Un puñado de periodistas, el presidente de la República y un abogado aseguran haber leído, escuchado o visto filmada una proclama desafiante de supuestos soldados enmascarados. Cuánta valentía derrocha el Comando Honor y Dignidad del Ejército Nacional Libertador. “¡Libertad o muerte! ¡Viva la patria!”, berrean. Le pasan la mano por el lomo a “los ciudadanos de bien” que “viven atemorizados por la delincuencia”, mientras se relamen imaginando “operaciones militares” para “asegurar la liberación” de los peores criminales de la historia uruguaya. Criminales a quienes la ciudadanía les paga la jaula de oro, con una plata que podría servir para rehabilitar a otros delincuentes cuyas vidas corren peligro en prisiones infames.

Militares activos y retirados, así como sus clubes sociales, lamentan la posible anulación de la Ley de Caducidad con la retórica entre burra y gorila, siempre bestial, de los comunicados de las Fuerzas Conjuntas. Juegan a que están inquietos. “Hay un nerviosismo muy grande”, advirtió el comandante del Ejército, general Jorge Rosales. Decenas de oficiales amenazan con pedir el retiro si cae la impunidad, una maniobra que no supondría descenso de sus ingresos, y sí un aumento en buena parte de los casos. Trascienden, también, riñas internas menudas, como las “faltas de respeto” que llevaron a Rosales a relevar al hoy ex comandante de la División de Ejército I, general Luis Pérez. El conflicto: quién pronunciaría un discurso.

El Partido Nacional, principal de la oposición, le retira su confianza al ministro de Defensa, por “carencia de rumbo y manejo anárquico” de unas 25 mil personas que andan armadas por ahí. La sociedad hierve de delincuencia. Volvieron las razias. La Fuerza Aérea asiste con helicópteros a comandos de policías uniformados, encapuchados y pertrechados a guerra, que incursionan en barrios pobres con pocas misiones concretas y escaso aval judicial. O sea, con fines intimidatorios. Cantidad de militares se salen de la vaina por jugar al policía y patrullar algo más que el perímetro de las cárceles. Don, doña, qué miedo.

Y parece que el problema es que los miembros activos de las Fuerzas Armadas hablan de política.

¿Cómo es la cosa? ¿Pueden o no? ¿O pueden hacer declaraciones de carácter político sólo cuando te gustan, seas opositor u oficialista?

Mejor que hablen, así se sabe lo que piensan. Los militares siempre han hablado de política. ¿Acaso los expertísimos que suelen citar a Clausewitz están de chistosos?

El jefe del Estado Mayor de la Defensa, general José Bonilla, dijo que “no puede haber verdad si hay justicia” porque “son palabras que una y otra no van unidas”. El problema no es que esas declaraciones sean políticas. Es que son indecentes. Son indignas del jefe de una institución del Estado que discursea y se disfraza de honorable. Amonestarlo por ellas es muy poco.

El problema, señores milicos, y permítase la confianza, es que muchísimos entre ustedes cometieron crímenes y actos terroristas de lo peor, y que no hicieron nada, ya no para lavar su imagen (eso sería algo mínimo), sino para limpiar la cagada que derramaron sobre todo el país. Para eso tendrían que mandar ustedes mismos en cana a los diarreicos, a los delincuentes, incluidos los civiles uruguayos y los extranjeros a quienes les hacían los mandados. Tendrían que pedirles perdón a sus víctimas y a la sociedad. El problema, señores milicos, es que la ciudadanía ve en la impunidad, y en la frescura con que ustedes la gozan, una señal de que están dispuestos a repetir aquella entrada y todos los platos, vomitar y volver a empezar. El problema, señores milicos, es que los civiles les tienen miedo, como le tienen miedo al chorro hipotético o real que se mandó tremebundo copamiento y al día siguiente estaba libre. Lo mismo que disfrutaron muchos de ustedes. Porque el problema, señores milicos, es que la valentía, en su versión castrense, es sólo una palabrita a lustrar en los escudos de armas, visto lo que les gustó ensañarse con débiles inermes.

¿Quién dijo miedo? Las noticias nacionales. Las noticias internacionales. Y el presidente y el vicepresidente de la República, que el miércoles encararon por sorpresa a los diputados oficialistas para sugerirles que rechazaran el proyecto que desactivaría la Ley de Caducidad. Como dijeron miedo el hoy ex presidente Julio Sanguinetti y los legisladores colorados y blancos de 1986 y la mayoría de la ciudadanía en 1989.

Habrá que aceptar que el país está cagado.

¿Habrá?