Sería injusto evaluar casi 16 meses de gobierno de José Mujica sin tener en cuenta que ese período representa, también, la parte más reciente de casi 76 meses de gobierno del Frente Amplio.

No es un dato sin importancia: al actual presidente de la República no le tocaron, como a Tabaré Vázquez, las ventajas y desventajas de ser el primer representante de su fuerza política en el cargo, después de una gravísima crisis que se llevó puesto al Partido Colorado y a sus aliados blancos. Dentro y fuera del FA, los temores y las esperanzas que rondaban el 1º de marzo de 2005 se han atenuado en gran medida.

Para bien o para mal, quedó claro que los frenteamplistas no habían llegado al gobierno nacional para revertir algunas reformas de fondo contra las que despotricaron cuando eran oposición (por ejemplo, la de la seguridad social); que la captación de inversiones extranjeras tenía para ellos, en principio, una prioridad mayor que el estímulo a relaciones de producción alternativas y también que sus propuestas para resolver algunos problemas básicos del país eran inadecuadas, resultaban insuficientes o carecían de consenso interno (y así resulta que se mantienen situaciones muy problemáticas, por ejemplo, en las áreas de la educación, de la seguridad pública o de la pobreza estructural, muy relacionadas entre sí).

Pero también quedó claro que no habían llegado a gobernar el país con el solo propósito de administrar lo establecido y amortiguar tensiones coyunturales. Las reformas tributaria y de la salud, la reorganización de las relaciones laborales y el enfoque de las políticas sociales son ejemplos de un impulso que, más allá de los debates específicos sobre cada iniciativa, está sin duda alineado con postulados tradicionales del FA y ha tenido consecuencias profundas.

La cuestión es que Mujica tiene que hallar el modo de seguir adelante, recreando la noción de que el gobierno del FA es necesario y dotándolo de cierto encanto. La idea de que es “lo menos malo” pierde potencia, de modo inevitable, con el paso del tiempo y la renovación del liderazgo en la oferta opositora.

En estos casi 16 meses el presidente de la República ha buscado herramientas para esa recreación del impulso frenteamplista, y aún no ha dado con ellas. Las apuestas a la “unidad nacional” no han dado por ahora resultados relevantes, pese a los esfuerzos por articular relaciones estables con la oposición (por ejemplo, mediante su integración a directorios de la administración descentralizada y el trabajo en las comisiones multipartidarias sobre ambiente, educación, energía y seguridad). En nombre del Plan Juntos se han hecho muchas cosas, pero entre ellas no se cuentan, por el momento, muchas viviendas. El intento de establecer nuevas bases para la relación con las Fuerzas Armadas entró en una zona de arenas movedizas y ha causado más irritaciones que avances.

Además, la mejoría de las relaciones con Argentina lograda por Mujica debilitó una forma de “unidad nacional”, cimentada en viejos rencores y en la percepción de una agresión externa, que le resultó muy redituable a Vázquez. Llevarse bien con los vecinos crea menos mística.

Después del bochornoso episodio del proyecto interpretativo de la Ley de Caducidad, el presidente necesitaba más que nunca poner otras cuestiones en la agenda y reconquistar corazones. Logró sin duda lo primero, con el estruendo de sus declaraciones sobre la privatización de “arenales” rochenses y la desprolija tormenta en torno a la tributación sobre la tierra, pero no lo segundo. Las polémicas sobre Aratirí y AFE no lo ayudan, y la iniciativa de los referendos consultivos es, por el momento, poco más que tirar la pelota hacia adelante.

Sin embargo, cabe recordar que a la misma altura del primer gobierno frenteamplista el “buque insignia” del Plan de Emergencia parecía varado, Vázquez se había enredado en el proyecto de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y aún no se había lanzado el Plan Ceibal, no previsto en el programa del FA, que terminó siendo la mejor carta de Vázquez para ganar apoyos. A Mujica le queda mucho tiempo.