La novela de la minería en gran escala recién comienza, pero es hora de que intentemos abordarla con un poco más de seriedad. Habrá que hacer un esfuerzo, ya que nuestra sociedad no se caracteriza por su disposición a incorporar datos nuevos.
Empecemos por lo más elemental: en las actuales circunstancias, la explotación minera del hierro uruguayo es una inversión lucrativa. Si no es Zamin Ferrous (que está muy lejos de haberse retirado y sólo hace lo previsible) será otro el interesado. Y la escala que tendría esa explotación nos impone debates que habíamos soslayado, como ocurrió antes con el proyecto de Botnia. Tenemos una larga tradición de industrias contaminantes, pero su pequeña magnitud nos ayudó a despreciar el problema. Así era fácil hablar de “Uruguay natural”, como quien se vanagloria de no haberse vendido nunca, sin mencionar la ausencia histórica de aspirantes a comprarlo.
Hasta ahora, lo de “Uruguay natural” no tiene detrás más meditación que lo de sostener que la camiseta celeste es “la más linda”.
¿Significa que en esta tierra no crecen transgénicos? Por supuesto que crecen, y si decidiéramos prohibirlos igual crecerían, porque hay enormes extensiones de esos cultivos en los países vecinos. A las semillas, como a las palabras, las lleva el viento.
¿Significa que renunciamos a algo? Por ahora, no. Ni a los productos (que consumimos alegremente, sin preguntarnos qué otra parte del planeta se habrá estropeado para que los tengamos) ni a la producción. Disposición tenemos, nos habían faltado inversores. Ahí están las pasteras, hablamos de minería a cielo abierto y muchos están extasiados con la posibilidad de que se le asocie una industria metalúrgica en gran escala, había muchos entusiasmados con la energía nuclear hasta lo de Fukushima… No hacen falta grandes tentaciones para que nuestra virtud flaquee.
Se dice que diversificar nuestra producción resultaría conveniente. Pero esa eventual diversificación no surge de un estudio sobre nuestras posibilidades y necesidades, o sobre nuestras mejores opciones para cuidar y potenciar lo que ya tenemos. Los planes de desarrollo pasaron de moda; lo que se lleva ahora es escuchar ofertas.
Nuestras inconsistencias quedaron bastante disimuladas, en el caso de Botnia (hoy UPM), por circunstancias fortuitas. El cambio de gobierno de Jorge Batlle a Tabaré Vázquez dejó a la criatura sin filiación clara, y -sobre todo- la forma en que se desarrolló la protesta del lado argentino consolidó un sentimiento de nación agredida, desprestigiando profundamente a las inquietudes ambientalistas (a tal punto que las preocupaciones uruguayas en esa materia quedaron arrinconadas, bajo sospecha de imbecilidad grave o traición a la patria).
Lo que es una lástima es que el ambientalismo criollo vuelva a levantar cabeza sin dar muestras de haber aprendido algo con la experiencia gualeguaychuense. Multiplicar la difusión de lo primero que se encuentra en internet, y desconfiar de todo menos de esos materiales sin autor ni fundamento a la vista, es una conducta muy parecida a la que mantuvieron durante años los asambleístas de Arroyo Verde. Así les fue.
Los inesperados brotes de conciencia ecológica e ímpetu nacionalizador en los partidos opositores tampoco aportan mucho a que el debate madure. Menos mal que ahora se anuncia la solución uruguaya a todos los problemas habidos y por haber: se formará una comisión multipartidaria…