Es una posición ya tradicional en algunos sectores de la izquierda ver a los medios de comunicación como instrumentos educativos y “concientizadores” de las “masas”, en oposición a algo que vagamente adopta el sustantivo de “mercado”. Utilizan además una concepción particular de la educación, que muchas veces se sintetiza en la difusión de su visión particular del mundo, cargada de discursos morales resaltando actitudes que después no llevan a la práctica. Como resultado en términos televisivos, tenemos el fracaso en términos de audiencia de los programas educativos o culturales tradicionales (porque hay también iniciativas novedosas en este campo). Audiencia cero equivale a conciencia cero, utilizando esos mismos términos.

Ahora el presidente Mujica propone que los mismos informativos que utilizan la mitad de su espacio para cubrir asesinatos y rapiñas y a desbordar ideología en cada presentación y en cada gesto, luego de hacerlo recomienden a “los muchachos” no emular tales ejemplos. O que los medios, presionados al faltarles un porcentaje importante de su financiamiento, dediquen uno en vez de cinco minutos a la noticia de la violación de una bebé por su propio padre, aunque luego se compruebe que la bebé falleció por enfermedad y no tengan la mínima decencia de rectificarse.

Decía Umberto Eco: “Habitualmente, los políticos, los educadores, los científicos de la comunicación creen que para controlar el poder de los mass-media es preciso controlar dos momentos de la cadena de la comunicación: la fuente y el canal. De esta forma se cree poder controlar el mensaje”. Para el filósofo, en cambio, el combate está al otro lado de la pantalla, por eso habla de una “guerrilla semiológica”. Cree que puede construirse contra hegemonía desde medios y canales de comunicación alternativos, pero también desde cada sillón, o en términos colectivos, desde cada reunión o cualquier charla entre amigos. Y que para enfrentar cierto statu quo o visión dominante sobre algún tema no basta con emitir recomendaciones al aire o dar lecciones de vida. Es una práctica cotidiana, en la que no necesariamente son los adultos los que instruyen a los jóvenes.