En política, ciertas palabras tienen una música hipnótica. Siempre suenan bien. Una de ellas es “renovación”. Otra es “debate”. Otra, “discusión”. Es preciso traducirlas, encontrar el conflicto detrás de ellas. Identificar al contrincante (o rival, o enemigo) en ese debate o discusión, al que reivindica lo “antiguo” frente a lo “nuevo”.

El vicepresidente Danilo Astori viene proponiendo desde comienzos de este siglo, cuando todavía aspiraba a la presidencia, la “renovación ideológica” del Frente Amplio. Los conflictos que ahora lo enfrentan con el Partido Comunista lo motivan a reiterar su iniciativa.

La principal “obligación” del Frente Amplio es procesar “una profunda discusión ideológica” sin transformarlo “en un partido de unanimidades” sino de “grandes lineamientos” definidos “con precisión”, dijo la semana pasada por AM Libre. Al día siguiente, involucró a José Mujica al afirmar por Radio Sarandí que “tanto para el presidente” como para él los conflictos actuales “son de carácter ideológico”.

Estas declaraciones se refieren a los vaivenes de los dos legisladores comunistas, el senador Eduardo Lorier y el diputado Hugo Dávila, en torno de la flamante Ley de Participación Público-Privada, pero tampoco son ajenos a la situación los planteos del sector sobre la reactivación del transporte ferroviario, la distribución de la riqueza y la creación de un frigorífico y una flota pesquera estatales.

En junio, Astori había declarado a La República que a la “renovación ideológica” del Frente Amplio debía seguir “una democratización” de la fuerza política, en alusión al poder del Partido Comunista en la organización interna, desproporcionada con sus votos, dada su participación en los comités de base. Antes, en diciembre, había atribuido los conflictos iniciados por sindicatos con gran incidencia comunista a choques “de tipo ideológico” dentro del oficialismo. Eso indicaba, según él, que “el Frente Amplio se debe a sí mismo una discusión” en la materia.

A Astori no se le puede achacar incoherencia: en 2002, todavía en la oposición y enfrentado con Mujica y con Tabaré Vázquez, pedía el voto en las elecciones internas para Asamblea Uruguay esgrimiendo su “convicción” en la necesidad de una “imprescindible renovación ideológica y programática”. La propuesta incluía “la discusión profunda, la resolución democrática y, naturalmente, el acatamiento disciplinado de lo que se resuelva, nos guste o no”.

La iniciativa vicepresidencial, apoyada por Mujica (quien no lo negó ni lo confirmó) y, con matices, por Vázquez, contradice algunas características que se dieron en el Frente Amplio desde su fundación, en 1971. Implementarla supondría un cambio radical del mandato original de esta fuerza política, que carece de definiciones ideológicas fundamentales con el fin de facilitar la unidad de acción. Tiene, sí, bases programáticas, pero de ideología, poco.

Esta prescindencia es explícita. La “Declaración constitutiva” de 1971 postula la “unidad política” de “hombres y mujeres de ideologías, concepciones religiosas y filosofías diferentes”. El texto incluye bajadas de línea bien imprecisas (“la construcción de una sociedad justa, con un sentido nacional y progresista, liberada de la tutela imperial, es imposible en los esquemas de un régimen dominado por el gran capital”, por ejemplo). El “Compromiso político” de 1972 aclara que su formulación no implica “mengua alguna a la independencia y autonomía de las fuerzas que componen el Frente en materia de ideología, objetivos finales, estrategia, línea política, organización y disciplina”, siempre “que no contradigan los documentos y resoluciones básicas” comunes.

O sea que el Frente que surgiría del proceso propuesto por Astori sería muy, pero muy diferente al que se creó en 1971 con la participación del propio Astori. Es previsible que la ya temblequeante unidad se resienta, a menos que el “debate” no apunte a definición alguna, lo cual lo alejaría de cualquier propósito de “renovación”. Sería bien al cuete.

Es posible que el vicepresidente dé por cierta la muerte de ciertos principios ideológicos tras la caída de los regímenes del denominado “socialismo real” a fines de los años 80 y principios de los 90. Si es así, se equivoca. En los últimos dos decenios lo que murió fue la muerte de las ideologías, cuya mamarrachesca partida de defunción firmó el ideólogo neoconservador Francis Fukuyama. Estaban hibernando, y ahora se despiertan en las urnas de América Latina y en las calles de Europa y el mundo árabe. Por otra parte, el Partido Comunista del Uruguay, que si se caracteriza por algo es por la coherencia de sus fundamentos (compartibles o no), tiene mucho para ganar en tal debate.

Astori también da por sentada la solidez de su alianza con Mujica y con Vázquez. Se confía demasiado. Un líder como él, que fue derrotado en tantas batallas internas y que llegó a la vicepresidencia dando un paso adelante y dos al costado, debería haber aprendido a ser más cauto.