sin pensarlo dos veces, lo bajó de un gancho en plena quijada. Conclusión: desacato. Otra vez otro policía de particular le pidió de muy mal modo la cédula a alguien, quien le exigió que antes le mostrara un carné que lo acreditara como policía. Desacato y 18 horas de calabozo. Otra vez nos llevaban a varios, así, tipo majada, por Centenario hacia la seccional del estadio. Había dos que conversaban entre sí, a pesar de las órdenes dadas en tono militar por un peladito sorete. Desacato.

En tiempos muy recientes he presenciado, por pasar justo por ahí, un par de actuaciones menores, no “mega”, y puedo asegurar que el estilo policíaco no se ha modificado en nada desde aquellos días.

Si yo, que soy manya, quiero demostrar que los barrabrava de Nacional son gente violenta, puedo ir al Parque Central y empezar a cantar “los del bolso son todos putos” vestido de Peñarol. Seguramente voy a salir con buenos argumentos a favor de mi hipótesis. Y puedo asegurar que nada puede hacer calentar más a alguien que por su aspecto es perseguido constantemente por la Policía que el hecho de que vengan unos payasos disfrazados de guerra de las galaxias a revolverle la casa y pesetearlo.

Dejémonos de pavadas. Los accidentes de tránsito dejan muchas más víctimas que las armas de fuego, y hay mucha menos gente presa por manejar mal que por disparar. Éste sí es un dato objetivo. Pero claro, ni burgueses cerdos capitalistas, ni guerrilleros revolucionarios, ni reformistas progresistas van a votar leyes que pongan en jaque a la comodidad de usar su automóvil de la forma que más les plazca.